'Avatar 2: El sentido del agua', James Cameron vuelve a romper las convenciones del cine de acción en una película con poca historia
El director regresa 13 años después con la segunda entrega, 'Avatar: el sentido del agua', un apabullante despliegue técnico que se olvida del guion
Londres
Avatar cambió, de alguna manera, el cine en 2009. Su título se convirtió en una palabra de uso frecuente, el disfraz de Na'vi una tendencia y marcó el imaginario colectivo, algo que pocas películas consiguen. Es cierto que Cameron es un experto en esto, gracias a películas como Terminator o a Titanic, pero con Avatar fue un paso más. Además logró 2.92 mil millones y ganó tres premios Oscar.
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Más de 13 años ha tardado en estrenar la prometida segunda entrega, ya que, según el cineasta, necesitaba crear la tecnología necesaria para poder culminar una película que tiene la mayor parte de su metraje bajo el agua. Ha merecido la pena el trabajo y la espera: el resultado de esa tecnología es espectacular. La acción es pura virguería, y el clímax final, que dura cerca de una hora, uno de los momentos más espectaculares del cine de acción. James Cameron se convierte en un inventor, como de alguna manera lo fueron los pioneros del cine en el siglo XIX, y los espectadores, con sus gafas de 3D puestas, sienten que pueden llevarse un mamporro en plena proyección. Como aquellos primeros espectadores del cinematógrafo temieron ser arrollados por el tren.
Cameron consigue el propósito en las escenas de acción pero falla en el guion, la base de toda historia. El problema es que el director no se ha hecho una pregunta artística y filosófica fundamental antes de crear un nuevo invento, la de para qué estaba creando toda esa tecnología. Parafraseando a Marshall McLuhan, el medio se convierte en el mensaje y eso no le va bien a esta entrega, cuya historia da vueltas sobre sí misma y se hace densa y aburrida. El filósofo canadiense argumentaba que el medio, en este caso toda esa nueva tecnología que usa el 3D, modela y controla la parte creativa. Y tiene razón, pero eso no es suficiente, sobre todo porque en la primera entrega la historia y el modo de contarla maridaban bien, y aquí es como si el vino blanco carísimo se comiera a un chuletón demasiado hecho.
Es cierto que ya en la primera entrega el argumento que cogía Cameron era sencillo. Una historia de superación. La de un soldado sin piernas que gracias a su avatar puede tener un nuevo cuerpo y enrolarse en una nueva misión para quitarle las tierras a una tribu que vive en armonía con la naturaleza. Ahí se desarrollaba una historia de amor en medio de una invasión americana con mensaje medioambiental (cuando todavía no estaba de moda ni veíamos la amenaza del cambio climático tan cerca) y anticolonial. Una película que desnudaba la militarización americana el mismo año que su la exmujer de Cameron, Kathryn Bigelow, honraba a los soldados americanos en Irak.
La sencillez funcionaba entonces. La tecnología y la historia, insistimos, iban de la mano. En la segunda entrega eso no ocurre. La historia da vueltas sobre sí misma, los personajes se mueven con acciones arbitrarias y el guion va sacándose ases de la manga para justificarse una y otra vez. Hay hasta momentos algo viejunos, como lo del padre y hombre protector, salvador de la integridad física y el honor de los hijos y la mujer, en 2022, después de un Me Too.
Tres hijos adolescentes, los protagonistas
Sam Worthington es ese padre que se ha quedado en los noventa y Zoe Saldana tiene menos protagonismo esta vez. El cameo de Sigourney Weaver o el nuevo fichaje de Kate Winslet -la matriarca, siempre detrás de su marido- de una nueva tribu acuática que conocemos en este filme, quedan también en un segundo plano. Los auténticos protagonistas son los hijos de esa familia, mitad humana, mitad Na'vi. Tres hijos adolescentes que se rebelan contra las decisiones estrictas del padre y acaban metiendo en líos a toda una comunidad.
Los personajes de la serie Sillicon Valley, un grupo de incels superdotados, usaban todo su conocimiento científico no para vivir mejor o para que la humanidad avance; sino para crear una aplicación que detectara pezones erectos. Ellos tampoco se habían hecho la pregunta de para qué queremos la tecnología.
Cameron tiene buenas intenciones, el mensaje humanista está presente, la defensa de la diversidad y aceptar al diferente en un mundo cada vez más airado, o la naturaleza como algo que proteger a toda costa. Avatar es también una historia sobre cómo lidiar con hijos adolescentes, cómo defender a la familia. Pero es cierto, que todo eso se olvida en la última de las tres horas de la película, donde el entretenimiento es el centro de todo. Ahí tienen la respuesta a la pregunta de Cameron, la tecnología sirve para hacer la historia más entretenida vista hasta el momento en una pantalla de cine. En realidad ese entretenimiento, el de Avatar no acaba aquí. Hay una franquicia completa. Avatar 3 ya terminó de rodarse y se estrenará en 2024, mientras que habrá otras dos más en 2026 y 2028.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...