"Quien coge un violín no coge un fierro"
Con esa frase, el Secretario de Cultura Ciudadana de Medellín resume el objetivo de algunas de la iniciativas por las que apuesta la alcaldía de la ciudad para ofrecer alternativas a los jóvenes de los barrios más desfavorecidos. “La cultura ha sido fundamental para volver a generar confianza y también para tramitar los dolores que la guerra ha generado, no solamente en Medellín, también en toda Colombia”, añade Álvaro Narváez.
"Quien coge un violín no coge un fierro"
Medellín, Colombia
La Red de Escuelas de Música de Medellín cumple ya más de 25 años. “Fue el primer paso para decir que desde el arte y la institucionalidad se iba a dar una batalla para construir paz a través de la música”, explica Álvaro Narváez. “La red ha logrado que familias enteras se hayan transformado, que le hayamos quitado niños a la guerra”.
En 1993 en Medellín la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes era de 382. Desde el principio el objetivo de la red fue llevar arte y cultura “a los barrios que más dolor y sufrimiento tenían por la violencia urbana en una ciudad que tuvo la guerra interurbana con más muertos del mundo”.
Manrique es uno de esos barrios. “Aquí el 90 % de la población es de estrato 1 y 2, es decir, de muy bajos recursos económicos y eso se traduce también en dificultades sociales” explica John Jairo Baena que dirige la Escuela Montecarlo. “Esto es una burbuja que acoge a niños y niñas que se refugian de lo que pasa fuera, la gran mayoría no quiere salir de la escuela y nosotros nos encargamos de garantizar un entorno protector”, concluye.
Las propuestas culturales con este mismo objetivo incluyen también talleres de baile, grupos de teatro, bibliotecas públicas… y cine: “El cine que se ha hecho Medellín ha buscado narrar las historias de la ciudad muchas veces con actores naturales buscando que los mismos protagonistas sean los que hayan vivido esas historias”, explica Narváez. Ese cine ganó la Concha de Oro en la última edición del Festival de San Sebastián.
La película Los Reyes del Mundo cuenta la historia de un chaval que después de recibir una carta de la oficina de restitución de tierras del gobierno colombiano trata de recuperar la tierra que perteneció a su abuela e inicia un viaje acompañado de 4 amigos. Tras ese argumento está la realidad de cinco chicos de barrios marginales de Medellín que comparten el sueño de tener un lugar en el mundo donde ser libres, donde estar a salvo, y donde construir su propio reino.
Los protagonistas, en línea con lo que señalaba el Secretario de Cultura, no son actores profesionales. Les escogieron en la calle, mientras vendían dulces en una esquina; en una carretera, practicando azote, o gravity, un entretenimiento de riesgo que consiste en subir por autopistas en bicicleta, atados a camiones y descender después a toda velocidad; o en el casting organizado en un centro de reclusión de menores. Todos tienen algo en común, según Mirlanda Torres, la productora: “Están buscando un pedazo de tierra donde ser aceptados, donde nadie les expulse”.
No trabajaban con un guion. La directora sólo les daba algunas técnicas de actuación y les explicaba cómo gestionar las emociones requeridas en cada escena. Lo que se ve en la pantalla tiene mucho que ver con lo que es su día a día: “Es su realidad, se enfrentan a cosas así todo el tiempo; sienten la ira, la frustración con la sociedad, y no sólo ellos, también cantidad de chicos de sus grupos”.
Durante el rodaje dos de ellos colaboraron también con los departamentos de iluminación y arte, y ahora, junto con otros dos de los chicos, han empezado un diplomado de cine. El quinto se prepara para sacarse el carnet porque su sueño es conducir una mula, uno de esos grandes camiones de transporte de mercancías.
La ficción, lo que han vivido detrás de la pantalla, puede acabar cambiando su día a día. Aunque la realidad, para ellos y para muchos como ellos, siga siendo la que es (“Ellos tienen muchas tentaciones de meterse en sus barrios en temas de violencia), algo ha cambiado (“Ya saben que hay muchas más opciones, y ya tienen la capacidad de decidir si estar o no estar en ese lugar y creo que lo van a hacer”). El cine, concluye Mirlanda Torres, “les abrió la posibilidad de merecerse cosas buenas, algo que ellos no pensaban”.
En la ciudad que en los años 80 y 90 fue considerada la más violenta del mundo, donde el asesinato, el secuestro, y los coches bomba, formaban parte del día a día, la cultura se abre paso como herramienta para construir un futuro en paz. De momento, aquella tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes que en los 90 estaba por encima de 380, en 2022 apenas supera el 7.
Rafa Panadero
Ha desarrollado casi toda su carrera profesional...