"Cuando caen bombas al menos tenemos un refugio, pero de una fuga nuclear no nos salvaría nada, por eso huimos"
Numerosos ucranianos abandondan la zona de la central de Zaporiyia ante el riesgo de un accidente nuclear en la central
Enviado especial a Tomakivka (Zaporiyia)
"Mira, -muestra fotos en su móvil- desde mi ventana se puede ver la central, está a solo 7 kilómetros en línea recta, por eso me he tenido que marchar, no puedo soportar más el pánico a una crisis nuclear, las bombas caen cada vez más cerca, y si hay una fuga no podremos hacer nada", alerta Vera, de 50 años, natural de Marganets, la localidad ucraniana de 46.000 habitantes (antes del inicio de la invasión rusa) situada justo en frente de la central nuclear que desde el inicio del conflicto marca muchos de los termómetros de esta guerra.
La mayor instalación atómica de Ucrania y Europa, la de Zaporiyia, está en la orilla de enfrente de la casa de esta funcionaria, en el cauce de la que se ha convertido en la gran línea del frente, el río Dniéper. Ella se había acostumbrado a convivir desde hace meses con las escenas de los rusos al otro lado del río, desde que ocuparon la central, que realmente se ubica en el pueblo de Energodar, donde incluso su alcalde, pro ruso, insiste en acusar a los ucranianos de ser los autores de los bombardeos que han provocado ya la caída de las principales líneas de suministro al tendido eléctrico ucraniano. Algo de lo que Kiev acusa al ejército ruso.
Más información
En todo caso, esta escalada de ataques en el entorno de la central pone en evidencia el uso que Putin hace de las energías como válvula de presión en esta guerra. De la central ocupada por sus tropa depende directamente el 20 por ciento del suministro eléctrico de Ucrania y los continuos escarceos militares en sus alrededores han disparado todas las alertas internacionales.
Este fin de semana los expertos de la Organización Internacional para la Energía Atómica confirmaban de nuevo la desconexión total de la planta del tendido eléctrico, de la última línea que funcionaba, a la vez que señalaban que ahora mismo solo se aporta energía con una línea auxiliar, también la última que queda. Cerrar el grifo de Zaporiyia al cableado ucraniano en pleno otoño invierno supondría todo un reto para el país, pero preocupa también que esta estrategia pueda poner en peligro el suministro hacia la propia central, fundamental para mantener a la temperatura adecuada los 6 reactores de agua presurizada.
Esta crisis ha vuelto a hacer girar todas las miradas hacia Zaporiyia, uno de los escenarios clave desde el inicio de esta invasión pasados ya los primeros 6 meses. Por aquí han pasado desde los refugiados de la castigada Mariúpol hasta los de otras zonas castigadas por los misiles y morteros rusos, pero ahora todo se juega en el escenario nuclear.
Vera sigue pasando fotos en la pantalla de su teléfono, tomadas desde su huerta plantada de patatas, de la que decidió salir hace solo unos días acompañada de su hija. Su marido se ha quedado en la casa familiar y su madre, que vive aun más cerca de la central, se niega a abandonar su hogar. Enseña más fotos de los restos de munición y de los daños en edificios como colegios o un museo de la ciudad.
"La situación es horrible y verdaderamente complicada, todo el mundo vive con mucho miedo ante lo que está pasando con los bombardeos junto a la central", explica Maxim, de 36 años, también de Marganets y amigo de Vera. "Mis padres tampoco quieren salir de allí y temo mucho por ellos", dice cabizbajo, añadiendo que ha llegado hasta aquí buscando un lugar seguro para su mujer y su bebé de 4 meses.
Ambos se han refugiado por el momento en Tomakivka, a 37 km del centro de Zaporiyia y a 25 de la orilla del río, donde convivían con la sombra de las chimeneas de la central nuclear. Ambos hablan "del trauma psicológico de vivir con la amenaza nuclear, porque cuando caen bombas sabes que tienes la posibilidad de meterte en un refugio bajo tierra, pero si siguen las bombas en la central y la una fuga nuclear no habrá nada que nos pueda proteger", dice Vera, que se queja de que aún no les han repartido pastillas de yodo a pesar de ser los vecinos más cercanos a la central, a este lado del río.
Ella, además, tiene familiares al otro lado, en la zona ocupada por los rusos. "Dicen que les falta comida y que pasan mucho miedo , pero no pueden salir de allí", asegura. "Teníamos esperanza hasta hace unos días, las expectativas de la misión de la ONU eran muy altas pero de momento no hay resultados que podamos ver, los cortes de suministro continúan y la tensión también", añade Maxim, desesperanzado.
A pocos metros de ellos está la parada del autobús con el que espera alejarse un poco más de la central otro vecino de los reactores, Serguei, natural también de Marganets y que transita por esta localidad porque es la carretera más directa para salir hacia la ciudad de Zaporiyia. "Los ataques y los riesgos son cada vez mayores así que mi mujer y yo no aguantamos más y hemos decidido salir. Ucrania y Rusia se acusan de los ataques, pero lo cierto es que el peligro es cada vez mayor y no podemos arriesgarnos más a quedarnos allí, aunque desgraciadamente mis padres se han quedado, se niegan a salir de su casa de toda la vida", se queja.
"La principal razón por la que estamos saliendo muchos es por la central nuclear, porque de verdad sentimos miedo. Hasta ahora pensaba en refugiarme bajo tierra cuando caían bombas en la zona, así llevaba 6 meses, pero si de verdad se daña la central no tendremos sitios donde ponernos a salvo, porque de la energía nuclear no te salva nadie viviendo tan cerca de ella", lamenta.
La maestra de Nikopol que ha huido del "riesgo nuclear", pero sigue dando clases
Alina es una profesora de 39 años natural de Nikopol, otra localidad con vistas a la central nuclear a la que en realidad miran ahora con tensión desde casi todo el planeta. "Yo vivía en un quinto piso, en un apartamento donde veía todos los bombardeos al lado de la central, no podía soportar más ese miedo y por eso decidí salir con mi hija, porque creo que ahora la situación si que está peor que nunca, escapé porque la situación de la planta nuclear es extrema, y ya no soportaba más las alarmas y el sonido de las bombas o los mensajes de las autoridades sobre el peligro", lamenta, a este lado oeste del río.
Lleva poco más de una semana en Tomakivka en compañía de su pequeña Nadiya, de 9 años, que como todos los niños de esta parte este del país siguen sin retomar las clases presenciales, aunque sí están en su particular vuelta al cole de septiembre, pero a través de las pantallas, "yo sigo dando clases online, hay que seguir", añade Alina. A ella tampoco le han repartido pastillas de yodo.