No, no quiero
Los matrimonios forzados siguen siendo una realidad en nuestro país pese a ser una práctica ilegal recogida específicamente en el Código Penal. Esta es la historia de tres niñas que se vieron forzadas por sus familias a casarse con alguien a quien ellas no habían elegido
No, no quiero
Madrid
Balde nació en Barcelona hace 29 años, pero empezó a vivir a los 25. En el salón de su casa en Sarrià de Ter, un pequeño pueblo de Girona, repasa con una fortaleza admirable los pasos que siguió para tener, por fin hoy, la vida libre que siempre había deseado. Balde en realidad no se llama Balde, pero prefiere ocultar su nombre en este reportaje para evitar las represalias del hombre con el que se vio obligada a casarse y a convivir durante más de ocho años.
Todo empezó cuando ella era apenas una adolescente de 15 años y estaba jugando con sus amigas en la plaza del pueblo. Entonces su hermano fue corriendo a buscarla: los padres la estaban esperando en casa. Al llegar, ella los vio contentos. Había una fiesta, mucha alegría en el ambiente. Balde no lo sabía, pero en ese salón se estaba llevando a cabo su propia boda con un hombre que ella no había escogido. Casarse, con apenas 15 años, había sido una imposición desde Gambia del abuelo paterno. Y sus padres, como manda la tradición, habían acatado la orden convencidos de que estaban haciendo lo mejor para su hija.
A pesar del matrimonio, Balde vivió hasta los 18 años en casa de sus padres. Con la mayoría de edad le tocó mudarse a un piso con su marido, donde instaló un cerrojo en la puerta de la habitación para evitar, no siempre con éxito, que él entrara. "Yo pensaba: aguanta, aguanta, que algún día te vas a escapar". Y así Balde aguantó ocho años de palizas, malos tratos y un sentimiento de incomprensión por parte de su familia que se vieron interrumpidos el día en el que una agente inmobiliaria la ayudó a encontrar un piso para ella sola. A partir de ahí Balde comenzó a preparar su huída: "Tenía la ropa organizada en el armario para que, cuando tuviera la oportunidad, pudiera guardarla toda y salir corriendo".
Y así lo hizo. Un día en el que su marido se iba unas horas a Barcelona llamó a su mejor amiga y un amigo que tenía una moto, y con ellos emprendió su escapada. "Mientras yo bajaba por las escaleras, él subía por el ascensor. Es una imagen que no voy a olvidar nunca", recuerda. Entonces, su vida comenzó a recomponerse poco a poco. El exmarido la acosaba, la perseguía, la amenazaba; pero ella aguantó una vez más. Su familia, después de muchas horas de conversación, la acabó aceptando y su padre disolvió el matrimonio. Hoy, Balde está casada con aquel amigo, el "hombre blanco de la moto", que la ayudó a escapar. Con él tiene ahora una hija de cuatro años y un bebé de apenas 10 meses. Su vida es, por fin, como ella siempre había deseado.
Una doble ruptura
La historia de Balde se repite en muchas otras familias con las que convivimos a diario en España. La de Balde es la historia también de Aminata, que nació en Mataró (Barcelona) y sus padres, de origen gambiano y senegalés, la obligaron a casarse con un primo cuando ella tenía 16 años. Es también la historia de Aya, que nació en Girona y estuvo a punto de contraer matrimonio con un hombre al que no había visto nunca. Las tres, sin embargo, no solo han logrado escapar del destino impuesto por sus familias. También han conseguido la comprensión de sus padres, con quienes han acabado reconciliándose y han abierto camino a las generaciones más jóvenes de la familia. A sus hermanas y a sus hermanos a los que ya ni se les plantea esta posibilidad en casa.
"Estas situaciones afectan directamente a la familia y a la comunidad de origen. Es muy difícil que las chicas expliquen lo que les está pasando sabiendo que pocas personas la van a comprender y que están poniendo en riesgo a su familia", explica Núria García, técnica de la asociación Valentes i Acompanyades, un organismo que desde el año 2015 trabaja en Catalunya para prevenir sobre estas prácticas y apoyar a las jóvenes víctimas de matrimonios forzados. "Muchas piden ayuda cuando la situación es ya insoportable. Romper un matrimonio también tiene consecuencias para los padres -especialmente para la madre- que serán señalados por la comunidad de origen por no haber sido capaces de educar bien a su hija y llevarla por el buen camino. Esto las chicas lo saben, y además del dolor por tener que romper con la familia, se sienten culpables por las consecuencias que sufrirán sus seres queridos por la decisión que ellas han tomado", subraya García.
Valentina Rojo Squadroni
Uruguaya de nacimiento, catalana de adopción...