Opinión

El flamenco que hace falta en Cádiz

Juan Villar, Juana la del Pipa y Esmeralda Rancapino clausuran el festival Cádiz Flamenco en el Baluarte de Candelaria

Diego Montoya, Juan Villar y Manuel Jero, durante su actuación en el Baluarte de la Candelaria / Cadena SER

Cádiz

A la misma vez que un terremoto con epicentro en un pueblo de Granada sacudía media Andalucía, en Cádiz salía a escena Juana la del Pipa. Otro seísmo a su forma. Orgullo de estirpe, veteranía y sabiduría, nervio puro, sentimiento. Antes había aparecido la savia nueva que representa Esmeralda Rancapino, la esperanza real y tangible de que queda duende para rato. Y después aparecía Juan Villar, historia viva del flamenco en Cádiz, maestro de tantos, orgullo para su ciudad, memoria obligada para quienes aman esto. Y con ellos se cerraban cuatro sesiones del ciclo Cádiz Flamenco, que han devuelto al Baluarte de la Candelaria el espíritu de los Jueves Flamencos, pero con más ambición, contemporaneidad y ganas de buscar nuevas fórmulas. Hacía falta una apuesta así.

Hay en Esmeralda Rancapino un halo de ilusión. Ese halo la ilumina cuando sale al escenario y brilla con su voz y la inocencia de sus gestos. Cantó por tangos y alegrías, se arrancó por soleá, bailó por bulerías. La había precedido su madre, Ana Núñez, quien destacó en su versión flamenca del clásico de Manuel Alejandro Voy a perder la cabeza por tu amor. Nono Reyes tocó cómodo y con gusto. "No se puede tocar más gitano", le dijo la niña cantaora, heredera de la saga chiclanera de su abuelo Rancapino. La idea de su presencia en este espectáculo homenaje a los maestros era, precisamente, destacar esta cadena de relevos que es el flamenco, en la que los más jóvenes heredan de los viejos las lecciones básicas del arte y ellos las adaptan a sus tiempos, a las nuevas formas. Esmeralda aborda con respeto esas lecciones, aunque en su carrera discográfica recién iniciada esté aún buscando su hueco entre el flamenco puro y la necesaria comercialidad. Si fueran juegos olímpicos, Esmeralda ganaba estaba carrera de relevos con la medalla de oro porque agarra con fuerza el profundo y serio testigo de su abuelo.

Esmeralda Rancapino, en el Baluarte de la Candelaria

Esmeralda Rancapino, en el Baluarte de la Candelaria / Cadena SER

"El flamenco lleva muriéndose mucho tiempo, pero está más vivo que nunca", parafraseó Juan José Téllez en la presentación de la segunda artista de la noche. Téllez encadenó varios discursos profundos y sentidos sobre la importancia de esta velada. E introdujo a Juana La del Pipa como si fuera una estrella de rock, la "Tina Turner de la calle Nueva de Jerez". Habló de su pasión, su intensidad y de su victoria frente a los estereotipos. Juana pidió disculpas antes de empezar. "Perdón si no todo sale como me gustaría, pero le voy a poner todo el alma". No hubo nada que perdonar. Puro nervio, se removió en su silla mientras de su garganta brotaban atravesadas por puñales de talento soleás, tientos, fandangos y bulerías. ¡Cuánto pueden decir unos brazos! La acompañó un Manuel Valencia cargado de sensibilidad, acariciando con su cara la guitarra.

Juana La del Pipa, en el Baluarte de la Candelaria

Juana La del Pipa, en el Baluarte de la Candelaria / Cadena SER

La del Pipa dejó al público de pie y, tras un breve descanso, llegó Juan Villar. Villar es Cádiz, tiene acento propio, domina los cantes de su tierra y es alguien que conserva, a pesar de sus 74 años, con increíble claridad su capacidad para asentar una identidad propia sobre el escenario. Como si sentenciara en el arranque de sus tangos. Como si sellara en seguiriyas y bulerías. Tuvo la ayuda de un exuberante Manuel Jero, que llamó la atención en algún malabarismo a la guitarra.

La noche se fue rápida, dejó ganas de más y un fin de fiesta sirvió para clausurar cuatro noches de flamenco que este festival ha recuperado en el Baluarte de la Candelaria cada jueves. Sus promotores, unos jóvenes empresarios cargados de ilusión y nuevas ideas, han combinado clásicos y nuevas voces, estrellas fulgurantes y talentos caseros, veteranía y juventud, lo esperado y lo imprevisto. Dice Curro Velázquez-Gaztelu que, de esa forma, se consigue atraer al público en una doble vía. Lo que buscan el flamenco de siempre conocen nuevas formas de interpretarlo. Y los que desechan lo clásico, lo pueden llegar a redescubrir.

Ha sido el primer verano, una experiencia de aprendizaje, una oportunidad de hacer números y letras, pero con la seguridad ya de que en Cádiz hay sed y hambre de flamenco. Y que hay muchas cosas por contar. Y cantar.

Pedro Espinosa

Pedro Espinosa

En Radio Cádiz desde 2001. Director de contenidos de la veterana emisora gaditana. Autor del podcast...

 
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