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¿Cómo lo hacía Lubitsch?

Se cumplen 75 años de la muerte de Ernest Lubitsch, uno de los grandes de la comedia en el cine

Ernst Lubitsch, en su silla de director

Durante años, cuando Billy Wilder escribía un guion tenía sobre su mesa de trabajo un cartel con la siguiente frase: “¿Cómo lo haría Lubitsch?”, Wilder había comenzado su carrera como guionista escribiendo para él y le consideraba su gran maestro. Cuando se atascaba en alguna escena miraba el cartelito con la frase, reflexionaba, y siempre encontraba la solución. Pero un 30 de noviembre de 1947 el maestro murió. La flor y nata de Hollywood se reunieron en el cementerio para llorar al que sin duda era uno de los mejores directores que el cine había conocido hasta entonces.

Ernst Lubitsch nació en Berlín, hijo de una rusa y un conocido sastre local. Con dieciséis años ya se subía a las tablas de los teatros y poco después debutó en el cine. En las pantallas alemanas alcanzó una enorme popularidad gracias a un personaje que aparecería en varias películas y que tenía ciertas resonancias familiares: un sastre judío llamado Meyer. Pronto empezó a dirigir sus propias películas. En unos años su popularidad en Alemania era tan grande como la de Charlot o Buster Keaton y, entre otras cosas, convirtió en estrella a la actriz Pola Negri antes de que diera su salto a Hollywood.

La fama de Lubitsch también saltó fronteras. Un día recibió una llamada de la estrella femenina del momento en el cine americano, Mary Pickford. La “novia de América” le reclamaba para que viajara a Hollywood y la dirigiera. Y Lubitsch viajó a la Meca del cine para rodar en 1923 Rosita, la cantante callejera. Pero su relación con la Pickford no resultó fácil. En las comedias de Lubitsch las puertas son a veces tan importantes como los propios actores. En muchas ocasiones las escenas transcurren a gran velocidad entre dos espacios, dos habitaciones, lo público y lo privado, y la historia pasa indistintamente de un lugar a otro. Otra característica de su cine es que muy pocas de sus películas están ambientadas en los Estados Unidos, la mayoría transcurren en Europa.

Los guiones perfectamente estructurados son también marca de la casa, así como los diálogos de influencia teatral. Y por supuesto también está el humor. Sus mejores películas buscaban siempre que el espectador se riera. La mezcla de todo ello daba como resultado eso que se dio en llamar “El toque Lubitsch”, ese no sé qué que tenían todas sus películas. Durante años cineastas y críticos han intentado descubrir en qué consistía el toque Lubitsch. Billy Wilder, su discípulo más aventajado, reconocía que no había manera de saberlo.

Greta Garbo y Melvin Douglas, protagonistas de Ninotchka de Ernst Lubitsch.

En 1939 rodó una de sus películas más conocidas. Los carteles que la anunciaban son históricos. Una risa era la causa: “¡Garbo ríe!”, anunciaba la publicidad de Ninotchka. Pero antes de Ninotschka su fama ya estaba sólidamente cimentada gracias a películas como La octava mujer de Barba Azul o la que el propio Lubitsch consideraba como su mejor película: Un ladrón en la alcoba. Casi todas las grandes estrellas de Hollywood se morían por trabajar con él. James Stewart, por ejemplo, lo hizo en El bazar de las sorpresas. En 1942 Lubitsch dirigió otra de sus obras maestras: Ser o no ser, una de las mejores comedias de la historia y una ácida crítica sobre el nazismo.

Carole Lombard y Jack Benny, protagonistas de Ser o no ser, de Ernst Lubitsch

Todos los que conocieron al director decían que era alguien excepcional. Tenía un gran sentido del humor y un gran ingenio que le servía, entre otras cosas, para sortear las zancadillas de la comisión de censura. Poseía también una gran memoria. Era capaz de recordar el nombre de hasta el último de los técnicos que trabajaban con él y lo sabía todo sobre ellos. Eso sí, Lubitsch tenía un vicio: fumaba puros sin cesar y quizá fuera esa la causa de los seis infartos que sufrió a lo largo de su vida. En 1947 la Academia de Hollywood le concedió un Oscar por toda su carrera. Lubitsch recogió la estatuilla y al hacerlo sintió una punzada en el pecho. Empezó a encontrarse mal, pero aun así atendió a los fotógrafos y periodistas. Después, sentado en la escalinata del Shrine Auditorium, esperó a que una ambulancia viniera a recogerle. Consiguió recuperarse, pero ocho meses después un nuevo infarto acabó con su vida. Era el 30 de noviembre de 1947. Tenía 55 años. Su prematura muerte dejó un gran hueco en el mundo de Hollywood. Muchos se preguntan cuántas obras maestras se quedaron sin ser filmadas.

 
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