Tres mujeres arrantzales rompen estereotipos y se abren camino en la pesca de altura
Irati Ruiz, Patricia Elduayen y Cristina Morán trabajan en atuneros en el Índico, demostrando que la mar también es territorio para las mujeres. Desde un sector históricamente masculino, relatan su experiencia, reivindican más oportunidades y animan a otras mujeres a descubrir un oficio que combina tecnología, esfuerzo y organización.
Escucha la entrevista completa a Patricia Elduayen, Irati Ruiz y Cristina Morán
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Durante décadas, la imagen de la mujer en la mar se ha asociado a las rederas, pero la realidad está cambiando. Irati Ruiz, Patricia Elduayen y Cristina Morán son tres arrantzales que han decidido romper moldes y trabajar en atuneros de pesca de altura, un mundo tradicionalmente masculino. “Cuando dije que me iba a la mar, mis amigos pensaban que iba a pescar chipirones con caña”, recuerda Irati, que lleva cinco años en el sector y hoy es primer oficial de puente.
Su camino no fue sencillo. “Estaba perdida, no sabía qué estudiar. Mi padre trabajaba en atuneros y me animó a probar. Empecé con la formación dual y surgió la oportunidad”, explica Irati. Patricia llegó tras pasar por yates y completar una campaña como alumna de puente. Cristina, por su parte, reconoce que todo fue “de chiripa”, se puso a estudiar el título con idea de “acabar en barcos oceanográficos”, con la idea firme de “no terminar pescando” y, sin embargo, “ahí está, encantada”. Hasta que no lo pruebas no sabes si te gusta”, apunta.
Las tres coinciden en que la pesca de altura no tiene nada que ver con la imagen tradicional. “Es tecnología avanzada, maniobras complejas y jornadas de sol a sol”, describe Irati. Las campañas duran cuatro meses en el Índico, con turnos intensos y pocas pausas: “No hay fines de semana ni días libres. Todos los días son lunes”, bromean. El trabajo en el puente exige organización, control de maniobras y seguridad para una tripulación de más de 30 personas. “No es tanto esfuerzo físico como mental”, añade Patricia.
La convivencia también marca la experiencia. “Es como una oficina, pero 24/7. Si tienes un mal día, no puedes irte a casa”, apunta Cristina. Por eso, el apoyo entre compañeras es clave: “Hay momentos duros, pero lo hacemos también por las que vienen detrás, para que sea algo más normalizado”, subraya Patricia.
Aunque cada vez hay más jóvenes interesadas, la presencia femenina sigue siendo minoritaria. “En clase éramos seis chicas. En los barcos, casi ninguna”, comenta Cristina. Empresas como Pevasa apuestan por incorporar mujeres, pero aún faltan oportunidades. “Es dar la opción. Igual descubres que te gusta y eres buena en tu trabajo”, reivindica Irati.
