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Vuelta al cole

El estilita / Radio Coruña

El estilita

A Coruña

Si eres de la profesión, a lo mejor ya lo habrás oído, pero deja que te lo cuente a mi manera:

Siempre que puedo, trato de librarme, pero aquel día no había más remedio que seguir la retransmisión del pleno. Afortunadamente, los concejales del PP se levantaron de golpe y abandonaron el hemiciclo. No era la primera vez que los populares recurrían a esta forma de protesta y había perdido mucho efecto, como cuando veía de niño los combates de lucha libre y uno de los contendientes golpeaba a otro por la espalda con una silla. La segunda vez, ya parecía un socorrido recurso.

El caso es que la alcaldesa había negado al portavoz del PP su derecho a réplica después de que ella hubiera pronunciado un inesperado discurso sobre cómo se había enfrentado al sindicato STL durante la huelga de basura del año pasado sin el apoyo de la oposición: “No me llamó ni una vez”. Duras palabras. El portavoz del PP, picado por su tono de reproche y hastío, exigió un turno de respuesta. Y ella se lo había negado.

No podía evitar sentir cierta empatía por él. A mí me había pasado algo parecido el día anterior. Había llegado siete minutos tarde a una rueda de prensa en la que la alcaldesa comunicaba las novedades de la Junta de Gobierno local. Me había sentado en un rincón y apuntado un par de notas y en cuanto acabó me disponía a levantarme cuando la alcaldesa volvió a tomar la palabra. “Como nadie me ha preguntado, quiero hablar yo de una noticia que ha salido hoy”, dijo, en tono muy firme.

Me recliné en el respaldo mi silla. Sabía exactamente de qué estaba hablando porque el autor del artículo era yo. Hacía un par de días me habían pasado el convenio de As Xubias. El documento consistía en un acuerdo entre el Ayuntamiento y un fondo suizo de inversión y tras examinarlo detenidamente, me había llamado la atención que tenían pensado trasladar las viviendas sociales (el 20% del total) al suelo urbano consolidado. O sea, alejadas de la costa. Aquello era curioso, porque entraba en contradicción con las estipulaciones que habían acordado que las viviendas sociales y las libres estarían mezcladas “para generar una mayor complejidad de usos”. Pero lo mejor es que ese suelo urbano consolidado estaba fuera de primera línea de litoral, junto a un tanatorio. El titular casi se escribía solo pero, desafortunadamente, lo había escrito yo.

Busqué los ojos de la alcaldesa por encima de las cabezas de mis compañeros, que mantenían una cuidadosa expresión neutra mientras me abroncaba. Para ellos, presenciar todo esto debía ser algo embarazoso y me pregunté por qué yo no sentía lo mismo. A fin de cuentas, era a mí a quien estaban tratando de poner en evidencia delante de sus compañeros. Llegué a la conclusión de que tenía que ver con el colegio. Creo que gran parte de la educación consiste en inculcarnos la disciplina necesaria para sentarse durante horas en el pupitre, para concentrarse en textos que no nos interesan, en seguir horarios y calendarios y en convivir con gente que nos es indiferente o que directamente nos molesta. También nos acostumbra a recibir broncas en público. En mi caso, con una frecuencia rutinaria que provoca insensibilidad.

La alcaldesa aprovechó para recordar otra supuesta equivocación mía: que se había proyectado un carril bici en el polígono de Pocomaco, lo que no tenía sentido en un lugar con tanto tráfico pesado. Había tenido acceso a un plano marcado, pero ella lo había negado cuando se lo pregunté. Por mi parte, aún tenía dudas al respecto y sospecho que simplemente se había cambiado el proyecto. En todo caso, el Ayuntamiento todavía no ha sido capaz de recibir los viales del polígono porque los comuneros habían rechazado el trato, así que podía decirse que de aquel asunto no hemos salido bien librados ninguno de los dos. Tiempo al tiempo.

La regidora siguió hablando de cómo el número de viviendas sociales superaría el 20%, que era la cifra que yo había publicado, pero el Ayuntamiento no ha podido aclarar exactamente cuánto, aunque me admira la confianza de la alcaldesa en la generosidad del fondo suizo. Con tanta vivienda social, no cabría toda junto al tanatorio, la habría incluso en el antiguo solar del Pachá, con vistas a la ría. Me pareció curioso que estuvieran tan seguros de ese punto, cuando ni siquiera sabían a ciencia cierta el porcentaje. Pero, como he dicho, tiempo al tiempo. En unas semanas, el arquitecto del proyecto, David Copperfield (o algo así), lo presentaría, y entonces todo se aclararía.

Yo quise replicar, aclarar este malentendido de buena fe, pero la profesora (quiero decir, la alcaldesa) me cortó, severa. “No admito preguntas”. Mi vena ácrata, que disfruta especialmente de los enfrentamientos con la autoridad, palpitaba. Aquello resultaba estimulante, incluso divertido. “Bueno, por alusiones…”, objeté en tono razonable. Pero la alcaldesa ya había acabado y se disponía a abandonar la sala, cual airado concejal popular. Hice un último intento. “¿Entonces no van a construir viviendas sociales junto al tanatorio?”. Cabeceó un gesto como de despedida, o como si espantara una mosca, y desapareció sin mirar atrás.

Luego vino un tipo del gabinete de prensa para advertirme que no volviera a llegar tarde, pero le ignoré olímpicamente mientras pensaba qué vendría después. Estaba seguro de que ya habrían hablado con mi jefe y sentía cierta pena por él. Por mi culpa tenía que aguantar llamadas del Ayuntamiento, día sí, día no. Sabía que, cuando llegara a la redacción, tendría que ir directamente al despacho del director, pero también la escuela me había preparado para eso. Hay que ver lo importante que es una buena educación.

 

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