Los últimos en lo suyo
Un tercio de los jubilados boomers no tendrá sustituto millenial. Su futuro retiro provoca que muchos oficios estén en peligro de extinción por falta de relevo, por la producción industrial o por el desarrollo tecnológico: José Enrique, el campanero gallego; Rafael, el arriero cordobés y Jaume, el apuntador catalán son tres de ellos
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Caldas de Reis (Pontevedra); Montoro (Córdoba); Barcelona
Estamos ya acostumbrados a ver informes de la consultora X y de la consultora Y que nos advierten de que más del 80% de los empleos en los que trabajaremos en 2050 todavía no los conocemos porque están por inventarse. Permítanme que lo dude porque ya sabemos que la mayoría de los informes públicos de las grandes consultoras dicen lo que quieren que diga su cliente. Lo que sí es totalmente cierto es que nuestra economía y nuestro mercado de trabajo se asientan sobre una bomba demográfica que está previsto que estalle en menos de diez años, cuando se prevé que casi cuatro millones de ocupados se jubilen. En ese sentido los datos hablan por si solos: un tercio de los jubilados boomers no tendrá relevo millenial.
Ya sabemos que faltan fontaneros, electricistas, afiladores y fareros, entre otras profesiones, pero en este reportaje sonoro hemos querido ir un poco más allá y buscar a personas que son únicas en lo suyo, que ejercen profesiones que, si nadie lo evita, desaparecerán, y con ellos una parte de nuestra historia. Ya sea por falta de relevo generacional, por la producción y mecanización industrial o por el desarrollo de las tecnologías muchos oficios están en peligro de extinción.
En Arcos da Condesa, una pequeña aldea en el municipio pontevedrés de Caldas de Reis está José Enrique López Ocampo, Chicho para los amigos, una persona que pasó su infancia entre barro y bronce. Él es el último campanero artesanal con taller de fundición en España. Sus campanas se pueden escuchar por toda la geografía española, pero también en países como México, Argentina e incluso Kenia, Sin embargo, el gran encargo de su vida han sido las campanas de la Catedral de la Almudena de Madrid. De joven trabajó en los astilleros Rodman y se dedicaba a construir yates de lujo, pero pronto volvió a la aldea para continuar con el oficio de su padre, de su abuelo y de toda su familia desde 1630. En esta fábrica de sonido se hacen entre 15 y 20 campanas al año porque el proceso de elaboración es complejísimo. Cuenta Chicho que en fabricar cada una tarda, aproximadamente, tres meses: primero prepara tres moldes de barro de la campana, superpuestos, sin que se peguen. Una vez secos, rompe el del medio y ese será el espacio donde echará el bronce. Los moldes se entierran bajo tierra y se hacen unos regueros por dónde va el bronce fundido, en horno de leña. Así, bajo tierra, el bronce de la campana se enfría lentamente y evita que se rompa. “A los clientes les doy la garantía que quieran porque una campana dura, por lo menos, doscientos años. Yo he cambiado alguna campana de mi bisabuelo y de mi abuelo, pero nunca mía”.
Todos conocemos el significado de la expresión “arrieritos somos y en el camino nos encontraremos”, pero la mayoría desconoce que el de arriero es uno de esos oficios que sobrevive mejor en el refranero popular que en la realidad. Y que ya es muy difícil encontrárselos en ningún camino, salvo en las escarpadas laderas de Sierra Morena, en Córdoba. Allí, en las pendientes en las que no entran máquinas ni tractores están ellos con sus yuntas preparados para convertir esas tierras fértiles, pero de difícil acceso, en tierras productivas para el olivo. Una yunta es una pareja de bueyes o mulas que trabajan unidos en las labores del campo por medio de un aparejo. Rafael Cuadrado tiene 18 mulos con los que va de aquí para allá. El esfuerzo y la fuerza física que tiene que emplear un arriero para recolectar la aceituna es tremendo y la dedicación para cuidar a sus mulos, a sus bestias, como los llaman ellos, es total: “Se les enseña desde que tienen 15 meses a labrar en el llano. Como les pegues y los maltrates ya no quieren hacer las cosas. Tienes que llevarlos con mucha suavidad y hay que cuidarlos bien, que estén hartitos de comer… y luego ya van ellos solos agarraditos a los mulos más viejos que les van enseñando”.
Por último, en un rinconcito de Barcelona encontramos a Jaume Tribó, el apuntador de todos los cantantes de ópera que han pasado durante los últimos 50 años por el Gran Teatre del Liceu. “Estoy siempre escondido, pero parece que ahora, a mi vejez, me voy a hacer famoso”, dice Tribó. Él es un maestro de la música, pero también de la ironía. Lleva toda la vida detrás del escenario, invisible para el gran público, pero muy a la vista de los intérpretes. A pesar de que siempre ha vivido en Barcelona, ha tenido la oportunidad de viajar por medio mundo y habla español, catalán, francés, italiano, alemán y un poco de checo y ruso. Cuenta que cuando iba de pequeño a ver ópera él pensaba que los cantantes nunca se equivocaban. Sin embargo, se ha pasado media vida tratando de solucionar lapsus de memoria durante las representaciones: “Desde pequeño quise ser apuntador. Yo entraba a los ensayos y aprendí lo que tenía que hacer y lo que no tenía que hacer". Muchas de sus anécdotas las cuenta en un pequeño librito escrito por Jaume Radigales que lleva por título 'Memòries d'un apuntador: records des del coverol del Gran Teatre del Liceu', publicado por Huygens Editorial.
Ya sabes que cada maestrillo tiene su librillo así que, si has llegado hasta aquí, lo mejor es que te escuches el podcast del reportaje para que sean Chicho, Rafael y Jaume quien te cuenten sus propias historias.
Daniel Sousa
Es redactor en EL PAÍS Audio y colabora en ‘A...