A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
Opinión

Las causas justas

"Las chicas del Van Gogh se han limitado a dañar un poquito el marco del cuadro. Han quedado como tontas, es verdad. Habría que pensar en cómo quedamos nosotros, los demás, tan indignados por esa tontería y tan incapaces de afrontar correctamente un asunto tan grave como el climático"

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Madrid

Ay, las buenas intenciones.

La de tonterías que se hacen por una causa justa.

Un caso extremo es el de esas dos chicas que el viernes arrojaron sopa de tomate sobre un cuadro de Vincent Van Gogh, “Los girasoles”. Querían llamar la atención sobre el peligro del cambio climático, dijeron. En realidad, lo que llamó la atención fue la confusión mental de las activistas. La organización a la que pertenecen, Just Stop Oil, algo así como Detened el Petróleo, explicó que, además de alarmar sobre el clima, las chicas querían protestar por el encarecimiento del gas y las gasolinas. Y eso suena contradictorio.

Es como aquel chiste de Woody Allen en el que habla de un restaurante: la comida es repugnante, dice, y encima las raciones son muy pequeñas. Pues eso. Si no te gusta la porquería, procurarás comer la menor cantidad posible. Si estás en contra de los combustibles fósiles, lo que te conviene es que cuesten tan caros que nadie pueda usarlos.

La lucha contra el cambio climático es una causa justa, sin duda. Que la actividad humana está contribuyendo a una alteración del clima admite poca discusión entre los científicos, aunque alguna hay. El problema de esta causa justa consiste en lo mal que se defiende. Para empezar, la izquierda ha decidido que lo del clima es suyo y que a la derecha no le interesa: esa es la mejor manera de que la derecha no se interese. Tampoco ayuda que se atribuya automáticamente al cambio climático cualquier tormenta levantina de septiembre, de las de toda la vida.

Para continuar con las cosas mal hechas, cuando los gobiernos toman decisiones para reducir la emisión de gases, suelen hacerlo en contra de los más débiles. Como cuando Macron quiso salvar el mundo poniendo por las nubes el precio del gasóleo, ese combustible mayormente utilizado por los millonarios que viven en las ciudades.

Y para terminar, porque somos hipócritas. Los líderes acuden a las reuniones internacionales sobre el clima en aviones privados y comitivas de limusinas, justo lo que no debería hacerse. Los otros criticamos, pero de vez en cuando nos gusta hacer un crucerito en uno de esos barcos gigantes que contaminan lo que no está escrito o tomar el avión (otro trasto muy contaminante) a tal ciudad sólo porque el viaje sale barato.

Al final, las chicas del Van Gogh se han limitado a dañar un poquito el marco del cuadro. Han quedado como tontas, es verdad. Habría que pensar en cómo quedamos nosotros, los demás, tan indignados por esa tontería y tan incapaces de afrontar correctamente un asunto tan grave como el climático.

 
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