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'Abel Sánchez', la novela de la envidia

Una obra llena de diálogos inteligentes y dramáticos, de ideas aterradoras, de pasiones y de pulsiones incontrolables

'Abel Sánchez', la novela de la envidia

'Abel Sánchez', la novela de la envidia

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Miguel de Unamuno nació en Bilbao en 1864 y murió en Salamanca en 1936. Además de una cantidad ingente de artículos y ensayos, escribió ocho poemarios, estrenó una docena de dramas y es autor de cinco novelas largas, ocho breves y un buen puñado de cuentos. Entre los escritores de la generación del 98, probablemente sea el más polifacético. Miguel de Unamuno fue, sobre todo, un intelectual inconformista que hizo de la polémica una forma de búsqueda.

Es el autor de 'Vida de don Quijote y Sancho', 'Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos', 'Niebla', 'La tía Tula', que ya os hemos contado en 'Un libro una hora', o 'San Manuel Bueno, mártir'.

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Unamuno fue, según Stephen G. H. Roberts, "el primer intelectual español moderno"; aun conviniendo que 'En torno al casticismo' (1901) es, según asegura Jon Juaristi, "el primer ensayo español", y aun derivando de ello que es como pensador, propiamente, como intelectual y como ensayista, como se labró Unamuno el lugar tan destacado que ocupa en la moderna cultura española y europea del primer tercio del siglo XX, los hay que, pasado el tiempo, se quedan con el novelista, destacando esta faceta del escritor (por encima de las de pensador, poeta y dramaturgo) como la que más alicientes ofrece al lector actual.

'Abel Sánchez' y "la lepra nacional española"

'Abel Sánchez' se publicó en 1917. Es una novela dura que explora el tema de la envidia. Llena de diálogos inteligentes y dramáticos, de ideas aterradoras, de pasiones y de pulsiones incontrolables. Unamuno se refiere a 'Abel Sánchez' como "el más doloroso experimento que haya yo llevado a cabo al hundir mi bisturí en el más terrible tumor comunal de nuestra casta española". Está aludiendo, naturalmente, a la envidia, "el vicio capital de los españoles", como la califica un tópico muy extendido todavía en la actualidad. Unamuno deja bien claro que escribió esta novela teniendo en mente la que él mismo insiste en denominar "la lepra nacional española", y que lo hizo resuelto a "escarbar en ciertos sótanos y escondrijos del corazón, en ciertas catacumbas del alma adonde no gustan descender los más de los mortales". Además, el mito de Caín obsesionó siempre a Unamuno.

Unamuno se postuló a sí mismo como modelo de escritor "vivíparo", entendiendo por tal el que se limita a dar vueltas en la cabeza a la idea que lo acosa, gestándola mentalmente hasta que "siente verdaderos dolores de parto, la necesidad apremiante de echar fuera lo que durante tanto tiempo le ha venido obsesionando, se sienta, toma la pluma, y pare".

El proceder novelístico de Unamuno es, desde una idea, poner en marcha su escritura narrativa. Y son ideas lo que despliega la novela, sirviéndose de determinados personajes y situaciones para encarnarlas. La "desnudez", su pronunciado esquematismo, la generalizada unidimensionalidad de sus personajes, la abstracción que en ellas suele hacerse de las circunstancias de tiempo y de lugar, el papel tan hegemónico que cumplen en todas los abundantes diálogos, son marcas evidentes de que las suyas son 'novelas de ideas'.

Cuando Unamuno se pone de parte de "el malo"

En 'Abel Sánchez', Unamuno toma partido por el "malo", al que redime de su generalizada condena. Lo declara contundentemente en el prólogo a la segunda edición de su novela: "La envidia que yo traté de mostrar en el alma de mi Joaquín Monegro es una envidia trágica, una envidia que se defiende, una envidia que podría llamarse angélica [...] Al releer por primera vez mi 'Abel Sánchez' para corregir las pruebas [...] he sentido la grandeza de la pasión de mi Joaquín Monegro y cuán superior es, moralmente, a todos los Abeles. No es Caín lo malo; lo malo son los cainitas. Y los abelitas".

El deseo de inmortalidad y la proyección de la rivalidad que Joaquín Monegro experimenta hacia Abel Sánchez en el plano de la posteridad determina la principal contribución de Unamuno al mito que recrea en su novela: la novedad que supone sustituir el asesinato de Abel por la usurpación de su descendencia. La novela crece a partir del momento en que los hijos de Monegro y Sánchez aparecen en escena, pues el tema de la envidia se complica entonces con el de la paternidad como agente de trascendencia personal, asunto clave del "pensamiento fundamental" de Unamuno.

Hay una subtrama de la novela que reclama particular atención: se trata de la relación de Joaquín Monegro con su mujer, Antonia, y de la incondicionalidad del amor que esta le profesa. Esa incondicionalidad echa sus raíces en la naturaleza intrínsecamente maternal de Antonia, una de las más conmovedoras figuras femeninas en la narrativa de Unamuno.

En este artículo se citan fragmentos del prólogo de Ignacio Echevarría a la edición de DeBolsillo titulada 'Novelas poco ejemplares'

 
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