A vivir que son dos díasLa entrevista
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Roman Krznaric, filósofo: "Las generaciones futuras nos considerarán delincuentes"

Charlamos con el pensador de origen australiano que considera al "cortoplacismo patológico" como uno de los grandes males de las sociedades actuales y que reivindica el "pensamiento catedral" como una forma de planificar el futuro y hacer frente a los desafíos que tenemos como especie. Acaba de publicar en español 'El buen antepasado: Cómo pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista'(Capitán Swing): "Nuestros políticos no consiguen ver más allá de las próximas elecciones, ni las empresas más allá del siguiente trimestre. Esto cada vez es un problema más complicado"

Roman Krznaric: "Las generaciones futuras nos considerarán delincuentes"

Madrid

"Somos los herederos de los regalos del pasado". Así de contundente comienza su ensayo 'El buen antepasado: Cómo pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista' (Editorial Capitán Swing) el filósofo Roman Krznaric sobre la falta de visión a largo plazo en las sociedades actuales. Es curioso que en el momento en el que cada vez vivimos más años, pensamos cada vez más a corto plazo obviando a las generaciones futuras que habitarán el planeta. La visión del tiempo como un círculo que tenían en la antigüedad a dado paso a paso a una concepción lineal del tiempo: una línea recta que va desde el pasado, pasando por el presente y llega al futuro, una concepción del tiempo que ha permitido mercantilizarlo mejor después de la revolución del capitalismo industrial donde cada minuto del trabajador en una fábrica no era vida, sino dinero. Resulta obvia la cultura de negación de la muerte que impera en las sociedades occidentales en las que, como señala Krznaric, "encerramos a los ancianos en residencias donde no los vemos, no les hablamos a nuestros hijos de la muerte y la publicidad nos dice que podemos ser jóvenes para siempre. ¿Quizá sea ese el motivo por el que nunca nos planteamos cómo ser buenos antepasados?

Hay muy poca gente que desea caer en el olvido para siempre. Tenemos unas vidas en las que lo que queremos es perdurar, ¿cómo cree que será juzgada nuestra generación dentro de varias generaciones?

Yo creo que las generaciones futuras nos considerarán delincuentes. Delincuentes del carbono, delincuentes ecológicos y dirán: ¿pero por qué no se estaban preparando para la siguiente pandemia? ¿Por qué no estaban observando las amenazas de la inteligencia artificial y otras tecnologías? ¿Por qué no estaban siendo buenos antepasados?

La sensación que deja la lectura de su libro es que cuanto más avanzada está la civilización, menos piensa en el futuro…

Creo que en cierta manera es cierto. A medida que avanzan las décadas, los siglos, el tiempo se ha ido acelerando. Los relojes cada vez van más rápido. Miden minutos, luego segundos, luego nanosegundos. Y aparece la cultura digital y desaparece el futuro. Cada vez vivimos más a corto plazo, y esto no solamente ocurre la cultura del tiempo, sino también en la bolsa, que también funcionan con nanosegundos los algoritmos. Nuestros políticos, que no consiguen ver más allá de las próximas elecciones, ni las empresas más allá del siguiente trimestre. Esto cada vez es un problema más complicado para nosotros.

También en el terreno individual. Solo pensamos en nuestro futuro a muy largo plazo, cuando contratamos una hipoteca, sino nunca pensamos que va a ser de nosotros dentro de 50, 60 años o de la Tierra en la que vivimos…

Sí, es cierto. Creo que, como individuos, muchas veces estamos mirando al teléfono todo el rato, atrapados en el presente. Pero a veces sí que pensamos a largo plazo. Como has dicho, por ejemplo, cuando ahorras para una hipoteca, o para la pensión, o haces una playlist para tu funeral. Pero, lo bueno aquí es que las sociedades también tienen la capacidad de pensar a largo plazo. No estamos atrapados en el presente. ¿Cómo se construyeron las catedrales medievales en Europa? Con una visión a largo plazo, pensando que vas a empezar una catedral, que no vas a ver acabada en tu vida, como le pasó a Gaudí cuando empezaron las obras de la Sagrada Familia en 1882. Esa idea de “pensamiento de catedral”, es parte de la historia humana y tenemos que recuperarlo. No quedarnos atrapados en esas vidas a corto plazo, como individuos o en la cultura.

Usted ha tenido más trabajos. Entre otros, jardinero, ¿eso le ha ayudado como filósofo?

Sí que creo que haber sido jardinero ha sido fundamental en mi trayectoria como filósofo. Si lo piensas, en este preciso instante, ahora que estamos hablando, estoy viendo un árbol y sé que ese árbol, ese fresno gigante, ofrece aire para cuatro humanos. Es decir, lo que he aprendido de ser jardinero, es que no hay tanta diferencia como creemos entre la gente y el mundo de lo vivo. Y eso es una perspectiva propia que nos lleva a pensar mejor a largo plazo.

Si lo pensamos y nos preguntamos cómo se las apañan otras criaturas para sobrevivir, cómo lo han hecho durante diez generaciones o más, ya sean murciélagos o castores o pájaros. Pues cuidando del lugar, cuidando de su entorno, en el que va a vivir su descendencia, no destrozan su nido, respetan los límites de su ecosistema. Y eso es lo contrario de lo que hacen los seres humanos. Y por eso tenemos cambio climático, acidificación de los océanos, pérdida de biodiversidad. Tenemos que aprender cuáles son las fronteras de nuestro ecosistema y así es como cuidamos del planeta, que a su vez cuidará de nuestros hijos, y de los hijos de nuestros hijos, y así en el futuro.

Uno de los secretos para pensar bien a largo plazo y ser un buen antepasado es no pensar en el en el tiempo, sino pensar en el lugar, en el terreno y sentir esa conexión. Y eso es lo que he aprendido como jardinero. Me alegro de no haber pasado todo el tiempo en las bibliotecas de las universidades de Oxford leyendo.

Quizá sería una buena receta para tener mejores políticos en todo el mundo y para intentar hacer una planificación que salve el planeta en el futuro y es que dediquen un par de años a ver crecer plantas…

Sí, de hecho, creo que los políticos tienen que hacer dos cosas. Una es ser jardinero o trabajar con plantas. Yo creo que eso sería un buen comienzo. Pero la otra cosa, yo diría que, especialmente, para los políticos españoles aprenderían mucho pasando un año en Japón, donde han pensado, han repensado mucho, cómo tendría que ser la política a largo plazo para que los políticos no se queden atrapados en el último titular, o el último tuit, o las últimas elecciones. Tienen un programa que se llama ‘Diseño futuro’, inspirado por la idea de los nativos americanos de la toma de decisiones para siete generaciones. Es decir, piensan con un adelanto de siete generaciones.

En Japón, invitan a vecinos para hablar sobre planos, sobre sus ciudades en las que viven y los separan en dos grupos. A unos, a la mitad, les dicen que son habitantes del presente y los otros llevan una especie de kimonos ceremoniales, y se les dice que son vecinos del año 2070. Y resulta que los vecinos de 2070, sistemáticamente, piden planificación mucho más transformadora de sus ciudades que la gente del presente, ya sean temas como el cambio climático, el envejecimiento de la población, carencia de agua y este movimiento se ha hecho en ciudades como Kioto, en el Ministerio de Finanzas... Es un modelo de asamblea ciudadana que se sirve de nuestra capacidad de imaginar el futuro. Sé que en España hay una gran tradición de participación ciudadana, toma de decisiones descentralizadas y, creo que es importante recurrir a esto para ayudar a que la gente piense a largo plazo

Estamos hablando de cómo nos van a contemplar generaciones futuras y cómo nos van a juzgar. Usted habla de la teoría de la séptima generación y también lo cuenta en su libro, ¿por qué son tan importantes las abuelas?

Las abuelas y los abuelos son importantísimos a la hora de pensar en el futuro, aunque sean del pasado. Si lo pensamos, y pensamos en como nuestros abuelos, o lo que es un ser humano… somos criaturas multigeneracionales. Seguramente hayamos conocido a nuestros padres, nuestros abuelos y si tenemos hijos, conoceremos a nuestros hijos, y tal vez a sus a sus hijos. Si pensamos en cuando nacieron nuestros abuelos y cuando morirán nuestros nietos, a lo mejor hay dos siglos, estamos incluidos en el largo plazo. Es importante que pensemos en nuestra conexión personal con las otras generaciones. Podría cerrar los ojos y pensar en mi hija, que tiene 13 años, y podría imaginármela dentro de 30 años y también cuando cumpla 90 años… e imaginarme que miro por la ventana el día de sus 90 años y me imagino qué tipo de mundo hay ahí fuera. Y me la imagino de pie, dando un discurso de cumpleaños y hablando de lo que yo, su antepasado, había hecho por su generación.

Este es un experimento mental que podemos hacer todos. Pensar en un niño, en un sobrino, en una sobrina, en un nieto que tengamos y utilizar nuestra capacidad de imaginar para pensar en el futuro. Mi hija podría estar viva en el 2100. ¿Cómo será ese mundo? ¿Ese mundo va a estar ardiendo o va a ser un mundo más utópico de lo que tenemos ahora? Creo que pensar en esas generaciones es un punto de partida para tener una visión más universal. Si pienso en mi hija en el año 2100, pues, pienso en lo que va a necesitar. Va a necesitar aire que respirar. Va a necesitar agua. Entonces me tengo que preocupar por su vida. Me tengo que preocupar por toda la vida. Tenemos que pensar en la gente cercana a nosotros en el futuro, porque eso nos lleva a ampliar nuestra visión para ser antepasados buenos de verdad para las futuras generaciones.

Todos seremos alguna vez antepasados y seremos juzgados por nuestro comportamiento. Usted dice que lo que ahora parece importar es el año fiscal y no el año solar, importa más un informe trimestral de una empresa que las cuatro estaciones, importa más el ciclo electoral que el ciclo de carbono. Sin embargo, la especie humana está diseñada y es especial porque es capaz de pensar en el futuro. No hay muchos más ejemplos en la naturaleza… las ardillas que guardan bellotas y poco más. ¿Está la mente humana condenada a pensar a corto plazo? ¿Puede ser esa su gran condena?

Podemos observar la sociedad humana y pensar que estamos condenados a vivir a corto plazo. Pero a mí me gusta tener en cuenta esos ejemplos reales y buscarlos, que existen, en nuestra sociedad. Creo que estamos en la era de los rebeldes del tiempo. Cada vez hay más organizaciones, personas, grupos políticos, etc… incluso negocios, que están empezando a pensar más allá del aquí y ahora. No son la mayoría, pero, por ejemplo, cerca de donde vivo está Gales, y en Gales tienen un puesto político nuevo que se llama el ‘Comisario para generaciones futuras’, que es un cargo, que no pertenece a ningún partido, que tiene que estudiar el impacto de aquí a 30 años en materia de medio ambiente, transporte o sanidad. Creo que sería excelente si todos los países, como España, tuviera también un comisario para generaciones futuras.

Este tipo de cargos aparecen en el mundo de los negocios, también en el mundo de la economía. Vemos cada vez un diseño más a largo plazo. Por ejemplo, sabemos que, en Barcelona, dentro de unas pocas semanas, van a empezar un nuevo proceso para desarrollar lo que se llama la economía de la rosquilla. Este es un modelo, desarrollado por la economista británica Kate Raworth, que intenta hacer que las regiones y las ciudades vivan dentro de las fronteras del mundo real y que puedan satisfacer las necesidades de las personas respetando los límites del planeta común. Por ejemplo, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, etcétera. Hay movimientos empresariales también beneficiosos. Cada vez estamos empezando a preocuparnos por más cosas que los resultados económicos, también por el medio ambiente, por ejemplo. La pregunta es si podemos hacerlo al ritmo necesario. La mayoría de las instituciones políticas cambian muy despacio. Es importante que tengamos movimientos sociales como, por ejemplo, los rebeldes del tiempo, que están intentando hacer que esto avance más rápido.

En su libro menciona seis culpables de que no seamos capaces de pensar a largo plazo: la tiranía del reloj, la distracción de las pantallas que secuestran nuestra atención, la especulación de los mercados y la eterna búsqueda del crecimiento económico, el hecho de que los decisores políticos no sean capaces de pensar más allá de las próximas elecciones, ¿hay alguna esperanza ganar esta guerra al cortoplacismo con tantos elementos en nuestra contra y con un teléfono en la mano de cada persona?

Yo creo en la esperanza más que en el optimismo. El optimismo, por lo menos en inglés, significa que siempre hay que creer que el vaso está medio lleno y que todo va a salir siempre bien, independientemente de las pruebas. Aunque las pruebas indiquen que nos estamos encaminando a dos, o tres, o cuatro grados de sobrecalentamiento. España se va a enfrentar a sequías enormes de 2030 a 2050, que ya está empezando a ocurrir. Hay desafíos enormes. Pero en cuanto a la esperanza, yo creo que la humanidad tiene la capacidad de actuar de forma efectiva en una crisis, pero necesitamos utilizar todos los mecanismos posibles.

Pensemos en el mundo judicial. Hay jóvenes que están llevando casos contra sus gobiernos por todo el mundo, diciendo que los gobiernos están vulnerando los derechos de generaciones futuras, porque no tienen políticas de reducción de emisiones eficaces. Hay casos, como el caso del género de los de los Países Bajos, el caso del Tribunal Constitucional alemán, en la Unión Europea también. Los jóvenes, los jóvenes del futuro, están diciendo que incluso generaciones futuras que aún no han nacido merecen que se les escuche. Y a mí me inspiran todas estas cosas que están ocurriendo.

No solamente hace falta cambiar la ley, sino también la cultura. Tenemos que llevar el pensamiento a largo plazo a los sistemas de educación, a la religión. Pensemos, por ejemplo, en la última encíclica del Papa, ‘Laudato si’. Ahí habla de la importancia de la justicia intergeneracional, de la solidaridad intergeneracional. Esto es un pensamiento nuevo en la tradición católica. Han tenido que ponerse al día, igual que muchas otras religiones. Pero todo esto viene a decir que necesitamos un lenguaje cultural para vencer la batalla al cortoplacismo. No es fácil. Parte de las razones por las que he escrito mi libro, es que está escrito con nuevos conceptos, como la idea del buen antepasado para que la utilicemos y creemos un nuevo debate público sobre por qué tenemos que pensar a un plazo más largo para cambiar el mundo mediante la conversación, hablando en el trabajo, en nuestras comunidades, en nuestras familias, en las escuelas, donde estemos, sobre los grandes problemas de nuestro tiempo. Y creo que uno de ellos es si estamos siendo buenos antepasados y tenemos que hablar de ello.

Para entendernos y resolverlo tenemos que contemplarnos desde el futuro. Usted cuenta en el libro que en Italia ya hay ya grupos de jóvenes que exigen un Tribunal de Justicia Intergeneracional, que es una idea muy bonita, para contrarrestar todos esos intereses cortoplacistas que niegan un trato justo a las generaciones del futuro o que simplemente no las tienen en cuenta. ¿El sistema de democracia representativa que tenemos ahora ignora sistemáticamente los derechos de las generaciones futuras? Usted habla siempre de creer en la esperanza y no en el optimismo pero, ¿hay alguien capaz de pensar o de hacer pensar a los políticos en quienes habitarán este planeta dentro de 100 años?

Es una pregunta fascinante y todo un desafío porque por supuesto que existen mecanismos jurídicos. Creo que una de las mejores maneras de pensar en política a largo plazo es haciéndolo en las ciudades. Creo en los políticos nacionales, y he hablado con muchos políticos de muchos países para intentar convencerles más a largo plazo, pero donde he tenido más éxito ha sido hablando con políticos de ciudades, porque las ciudades históricamente siempre han tenido una perspectiva a mayor plazo. Por ejemplo, la Grecia antigua. A las ciudades las planificaban a largo plazo, desarrollaban sistemas de alcantarillado, como por ejemplo el acueducto de Segovia, que se ha estado utilizando durante casi 2000 años.

Observemos las ciudades, porque son las esferas políticas en las que podemos empezar a tener impacto a largo plazo. Ciudades grandes como Madrid o Barcelona, u otras más pequeñas. Sitios como Ámsterdam, por ejemplo. Allí no se va a poder conducir un coche con un combustible fósil después de 2030. Ni va a poder haber barcos en los canales que no sean eléctricos. Y creo que el año que viene, como el 10% de los servicios municipales tendrán que proceder de la economía circular. Es decir, las empresas deberán tener servicios de recogida de residuos, para no tener desperdicios. Eso es increíble, y creo que el futuro de las políticas está en las ciudades, y lo que tienen las ciudades es que inherentemente son a largo plazo.

Las ciudades nunca mueren. Estambul lleva 2000 años ahí, y ha habido imperios y naciones que han pasado por allí y la ciudad permanece. Si yo tuviera que poner mis esfuerzos en algún sitio, sería en las ciudades. Influir en los políticos para que piensen más a largo plazo.

Ojalá esta conversación sirva para que todos pensemos en cómo vamos a ser contemplados dentro de cuatro, cinco, seis o siete generaciones. Y que no se me olvide hablar con usted del Museo de la Empatía, del que usted es fundador y que está en Londres. ¿Cómo nos explica lo que es sin que parezca un sketch de Monty Python…

El Museo de la Empatía es un museo internacional itinerante que fundé. Empezó en Londres, pero ha viajado por todo el mundo y una de sus exposiciones se llama ‘Una milla en mis zapatos’. Es la primera zapatería de la empatía del mundo. Tú entras y es como una zapatería de verdad. Y allí hay zapatos de verdad, que te calzas, mientras escuchas la historia de una persona que te la cuenta. Ella misma te habla de su vida en sus propias palabras y lo escuchas por auriculares. Es una especie de inmersión teatral. ‘Una milla en mis zapatos’ es una exposición que ha estado por muchos sitios del mundo: en Brasil, en Siberia, en los Países Bajos. En España todavía no, desafortunadamente. Espero que llegue algún día. Pero, se trata al final de intentar ver el mundo desde el punto de vista de otras personas.

Una artista escocesa que se llama Cathy Patterson inventó la biblioteca del futuro. Es un proyecto artístico de 100 años en el que cada año, durante los próximos 100 años, un escritor famoso dona un libro que va a quedar en secreto y no se va a leer hasta el año 2114. Y en ese momento, los 100 libros se imprimirán en papel de mil árboles plantados en un bosque a las afueras de Oslo. La primera persona que ha donado un libro ha sido la escritora canadiense Margaret Atwood, que nunca verá ese libro publicado en su vida. Nunca va a conocer a los lectores, pero es un proyecto cultural que amplía nuestra empatía más allá del tiempo.