La churrería del Arenal y su cola sempiterna: "La elaboración sigue siendo completamente artesanal, como toda la vida"
Iker Palacios, al frente de la churrería Iker Irune, mantiene viva en el Arenal de Bilbao una tradición familiar que cada invierno degustan bilbainos y visitantes
Bilbao
Cada invierno, y de forma muy especial en Navidad, hay un punto del Arenal de Bilbao donde el paso se ralentiza. No es por el hielo ni por las luces, sino por la cola constante que se forma frente a una de las churrerías más emblemáticas de la ciudad. Al frente de la churrería Iker Irune está Iker Palacios, churrero de tradición familiar y responsable de un negocio que se ha convertido en un clásico para bilbainos y visitantes.
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Durante estas fechas, el trasiego de clientes llega a ser tal que, como él mismo reconoce, “cuesta entrar del Arenal al puente porque lo tapa la gente”. De hecho, en los momentos de mayor actividad, en la churrería trabajan entre cinco personas para poder atender la demanda.
El trabajo de churrero, sin embargo, va mucho más allá de servir churros. Es un oficio físico y exigente. “Las lesiones más habituales son las quemaduras”, señala, “pero también se nota mucho el movimiento repetitivo”. Cortar la masa, moverla y manejar los churros con la rasera (la herramienta con la que se giran en el aceite) implica repetir los mismos gestos durante horas. “Según se van acercando los últimos días de Navidad, el hombro se nota, se carga”, cuenta en 'Hoy por Hoy Bilbao-Bizkaia' Palacios.
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Tradición familiar
La tradición le viene de familia. Antes de dedicarse a los churros, los Palacios eran feriantes. “Mis abuelos tenían autos de choque y otras atracciones”, recuerda. Tras el fallecimiento de su abuela, su abuelo, su padre y su tío decidieron venderlas y apostar por la churrería. “Cada uno montó la suya y se hizo su ruta. Y la verdad es que fue un acierto”, explica.
La receta apenas ha cambiado con los años: “Es muy básica, Harina, agua y sal, no tiene más”. En su caso, además, la elaboración sigue siendo completamente artesanal. “Seguimos haciendo la masa manualmente, con el agua hirviendo, como siempre. Ahora hay amasadoras, pero nosotros seguimos con la receta de toda la vida”, explica.
El Arenal es solo una parte del año. En verano, la actividad continúa en ferias y fiestas de pueblo. “Vas de pueblo en pueblo y al final todo el mundo te conoce”, explica. “Las caras cambian, pero en cada sitio acabas siendo parte del ambiente, y eso es muy bonito”, explica Iker Palacios que tiene como enganche a su trabajo precisamente ese contacto "constante" con la gente.