'¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?', una obra clave de la ciencia ficción postmodernista
Una novela oscura, obsesiva y claustrofóbica que habla de la verdadera inteligencia, la vida, la muerte, la identidad o la fusión de lo artificial y lo natural
'¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?', una obra clave de la ciencia ficción postmodernista
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Philip K. Dick nació en Chicago en 1928 y murió en Santa Ana, California en 1982. Su obra exploró temas filosóficos, sociales y políticos, con historias dominadas por corporaciones monopolísticas, universos alternativos, y estados alterados de conciencia, que con frecuencia se basaron en las experiencias de su vida al abordar la naturaleza de la realidad, la identidad, el abuso de drogas, la esquizofrenia y la trascendencia. Llegó a publicar un total de 36 novelas y más de 120 relatos cortos. Se han hecho muchas adaptaciones cinematográficas de sus obras. La más famosa es 'Blade Runner', basada en '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?', pero no menos conocidas son 'Asesinos cibernéticos', 'Minority Report', 'Desafío total', 'Next' o 'Paycheck'.
'¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?', publicada en 1968, es una novela clave de la ciencia ficción postmodernista que nos habla de la verdadera inteligencia, de la vida y la muerte, la búsqueda de dios, la identidad y la fusión de lo artificial y lo natural, concepto que 15 años después serviría de base para construir todo un nuevo género, el ciberpunk. Es una novela oscura, obsesiva y claustrofóbica.
Las formas obsesivo-compulsivas con las que tendemos a alienarnos a nosotros mismos
Philip K. Dick exploró una y otra vez a lo largo de toda su obra tres temas interrelacionados: la naturaleza múltiple y subjetiva de la realidad; la diferencia entre lo humano y lo mecánico, el original y la copia; y –sobre todo al final de su carrera– la búsqueda de dios. La novela de Dick se preocupa por las formas obsesivo-compulsivas en las que tendemos a alienarnos a nosotros mismos. Otra de las obsesiones presentes en sus novelas es la dificultad de distinguir entre lo genuinamente humano y la copia desprovista de alma. Esta diferenciación entre uno y otra es lo que forma el corazón de '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?', enfrentando a unos humanos cada vez más incapaces de experimentar vida emocional y unos sofisticados androides que ya cuentan con inteligencia propia pero que todavía buscan la capacidad de sentir.
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Los androides comenzaron siendo organismos bastante primitivos, pero grandes empresas desarrollaron modelos cada vez más perfectos e indiferenciables de los seres humanos. Sin embargo, esas mejoras en su inteligencia no vinieron acompañadas con un mayor reconocimiento legal o social. Siguen siendo considerados como objetos carentes de personalidad y, por tanto, de derechos. En esas circunstancias, no es de extrañar que muchos desesperen a causa de la esclavitud y el aislamiento a los que son sometidos en las colonias, llegando, con demasiada frecuencia, a asesinar a sus amos humanos para escapar. Oficialmente prohibidos en la Tierra, si su presencia es detectada se los marca para retirarlos (claro eufemismo para asesinarlos) hayan o no cometido un crimen.
Los personajes de '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' necesitan sentir algo, lo que sea. Deckard se enfurece con su mujer cuando esta programa lo que él cree que es una depresión sin sentido alguno, mientras que ella la interpreta como la necesaria expresión de una angustia existencial derivada de vivir en un mundo arrasado por la guerra nuclear. Ella está respondiendo así de forma intuitiva al vacío de vida, animal, vegetal y humana, en que se está sumiendo la Tierra. Esa línea divisoria que permite distinguir al hombre de su creación es la empatía, esto es, la capacidad de percibir lo que otro individuo puede sentir y participar de ello. Los humanos tienen empatía; los androides no y, por tanto, se puede acabar con ellos sin censura ni remordimiento.
Un interés desmesurado por los animales
En ausencia de una vida social normal, los hombres centran su necesidad de dar cariño y atención en los animales domésticos. Pero como los auténticos son tan escasos que resultan inasequibles para un salario normal, la mayoría se ve obligada a comprar animales artificiales casi indistinguibles de los reales. Por un lado, esa posesión les brinda una ilusión de estatus social (cuanto más grande y sofisticado biológicamente sea el animal, más alto es el escalafón social que ocupan sus propietarios); por otro, alivian su sentimiento de culpa por haber exterminado la auténtica vida natural del planeta; y, finalmente, les proporciona un objetivo hacia el que canalizar su empatía. Ese interés desmesurado por los animales en contraste con la frialdad que se dispensa a los humanos es, por otro lado, corriente en nuestra propia sociedad.
En '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' casi todos son fieles seguidores del Mercerismo, una difusa religión que incluye conectarse a una "caja de empatía", aparato que no está bien descrito pero que funciona conectando la mente del usuario con las de todas aquellas otras personas a su vez fusionadas con el aparato, en una experiencia emocional común y reiterativa centrada alrededor de la imagen de un anciano conocido como Wilbur Mercer. En esa ilusión en la que se sumergen todos los devotos, Mercer sube trabajosamente una colina huyendo de unos misteriosos perseguidores. Al llegar a la cima es lapidado hasta la muerte y desciende al mundo–tumba para resucitar y reanudar su ascenso. Los usuarios de la caja de empatía no solo comparten el tormento y el éxtasis del anciano, sino que sus cuerpos acusan físicamente las heridas sufridas por él.
Como en otras novelas y cuentos de Dick, en '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?' la religión se convierte en una especie de objeto de consumo de masas al que se accede por la mediación de una máquina en la que bien podríamos pensar como antecesora del mundo virtual del ciberpunk. La exploración empática con los androides contrasta con la incapacidad del propio Deckard para fusionarse con Mercer a través de la caja de empatía. Él mismo admite que no entiende la religión, lo que lo acerca más a los androides que debe retirar que a sus congéneres humanos absorbidos por las realidades virtuales del mercerismo.
Este artículo incluye fragmentos del artículo de Manuel Rodríguez Yagüe publicado en 'Un universo de ciencia ficción' y en la web cualia.es