Conmovidos y avergonzados
"Mientras eso siga así, podemos hacernos todas las trampas al solitario que queramos, gobierne quien gobierne, en España y en Europa, pero si no hay cambios en el diseño, en la filosofía, si no empezamos a hablar de personas, en abstracto, y no de migrantes como si fueran una plaga, si todo eso no cambia, desastres como el de Melilla volverán a ocurrir", la opinión de Carles Francino
Conmovidos y avergonzados
MADRID
Si somos medianamente honestos y apelamos a la decencia colectiva, deberíamos reconocer que lo ocurrido este fin de semana en la frontera de Melilla no puede sorprender a nadie. Otra cosa es que las imágenes de cuerpos amontonados o de fosas abiertas a toda prisa nos puedan conmocionar, porque algo de sensibilidad todavía nos queda, pero tampoco nos engañemos. Porque esa misma conmoción se ha disparado en otros episodios, ya sea la tragedia de Tarajal, la imagen del niño Aylan o los dramas que acompañan a cualquier naufragio de una patera. Pero igual que llegan, las emociones se van.
Sin embargo, la cuestión de fondo sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso: Europa decidió hace tiempo blindarse ante la llegada de personas que huyen de la guerra o de la miseria; eso incluye vallas en las fronteras, vigilancia marítima, expulsiones de dudosa legalidad y subcontratación a países como Marruecos o Turquía para que actúen de diques de contención.
Mientras eso siga así, podemos hacernos todas las trampas al solitario que queramos, gobierne quien gobierne, en España y en Europa, pero si no hay cambios en el diseño, en la filosofía, si no empezamos a hablar de personas, en abstracto, y no de migrantes como si fueran una plaga, si todo eso no cambia, desastres como el de Melilla volverán a ocurrir. Otra cosa es preguntarnos por qué a los africanos se les echa a patadas, pero más de cien mil ucranianos que huyen de la guerra ya están instalados en nuestro país, y varios millones por Europa, sin que haya crujido ninguna estructura. Hay que alegrarse por ellos, sin ninguna duda, y felicitarnos por la rapidez de reflejos; pero también plantearnos porque unos sí y otros no. Y si somos sinceros a la hora de contestar, es posible que la respuesta no nos guste. O nos incomode. Pero es lo que hay.
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