La historia de la mansión vitoriana 'Villa Bergara'
A principios del siglo XX, un destacado industrial edificó la mansión “Villa Bergara”, edificio que hoy continua en pié.
El Barrio del Prado de Vitoria-Gasteiz, a finales del siglo XIX, tenía una cierta similitud con algunas pequeñas aldeas alavesas. Los caseríos estaban diseminados alrededor del terreno que ocupaba el parque del mismo nombre.
Al este del parque discurría el Rio Abendaño, entonces sin embocinar, en cuyo margen derecho se encontraba, próxima al Paseo de la Senda, una fábrica de cerveza, en la que en 1880 se servían almuerzos, meriendas y chocolates “con gran esmero y economía”. Los clientes podían practicar el tiro de pichón y al pollo al precio de 15 y 20 céntimos de peseta respectivamente. En 1882 la Comisión de Abastos autorizó a su dueña, Felipa Landa, a despachar bebidas alcohólicas en una tejavana de la factoría.
En el mismo margen del río, al sur del paseo, se encontraban los pabellones del Cuartel de Infantería. Esa instalación militar ya estaba en desuso en 1893 y, con ocasión de la epidemia del cólera, una de las naves fue destinada a lazareto, donde los enfermos, atendidos por las hermanas de las Siervas de Jesús, eran sometidos a aislamiento, observación y tratamiento de desinfección.
En el margen izquierdo del río había una fuente y una casa de campo con una huerta denominada “de Balmaseda”, propiedad de Juan Herrero.
En la zona norte del barrio, entre la carretera de Castilla y el Arroyo del Mineral, había una fila de casas lindantes con la calzada. Entre ellas estaba la casa de campo de un notable personaje, Ladislao Velasco Fernández de la Cuesta (1817-1891), que fue alcalde de Vitoria tres veces, senador, y autor de varios libros, entre los que destaca la obra “Los Euskaros”.
Escribió Becerro de Bengoa en 1877 que el Barrio del Prado era muy concurrido: “Durante muchas tardes festivas del verano, trasládase allí el concurso de gentes que pasea en la Florida”.
Entonces el paseo de La Senda se iniciaba en “La Florida”, y finalizaba en el cruce con la carretera de Lasarte, punto este último hasta donde llegaba el asfalto. Desde ahí, hacia Mendizorrotza y El Mineral, el piso de la vía era de tierra, por lo que cuando caían cuatro gotas se formaba un espeso barrizal. El paseo cambió su denominación en 1897 a Fray Francisco de Vitoria, entre la casa de “Las Jaquecas” y el río Abendaño.
Al sur del Parque del Prado, lindando con el mencionado camino, se encontraban varios caseríos de labradores, con sus eras de trillar y huertas, y la casa de campo de Lino Velasco Fernández de la Cuesta (1818-1883), que fue alcalde de Vitoria durante un breve espacio de tiempo.
A principios del siglo XX, en esa zona del sur del parque, personas pudientes comenzaron a construir “hoteles”, denominación que entonces se daba a lo que hoy llamamos chalets. Uno de los primeros que se levantó fue el del notario Francisco de Ayala y Mendoza, con despacho en la calle Dato, que inició la construcción de su chalet en el año 1900. El promotor de otro de ellos fue Gregorio Fernández Alonso, un destacado industrial.
EL INDUSTRIAL
Gregorio nació en 1846 en la localidad cántabra de Bustablada, y su padres, Faustino y Antonia, eran naturales de Arredondo, población de la misma región. Se casó con María Pilar Trueba, de la que quedó viudo en fecha no determinada, y siendo todavía joven se trasladó a Vitoria-Gasteiz.
En 1899 contrajo segundas nupcias, en la vitoriana parroquia de San Vicente, con Faustina López Fernández, natural de Vitoria. Para poder casarse fue necesario conseguir la dispensa del papa León XIII, por concurrir la circunstancia de consanguinidad de los contrayentes. Él contaba en ese momento con 53 años de edad, y la novia tenía 19 años y era hija de Lucas López Alonso y Faustina Fernández Alonso, naturales de Bustablada, como el novio. Los padres de Faustina eran entonces dueños de una “prendería” (1), situada en la planta baja de la casa fuerte que existía haciendo esquina a las calles Cuesta de San Vicente y Cuchillería..
En los años 80 del siglo XIX, Gregorio Fernández, persona emprendedora, estableció un taller de tintado en Bergara (Gipuzkoa), y en 1897 creó la Sociedad Gregorio Fernández y Sobrino, al asociarse con su sobrino Valentín Movilla Fernández. La empresa estaba dedicada a la producción de tejidos estampados, tintes y telas de color, entre ellas una tela de algodón teñida de color azul oscuro, conocida como “mahón“ y “azul Bergara”, que se destinaba principalmente a ropa de trabajo de los obreros. En 1903 registró como marca de fábrica una etiqueta para colocar a los tejidos que vendía, en la que destacaba la inscripción “el mejor azul”.
Cuando Gregorio falleció, en 1916, la industria tenía unos 150 trabajadores y llegó a contar, posteriormente, con 250 obreros y 104 telares. Con el tiempo, y la entrada de nuevos socios, la empresa tuvo varias denominaciones: Manufacturas Fernández S.L. (1923), Movilla Fernández y Compañía (1931), y Movilla S.A.(1964), denominación esta ultima que conservó hasta su cierre en 2004.
COMPRA DE TERRENO
Con los beneficios obtenidos en su negocio, Gregorio consiguió un apreciable capital y decidió construir en Vitoria una casa para vivir en ella con su familia.
En octubre 1911 adquirió, en el Barrio del Prado, las casas número 29 y 31 con sus eras y huertas a Isabel y Margarita Álava Carrión, sobrinas del general Miguel Ricardo de Álava y Esquibel. En agosto de 1912 compró a Jorge Aspe otra casa, la número 27, lindante con las anteriores. También en este caso con su era y huerta. De esta forma conseguía hacerse con un amplio terreno que quedó diáfano tras derribarse los caseríos.
Tuvo un problema con el Ayuntamiento respecto a la propiedad de las eras, ya que este opinaba que las tres -que lindaban con el paseo sin asfaltar- eran terreno público y, por tanto, Gregorio debía satisfacer una cantidad al consistorio por su ocupación. Juan Andreu López, representante de las vendedoras, las hermanas Álava, dirigió un escrito al Ayuntamiento, haciendo constar que en el Registro de la Propiedad las eras estaban inscritas a nombre de las citadas, ya que en la inscripción de las fincas aparecía que las casas “lindaban con eras de la misma propiedad”. Este argumento no sirvió para nada y Gregorio tuvo que pagar al consistorio 260 pesetas, para poder considerar suyas las eras en cuestión.
VILLA BERGARA
En los terrenos adquiridos, Gregorio Fernández construyó un edificio que fue proyectado por dos arquitectos de prestigio, Francisco Javier Luque López y Julián Apraiz Arias, el primero sevillano y el segundo vitoriano. La historiadora Ana de Begoña Azcarraga escribe que los arquitectos se inspiraron “en modelos anglo-normandos con su juego de volúmenes, diferentes alturas y cubierta de pronunciada vertiente vistosamente decorada con azulejos policromados como particularidad”.
En noviembre de 1911, en su domicilio de Los Arquillos, Gregorio puso a disposición de los constructores los planos del proyecto y pliego de condiciones para que los interesados optaran a llevar a cabo la obra, escogiendo la oferta mas favorable para sus intereses.
En la licencia de construcción, emitida en diciembre de 1911, se establecían unas condiciones que Gregorio respetó y que eran las siguientes: que la casa se construyera en línea con el edificio lindante del notario Ayala (que hoy ya no existe); que el cierre del terreno por donde tenía el acceso, que se situara a 25 metros de la banqueta que limitaba el Parque del Prado y, por último, que el frente de cierre de la finca fuera construido con piedra de sillería y una verja metálica. Hoy se puede observar que el propietario dejó grabadas las iniciales de su nombre y primer apellido (GF), en la puerta metálica de acceso a la finca.
El industrial levantó una auténtica mansión a la que, como recuerdo a la localidad guipuzcoana donde tenía su fábrica, la bautizó con el nombre de “Villa Bergara”.
El edificio tiene algo más de 1000 metros cuadrados de superficie construida. El semisótano estaba dedicado a la servidumbre, disponiendo de cuatro habitaciones, cocina, lavadero, cuarto de plancha, estancia para el repaso de ropa, bodega, despensa, caldera de calefacción, carbonera-leñera, WC y cochera. A la planta baja se accedía por una amplia escalinata por la parte norte, que daba a un pórtico cubierto y a una amplia terraza situada en el norte y en toda la longitud de la fachada este. En el interior se disponía de: despacho, gabinete, sala de estar, tocador, comedor pequeño, comedor grande, cocina y WC. La planta primera se dedicada a las estancias familiares, y contaba con cinco dormitorios, baño, WC, cuarto ropero, mirador y nueve balcones. Finalmente, en la planta segunda, situada bajo la cubierta, destinada también a la familia, había cuatro dormitorios,-uno de ellos con alcoba-, cocina, un amplio salón para recreo de los niños, cuarto de enseres y un espectacular mirador de forma cuadrangular.
Lo mas llamativo del exterior de la casa era el referido mirador de la última planta, que estaba coronado por una cubierta puntiaguda a cuatro aguas con pendiente acusada y rematada con una veleta. Bajo esta pequeña cubierta se encontraba una pequeña estancia a la que se accedía por una trampera. Los expertos señalan que este tipo de habitáculo era destinado en ocasiones a encerrar algún tiempo a los niños cuando se portaban mal. La cubierta en cuestión, que podemos contemplarla en una foto del año 1926, hoy ya no existe como tal ya que se sustituyó por un tejado con poca pendiente.
Gregorio no pudo disfrutar mucho tiempo de su nueva casa, ya que falleció en Villa Bergara el 30 de Enero de 1916. Su viuda Faustina vivió en el caserón hasta su fallecimiento el 2 de octubre de 1959, a la edad de 79 años.
(1) Véase el artículo La desaparecida casa fuerte de la Cuesta de San Vicente




