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El "rey malo" y el "rey peor"

No hay nadie que merezca ser rey, nadie merece tanta injusta distinción

Miguel Sánchez- Romero: "El derecho a tomarnos el pelo"

Madrid

Hubo un tiempo en el que en el universo de la música española convivieron dos cantantes con el mismo nombre -Tamara- pero desigual talento. Los españoles, para evitar confusiones al referirse a alguna de ellas, las distinguían de manera certera y algo cruel como Tamara la buena y Tamara la mala. ¿Por qué no hemos aplicado a la monarquía una forma de nomenclatura que demostró ser enormemente práctica en la canción ligera? La única explicación que encuentro es no poner en bandeja a los republicanos el que, en lugar de “el rey malo” y “el rey bueno”, acabaran llamándoles el malo y el peor.

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Dicho esto, no conozco a nadie que merezca ser rey. A nadie que reúna méritos suficientes que justifiquen el halago perpetuo y el trato reverencial que se les profesan, el silencio cómplice con sus fechorías, la ausencia de rechazo moral a sus delitos por muy prescritos que estén o, por si todo eso fuera poco, la falta de sometimiento a la ley. Nadie merece tanta injusta distinción. Y los que podrían merecerla -Mandela, Gandhi, Chiquito de la Calzada- la rechazarían por decencia.

A toda esa larga lista de privilegios, Juan Carlos I ha querido sumar uno más: el derecho a tomarnos el pelo a quienes decía servir.

Amparado en la benevolencia de sus 'hooligans' dispuestos a perdonarle todo, el rey malo, el señor que cada Navidad se colaba en nuestras cenas para exhortarnos a convivir ejemplarmente, no cree ahora necesario pedirnos disculpas, o darnos explicaciones, de por qué faltó a la letra pequeña de su contrato de trabajo con los españoles, quienes a cambio de vivir como un rey, únicamente le exigían un par de 'cositas' muy fáciles de cumplir: no irse de safari en momentos de grave dificultad nacional y, satisfechas sobradamente todas sus necesidades y las de su familia a cuenta del dinero público, no utilizar el cargo en beneficio propio. Traducido al campechano: no trincar.