Igual no les suena mucho la historia, pero ha ocurrido esta semana en Europa. 38 personas (22 hombres, 9 mujeres y 7 niños) han tenido que sobrevivir en un islote, abandonados. Cuentan que una niña de cinco años murió allí mismo, en un islote que no tiene ni siquiera nombre entre Grecia y Turquía. ¿Cómo es que no ha trascendido apenas que unas 40 personas han sobrevivido como náufragos? Eran migrantes, que procedían de Siria, de una guerra que no es la de Ucrania y que tuvieron que ponerse a gritar para que les rescatasen. Grecia decía que era territorio turco y Turquía decía que era territorio griego y así pasaron los días. Los supervivientes se quejan de que les han tratado, literalmente, como a la pelota de un partido de fútbol, y las ONG denuncian que incluso les llegaron a devolver a la fuerza: las llamadas devoluciones en caliente. Eso nos suena mucho más. En el Reino Unido han optado por las deportaciones a Ruanda, sean los refugiados de donde sean. El gobierno de Boris Johnson mantuvo ese plan aunque, como se supo ayer, un funcionario les detalló que en Ruanda se producen detenciones, torturas y asesinatos. Pero es lo que hay: se devuelve a la gente a la fuerza o se les manda a Ruanda. A la gente que viene del sur. En esas estamos. A la espera, por cierto, de saber si aciertan las encuestas y la extrema derecha gana las elecciones en Italia. Acabamos de recordar el aniversario de la toma de Kabul por los talibanes. Hemos descrito la opresión contra las mujeres. Sabemos de qué huye la gente que huye. Otra cosa es que queramos verlo o que nos vaya mejor indignarnos, sólo, de aniversario en aniversario.