Adopta hábitos que pueden mejorar tu calidad de vida
Los monjes son conocidos, entre otros aspectos, por la tranquilidad y eficiencia de sus rutinas. La autora de El hábito hace al monje despierta aspectos clave de la vida diaria llevados a cabo por los monjes en su afán por encontrar el equilibrio interno.

Meditación en las montañas / Oleg Breslavtsev

El retiro en un monasterio budista ayuda a volver a los orígenes, al silencio. Para alguien de ciudad, urbanita, ese silencio puede llegar a ser muy ruidoso, porque cuando cesan los estímulos que normalmente te distraen, empiezas a oír todo el ruido que tu cabeza aguarda.
Sonia Rico es instructora de Yoga, especialista en mindfulness y autora del libro El hábito hace al monje. Rico escogió esta frase hecha en su libro para hablar de los hábitos de las personas que viven en los monasterios. Los monjes y monjas que habitan estos lugares suelen ser muy sanos y vivir muchos años y no solo porque llevan una vida tranquila, también lo deben a una serie de rutinas que Sonia Rico ha conseguido recoger en el decálogo de su libro.
Decálogo de "El hábito hace al monje"
1. Contémplate todos los días y cultiva tu presencia. Practicar la meditación permite conocerse a uno mismo y encontrar la verdadera paz interior. Incorpora este hábito que solo ocupará veinte minutos de tu tiempo y te llevarás el beneficio las 24 horas de tu día. Aprovecha todo lo que hagas para entrenar tu atención. Se trata de que estés presente con todos tus sentidos, hagas lo que hagas. La vida solo es una y no sabemos cuándo será el último instante, así que ¡aprovecha para vivirla cada segundo!
Este primer hábito habla sobre introducir el silencio en tu vida diaria. Hay personas que lo hacen la primera media hora del día y también hay quien lo hace antes de ir a dormir. Esta última es una forma de acallar los pensamientos para dormir mejor. Tomar la decisión de trastear con el móvil antes de acostarse consigue que la persona llegue agitada a esa cota de sueño.
2. Sé consciente de tus dinámicas mentales para mejorarlas. Los pensamientos campan a sus anchas como las malas hierbas que crecen en un jardín. Así que ¡ponte el traje de jardinero y planta bonitas flores!
En este aspecto lo que se detalla y valora sobre la rutina de los monjes es la utilización del silencio para conocerse mejor a sí mismos. Conocer la propia mente es saber también qué ruidos la habitan, qué ideas aparecen una y otra vez y cuáles son esos miedos. Entonces, el autoconocimiento que adquieren los monjes a través de la autoobservación también podría ser aplicada individualmente por el resto de personas.
3. Limpia el polvo como si limpiaras tu alma. Los quehaceres cotidianos en el hogar son el entrenamiento perfecto para mantener la mente en el aquí y ahora. Cada vez que ordenes, friegues, barras, limpies o planches, aprovecha para soltar todo eso que ya no te sirve. Recuerda que siempre es una maravillosa oportunidad para cultivar tu presencia y mejorar tu existencia.
En este sentido, las tareas del hogar pueden contar con un sentido doble que permita al cuerpo humano entender que la limpieza no es únicamente externa, sino también interna. Por ejemplo, limpiar los cristales se puede interpretar como una nueva forma de mirar el mundo, a través de un espejo más claro y limpio.
4. Haz de tu cocina un templo. Prepara los alimentos como si cocinaras tu vida. Trata la comida como algo sagrado, ya que son los nu- trientes que alimentan tu cuerpo y tu alma. Aprovecha tus comidas para entrenarte en el aquí y ahora.
Este es uno de los puntos más importantes dentro de los templos. En la cultura zen, el cocinero suele ocupar uno de los mayores rangos dentro del monasterio. La pretensión del cocinero zen consiste en tratar el alimento como algo sagrado, debido a que lo que esa persona está cocinando dará vida a los demás. Esta rutina permite que las cosas humildes de la existencia tengan un significado.
5. Practica la felicidad orgánica. Se trata de simplificar al máximo. La felicidad no tiene que ver con la acumulación de cosas; al contrario, lo que verdaderamente produce satisfacción suele ser intangible: las relaciones cultivadas a fuego lento, el contacto con la naturaleza y una vida mucho más consciente contigo, con las personas que te rodean y con el planeta.
Aquí se trata de simplificar al máximo. La vida del monje se basa en unos ritos muy simples que suceden siempre a la misma hora, lo que produce un orden y una sincronización de los relojes internos con los relojes externos, que son los de la luz. Por lo tanto, la felicidad orgánica significa ir con la vida, el organismo va con el sol, lo que se traduce en levantarte, desayunar, comer, dormir, siempre a la misma hora en base a tener una vida ordenada.
6. Pásate a la vida lenta. Las prisas disminuyen la calidad de vida porque, sin saberlo, vivimos en contra de nuestra propia naturaleza. Reconectar con los propios ritmos y planificar mejor nuestro tiempo hace que nuestra vida mejore exponencialmente.
Aunque este pueda resultar difícil con los ritmos de vida actual, hay cosas que solo se pueden ver cuando se frena, ante el detenimiento. La vida lenta no es que se hagan menos cosas, sino que las que se hacen tengan mucha más profundidad.
7. Sé como la flor de loto. Para ser feliz debes conocer tu naturaleza. Aunque crezcas en el barro del malestar, siempre puedes atravesar el lodo de las dificultades y florecer exuberante hacia la luz. Las malas experiencias o las causas del sufrimiento humano, aunque no lo creas, son grandes maestras.
8. Practica los cinco ritos tibetanos. Ejercita a diario los movimientos de la eterna juventud que durante miles de años han practicado los monjes del Himalaya. Además de mantener tu cuerpo en forma, harás que la energía fluya sin obstáculos por todo tu ser, mejorando tu salud física, emocional y mental.
El ejercicio del que habla en este punto no son más que una media de cinco minutos de elasticidad, flexiones o un saludo al sol, en definitiva, cualquier ejercicio que nos resulte agradable. Este hábito puede prevenir muchas enfermedades, además de despertar el cuerpo para amanecer de otra forma. Se trata de un pasaporte a la vitalidad.
9. Cultiva la compasión. Experimentar en nuestro ser el sufrimiento de otras personas y sentir la necesidad verdadera de hacer algo para aliviarlo es la más elevada de las virtudes que pueda tener un ser humano. Procura cultivarla, poniendo atención primero en poder sentir eso por ti mismo.
La compasión a la que hace referencia no se basa en tener lastima o pena, es más sencillo. La cuestión es practicar la empatía y saber que desde el punto de vista de otras personas, las perspectivas pueden variar.
10. Da las gracias. Dedica varios momentos al día para agradecer lo que te rodea. Siente gratitud por respirar, un día más de vida y tener a tus seres queridos, tus aprendizajes, la naturaleza que te sostiene... El agradecimiento te conecta con la existencia y te hace sentir afortunado de estar vivo.




