La historia de 'Marihermosa', una de las principales bandoleras en Bizkaia
La respuesta nos la da la historiadora del Arte y Filósofa Isabel Mellén: " 'Marihermosa' es nuestra protagonista en un contexto de hombres como el conocido 'Patakon'"
La historia de 'Marihermosa', una de las principales bandoleras en Bizkaia
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Bilbao
Salteadores de caminos, malhechores, contrabandistas y bandoleros de todas las clases han existido desde siempre en nuestro territorio. Bajo distintos nombres, estos personajes al margen de la ley han convivido en las zonas rurales con campesinos, artesanos y gentes de bien, que muchas veces les ofrecían protección y otras luchaban en su contra.
Más curioso resulta el caso de la banda que operaba los alrededores de Ajanguiz hacia 1809. Este ejemplo es bastante excepcional por el rol clave que desempeñaron las mujeres en la banda, pero a la vez se caracteriza por elementos comunes al resto de bandas vascas. A principios de 1811, María Antonia de Lete, alias “Marihermosa”, fue detenida por haber estado vendiendo algunos objetos sospechosos, cuya procedencia no pudo justificar. Así fue como cayó la banda. En el proceso comenzaron a recogerse numerosos testimonios informando de hasta diez asaltos cometidos en la comarca y se detuvo a otros tantos individuos, entre ellos el marido de Marihermosa apodado “Chayroa”. Todos eran hombres jóvenes (24-31 años), casados y de clase social baja: labradores pobres la mayoría, un cestero y un criado.
En nada difiere este rasgo con el de otras bandas, sus miembros solían ser personas de baja extracción social que veían en el asalto y el delito la única salida posible a su miseria. Muchos de ellos se dedicaban a oficios de baja cualificación y con una alta estacionalidad: jornaleros del campo o empleados de ferrerías. La mayoría de bandas estaban compuestas por vascos, pero también había miembros originarios de otras provincias que habían emigrado en busca de trabajo e incluso soldados licenciados y desertores del ejército que al finalizar la contienda hicieron del robo su profesión.
La mayoría de los acusados en Ajanguiz declararon tener serios apuros económicos y haber tenido que recurrir a préstamos. Es en este punto donde reside la excepcionalidad de esta banda. Algunos de ellos confesaron haber empezado a robar para hacer frente a sus deudas, habiendo sido incitados a ello por su acreedora María de Ibieta, una labradora de Ajanguiz cuyo marido había sufrido varios episodios de demencia. Según el proceso, viendo que se demoraban en los pagos, la propia María les había presionado para que participasen en los asaltos que ella misma organizaba. Por tanto, el liderazgo de esta banda lo ejercía una mujer, un hecho bastante insólito, aunque no único. Respecto a la sociabilidad interna de la banda parece claro que todos se conocían previamente, ya que prácticamente todos residían en la Rentería de Ajanguiz, así que eran vecinos, si no amigos. Parece haber existido un mayor vínculo afectivo entre María de Ibieta y el matrimonio formado por Marihermosa y Chayroa, pues a veces se reunían a merendar y planear los asaltos en su casa.
El papel desempeñado por las mujeres en esta banda fue clave María de Ibieta era la encargada de seleccionar y reclutar a los miembros, determinar los objetivos y repartir el botín. Marihermosa se encargaba de comercializar de los bienes robados y, junto al resto de las mujeres, se encargaba de encubrir a los ladrones y seguramente de recopilar la información necesaria para elegir los objetivos de los asaltos. En general, esta banda prefería robar dinero en metálico para facilitar el reparto, pero se llevaron cuánto de valor encontraron en las casas: sábanas, piezas de tela, productos cárnicos... Incluso protagonizaron robos de ganado en el monte, no porque se especializasen en ello, sino por puro oportunismo.
¿Cuándo surgen?
Pero bajo la denominación de bandolerismo conocemos el fenómeno que se dio entre finales del siglo XVIII y parte del siglo XIX, cuyo auge coincidió con el reinado de Carlos IV. Especialmente intensa fue la década de 1790, en la que se registraron 736 ataques de bandoleros frente a los 49 de la década anterior en la zona de Castilla. De hecho, los registros judiciales muestran que este tipo de criminalidad no cesó de crecer hasta después de la Primera Guerra Carlista. No obstante, no fue un crecimiento uniforme, sino que hubo fuertes repuntes de la criminalidad, principalmente durante las guerras. El contexto de crisis no sólo alteró las cifras, sino que a partir de los años 80 se detecta un cambio en la composición y modos de actuación de las bandas. Hasta ese momento no habían sido muy numerosas y se aglutinaban en torno a cabecillas carismáticos, pero desde la guerra de la Convención había más bandas y éstas eran más grandes y desorganizadas.
El bandolerismo era muy difícil de atajar, ya que los bandoleros no tenían una residencia fija, cambiaban rápido de escondite y se movían a gran velocidad por todo el territorio. Las cuadrillas de bandoleros tampoco tenían unos miembros fijos, sino que se agrupaban únicamente para dar ciertos golpes de envergadura alrededor de alguna figura de prestigio dentro del mundo criminal, pero enseguida se deshacían y actuaba cada uno por su cuenta. Todo ello hacía que fueran muy difíciles de capturar y que campasen casi a sus anchas por las zonas montañosas. Hubo áreas en las que por sus características geográficas concretas hubo mayor presencia de bandidos: los caminos como el de Balmaseda o en zonas montañosas como las estribaciones del Gorbea o del Anboto, y en ciertos pasos de montaña insertos en los principales caminos.
El bandolerismo durante la ocupación francesa
Gran parte de la época dorada del bandolerismo coincidió con dos ocupaciones francesas, lo cual contribuyó a forjar la leyenda del forajido que lucha por una causa justa desde el margen de la ley. Primero la Guerra de la Convención y a los pocos años la Guerra de la Independencia, hicieron que nuestro territorio quedase gestionado por gendarmes y soldados franceses que fueron los responsables de tratar de imponer orden en un territorio hostil y que desconocían por completo. Durante la Guerra de la Independencia, todo el País Vasco quedó bajo el Gobierno de Vizcaya, una circunscripción administrativa creada por Napoleón que englobaba los tres territorios vascos y que tenía a Vitoria como su capital. Así, durante aquellos años de bandolerismo, el País Vasco quedó bajo el mando del general francés Pierre Thouvenot.
Una de sus prioridades fue la de incrementar la presión fiscal para sostener convenientemente al ejército de ocupación. La recaudación de millones de reales produjo un empobrecimiento de la población y la miseria empujó a muchas personas a unirse a la guerrilla. La situación empeoraba en momentos puntuales. En 1812 las malas cosechas y la consiguiente crisis alimenticia provocaron una grave hambruna. Como consecuencia, hubo un notable aumento en el número de guerrilleros vascos hasta el punto de poner en serios problemas a las fuerzas militares francesas.
A las dificultades de controlar el bandolerismo, a los franceses se les sumó lidiar con las partidas de guerrilleros que luchaban contra ellos desde las zonas rurales, controlando un territorio en el que contaban con recursos y aliados, y desde el que lanzaban emboscadas constantes contra las tropas de Napoleón. Por ello no era raro que algunos bandoleros de profesión, en este clima bélico, se alistasen en las partidas de guerrilleros, donde podían poner en práctica su experiencia en el robo, sabotaje y tácticas de ocultación, pero también donde podían encontrar protección tras sus crímenes o tras huir de la justicia.
Noticias de bandoleros y bandoleras en Bizkaia
Nos han llegado varias noticias de los ataques de estos bandoleros en territorio vasco. Uno de los bandoleros más famosos del País Vasco fue Manuel Antonio Madariaga, oriundo de Galdakao, que fue un reconocido criminal que sobre todo actuó en Vizcaya bajo el nombre de Patakon, aunque se movió por todo el territorio vasco. Se ganó la fama de ladrón compasivo, de Robin Hood vasco, hasta el punto de que fue muy conocido el dicho en euskera “Patakon, dekoneri kendu eta estekoneri emon”, que se puede traducir como “Patakon, quita al que tiene y se lo da al que no”.
Los bandoleros fueron, casi en su totalidad, varones jóvenes, de entre 25 y 35 años. La participación femenina fue mínima y normalmente se limitó a tareas de encubrimiento, espionaje o colaboración, realizadas por esposas, amantes o familiares de los bandidos. No obstante, hubo ciertas excepciones. Por ejemplo, en 1810 la joven Magdalena de Ibaibarriaga, frutera natural de Durango, fue sospechosa de ser la «muchacha que disfrazada de hombre» andaba salteando en el camino junto a Juan Belar y su banda.
La lucha de las autoridades contra el bandolerismo
Las autoridades provinciales y estatales aumentaron la actividad represiva en los momentos de auge del bandolerismo. La continua publicación de edictos, decretos y medidas para contener la delincuencia, es un claro ejemplo de la envergadura que estaba adquiriendo el problema. Así se expresaba en el prólogo del Reglamento Criminal publicado en Vizcaya en 1799: «Es notorio que a resulta de haber sido este Señorío y sus inmediaciones, uno de los teatros principales de la última guerra con Francia, se inundó de Ladrones y malhechores: estos han cometido y cometen frecuentes insultos en los caminos y fuera de ellos: allanan en medio del día las casas, y han tenido y tienen sobresaltada la gente».
La mayoría fueron condenados a presidio, cuya duración varió en función del grado de participación en los asaltos. La mayoría de las mujeres eran sancionadas económicamente o simplemente amonestadas, a excepción de Marihermosa que fue desterrada y de María de Ibieta recluida por cuatro años en la Casa Galera de Valladolid. Para los bandidos se reservaban las penas más severas. La mayoría eran enviados a los presidios de ultramar, a menos que se tratase de casos excepcionalmente graves de homicidio o que hubieran impactado especialmente a la sociedad, como sucedió con Ignacio Ventura, el Navarro.
Éste en 1793 había atemorizado al entorno de Larrabezua e incluso dio muerte a una mujer durante un asalto, por lo que fue ajusticiado en la horca y su cadáver fue desmembrado y expuesto en los caminos.
Como los asaltos continuaban aumentado, se decretó que todo bandido sorprendido con las armas en la mano fuera fusilado en el mismo sitio y colgado en el árbol más próximo. También se regularon las llamadas Guardias cívicas o milicias locales, formadas por la gente armada en cada pueblo y bajo la responsabilidad y dirección de los alcaldes que recibían el título de “comandantes de las guardias cívicas” y se distinguían con una banda encarnada. Su misión era recorrer los términos de su jurisdicción a petición de la Gendarmería. Debían encargarse especialmente de la tranquilidad de sus pueblos y de rechazar los bandidos que intentasen turbarlos o dañar las propiedades. Para ello se ordenó poner de día un hombre en el campanario de cada pueblo para descubrir la aproximación de los bandidos y tocar las campanas en señal de alerta con el fin de reunirse la guardia cívica con su comandante a la cabeza y dirigirse contra los malhechores. Los pueblos debían auxiliarse mutuamente y concertar una unidad de acción en caso de necesidad para perseguir a los bandidos. Además, se establecieron en el territorio vasco cuatro Escuadrones de Gendarmería.