«Siempre lo tratas mejor a él que a mí», «Claro, como ella es tu favorita», «Yo no le he hecho nada, es él que me chincha todo el tiempo»… Una de las cosas que convierten la tarea de criar a más de un hijo en una tarea difícil es la aparición de la rivalidad entre hermanos. Aunque puede ser vista como un fenómeno sin importancia, lo cierto es que puede tener consecuencias graves. Sobre todo si implica comportamientos violentos. Los estudios apuntan a que un 4% de los niños y adolescentes son victimizados de modo severo por sus hermanos. La violencia fraterna está asociada a problemas graves como depresión, ansiedad, presencia de agresiones y delincuencia. Los conflictos entre hermanos son más frecuentes en familias en las que existen modelos de violencia o una comunicación hostil. Los seres humanos nacemos con una predisposición a imitar. Esta tendencia es mayor cuando somos niños. Si los niños ven a adultos que son hostiles o agreden es más probable que se comporten del mismo modo. La edad también es un factor importante. Aparece una mayor rivalidad entre hermanos cuando la diferencia de edad entre ellos es menor a 2 años. Durante los dos primeros años de vida tiene lugar la formación del apego. El vínculo emocional que nos permite sentirnos seguros para explorar el mundo y desarrollarnos. El desarrollo de un apego seguro precisa de un cuidador que atienda de modo consistente las necesidades del niño. El nacimiento de un hermano durante esta etapa puede dificultar a los padres realizar este cuidado y que el hermano mayor pueda ver al pequeño como un competidor. La falta de tiempo dedicado a los hijos, el estrés parental y la percepción de baja autoeficacia de los padres se ha asociado con una mayor conflictividad entre hermanos. Tener un hermano es una fantástica oportunidad para entrenar habilidades sociales, dar apoyo y aprender a resolver conflictos. Pero desarrollar estas habilidades precisa de adultos que sirvan de modelo y provean de estrategias. Los niños necesitan saber y sentir que van a recibir atención material y emocional de su familia. Cuando aparece un nuevo miembro, necesitan notar que siguen siendo igual de importantes. Pero esto puede ser difícil cuando irrumpe un bebé que requiere muchos cuidados. Los hermanos que tienen relaciones de mayor calidad tienen padres afectuosos y que emplean normas coherentes. Más importante que lo que decimos es lo que hacemos. De poco vale que le digamos a nuestra hija que no grite a su hermana pequeña, si nosotros lo hacemos con su padre. Ayudarles a desarrollar habilidades empáticas favorecerá que acaben resolviendo los conflictos entre ellos. Si bien el proceso puede comenzar antes, es a partir de los 6–7 años cuando los niños comienzan a ser capaces ponerse en el lugar del otro de forma consistente. Una vez haya pasado la fase de ira inicial porque el pequeño estropeó sin querer su juguete favorito, podemos hablar con el mayor y explicarle que el pequeño no pensó que se fuese a estropear por meterlo en la bañera. “¿Recuerdas cuando la semana pasada cerraste la puerta y tu hermano pequeño venía detrás y se golpeó? Tú no le querías hacer daño, a veces metemos la pata sin querer”. El tiempo que pasan los padres con sus hijos está asociado a una menor conflictividad entre hermanos. En ocasiones podemos prestar más atención al que más se queja o al que consideramos que presenta más dificultades. Sin embargo, puede haber necesidades implícitas que se nos estén pasando por alto. Favorecer una comunicación fluida con tiempos individuales con cada hermano nos permitirá reforzar el vínculo y detectar mejor las necesidades de cada uno. Escuchar y validar la emoción no quiere decir validar un comportamiento. Desde luego, entenderemos y validaremos que la mayor esté enfadada porque el mediano curiosee su armario, pero de ningún modo aceptaremos un comportamiento violento hacia él. Dejarles claro que la violencia es inaceptable es de vital importancia. Las comparaciones aumentan la sensación de que existe “un favorito” y minan la autoestima. Podemos favorecer lo contrario resaltando comportamientos de orgullo y asertivos de un hermano hacia el otro. “Tu hermana estuvo diciéndole a sus amigas que eres el mejor hermano porque le curaste la herida cuando se cayó de la bici”. “Tu hermano te quiere mucho. Cuando empezaste a caminar te daba la manita para que no te cayeras”. También está en nuestra mano promover actividades que puedan llevar a cabo de modo conjunto, aunque adaptadas a su edad. Permitir que el mayor ayude en el cuidado del pequeño favorece su unión, pero obligarle a hacerlo puede generar el efecto contrario. El hermano mayor puede ser una base segura para explorar y dar apoyo ante situaciones estresantes a los más pequeños. Pero no es un padre, y no se le debe permitir que adopte este rol. No puede emitir normas, ni imponer castigos. Los roles deben ser claros y estar diferenciados. Tomando nota de algunas estrategias y con cuidado para que cada hijo sienta que tiene su espacio en la familia es posible favorecer una relación sana entre los hermanos. Además de dar ejemplo con nuestra manera de resolver conflictos y nuestro estilo parental. Aunque podamos pensar que las peleas entre hermanos son normales e incluso saludables, lo cierto es que conseguir que los hijos establezcan un vínculo equilibrado y sepan entenderse y apoyarse ayuda no solo a una mejor convivencia familiar, sino a que tengan una mejor relación de adultos y mayor bienestar emocional para toda la vida.