"Hay personas que viven con relativa normalidad alucinaciones visuales muy estructuradas y esa falta de miedo puede ser síntoma de algo"
Saul Martínez-Horta es neuropsicólogo y describe en 'Cerebros rotos' (Kailas, 2022) los casos clínicos de varios pacientes con conductas y comportamientos extraños provocados por distintas enfermedades neurológicas
Saul Martínez-Horta, neuropsicólogo: "Hay personas que viven con relativa normalidad alucinaciones visuales muy estructuradas y esa falta de miedo puede ser síntoma de algo"
Madrid
"Recuerdo que una persona me contó cómo llegaron a su casa 12 monjes encapuchados sin cara, algunos de ellos eran personas muertas, porque él los conocía de haber trabajado en una iglesia; y les puso los platos en la mesa para que se quedaran a cenar", cuenta el neuropsicólogo Saul Martínez-Horta (Barcelona, 41 años) en la Cadena SER. El especialista en neuropsicología clínica describe minuciosamente en su libro 'Cerebros rotos' (Kailas, 2022) los comportamientos, gestos, palabras, miradas de varios de sus pacientes y cómo a través de la observación y el análisis procede a desenmarañar los procesos cerebrales que dan lugar a una enfermedad neurológica.
Martínez-Horta habla de, literalmente, cerebros rotos. Personas que han desarrollado algún tipo de patología neurodegenerativa, algún tipo de alteración cerebral, que da lugar a distintas conductas que a priori son difíciles de explicar. Incluso fenómenos paranormales. El caso que cuenta al principio el neuropsicólogo, el de los monjes, es precisamente el de una persona que posee un deterioro cognitivo asociado a una enfermedad de Párkinson. Su alucinación era tan fuerte y disociativa que no le producía ningún tipo de miedo, más allá del desconcierto inicial. El especialista ha ganado mucha repercusión en Twitter, donde tiene más de 40.000 seguidores. Su hilo sobre una de las historias que cuenta en el libro se viralizó hasta alcanzar cientos de miles de 'me gusta': el relato de un matrimonio con problemas de memoria donde, como él mismo repite, el problema no suele estar precisamente en la edad.
Pregunta. ¿Por qué se rompe un cerebro?
Respuesta. Un cerebro se puede romper por muchos motivos, pueden ser rupturas mediadas por un accidente, por una enfermedad infecciosa, por un golpe o algo más irresoluble como son las enfermedades degenerativas.
P. ¿Por qué el ser humano necesita completar lo que percibe para construir la realidad?
R. Mucha gente no es consciente -y ese es parte del juego- de que el mundo que vemos, que sentimos, que vivimos, no es exactamente la realidad que hay ahí fuera. El cerebro no podría invertir tanta capacidad en resolver ese problema y lo que hace es reconstruirlo. Por ejemplo, todos tenemos un punto ciego en el ojo, un lugar desde el que no podemos ver nada, porque por ahí pasa el nervio óptico y a pesar de ello nadie vio un punto oscuro en su campo visual. Es una estrategia entre comillas fácil para no saturar al sistema nervioso de información.
P. ¿A dónde acudimos para esos 'rellenos'? ¿Tiramos más de emoción o de razón?
R. Es difícil de responder. Posiblemente tiramos de conocimiento previo. Sabemos que algunos de los sistemas neuronales que participan del dar sentido al mundo en el que estamos se nutren de información que hemos aprendido. De hecho, cuando alteras o una enfermedad destruye ese conocimiento adquirido, la percepción de la realidad se transforma. No es menos cierto que toda la parte emocional, más primitiva, más arcaica, la que ya no depende de nuestra experiencia en la vida, juega un papel brutal en cómo percibimos involuntariamente el contexto en el que estamos.
P. ¿Entonces hay tantas realidades como cerebros?
R. Posiblemente sí. De hecho la realidad que consideramos patológica la consideramos desde una óptica de lo que es la normalidad, acorde a una mayoría, acorde a lo que nos parece más plausible o más razonable. Esa otra realidad la consideramos anormal porque es minoritaria, porque no es la que vemos nosotros, pero sigue siendo una realidad la que construye otro tipo de cerebro.
P. ¿Y hasta qué punto somos conscientes de este proceso de rellenar o llegamos a creernos que es real algo que no lo es?
R. No llegamos a ser conscientes. De hecho, en el libro lo cuento así en determinados casos. Un ejemplo es en nuestros recuerdos. Ya no solo lo que vemos, sino lo que creemos recordar de un modo. Y en realidad es una transformación en ocasiones bastante grotesca de lo que realmente fue y no nos damos cuenta. Es algo que nos resulta difícil de asimilar y de aceptar que aquello que recuerdo tal y como lo recuerdo en realidad no es como realmente sucedió.
P. Dice usted en el libro que el aspecto de un recuerdo real y el aspecto de una fantasía pueden ser idénticos. No sé si apuntarme esto para futuras discusiones.
R. Exacto. Es un fenómeno muy, muy curioso. Yo pongo algún ejemplo típico, como el hecho de que mucha gente de nuestra generación, un poco más mayores, creen recordar que vieron el golpe de Estado de Tejero en directo cuando nunca se emitió por la tele en directo, se emitió por la radio y eso es un recuerdo transformado que no tiene nada de patológico. Es un buen ejemplo de cómo nuestra memoria nos juega ese tipo de malas pasadas. El problema es cuando el conjunto global de los recuerdos es una fábula, es una fantasía, o cuando el contenido de los recuerdos repercute en terceras personas por creer cosas que nunca han sucedido y que le puedan causar un daño. Ahí ya es un problema mayor.
P. Por sus características, ¿cuál diría usted que es la enfermedad neuropsicológica más compleja?
R. Todas las enfermedades que afectan al cerebro son extremadamente complejas. Todas, porque todas, más allá de los síntomas clínicos que asocian, que son muy espectaculares y que son una parte esencial de lo que intento transmitir en el libro, afectan a lo más profundo del ser humano, a su esencia, a su relación con los demás. Causan un dolor devastador. Las enfermedades neurodegenerativas que afectan a gente joven, en mi experiencia, son extremadamente complejas porque empiezan a transformar la persona en un momento de su vida en la que no estamos acostumbrados a que eso suceda. Lo hemos interiorizado o normalizado más en personas mayores y destrozan las expectativas, las ganas de vivir. Es una catástrofe tan grande que, insisto, más allá de los síntomas, es una realidad tan compleja y tan dura que es difícil.
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P. No sé si podría hablarnos de algún ejercicio que haga con sus pacientes que le permita ver unas primeras señales de que algo no funciona bien en el cerebro de la persona.
R. Hay muchas cosas. A mí me gusta mucho aproximarme a la disfunción del cerebro de una forma muy natural, solo el empezar a hablar con las personas, el ver cómo construyen el relato, cómo utilizan las palabras, cuán conscientes son o no de lo que les ha llevado a vernos. Ya por ahí empiezan a tener muchas pistas. Luego hay tareas muy simples, pero que esconden mucha información. En el libro sale muchas veces cuando les pido que dibujen un reloj, por ejemplo, o cuando les pido que intenten copiar algunas figuras. La forma en cómo descomponen o transforman estas tareas también te da mucha información de lo que está pasando.
P. ¿A veces un cerebro roto es un cerebro feliz?
R. Sin duda. Y justamente hoy hablamos de esto con un compañero neurólogo en el hospital. Pacientes cuya realidad, vista desde la óptica de alguien que no padece la enfermedad, es incuestionablemente muy, muy, muy dura. Y el desenlace va a ser muy complicado. Y muchos de esos pacientes desarrollan lo que denominamos una anosognosia, una falta de consciencia real sobre el déficit, que es algo bueno, entre comillas, porque de poco podría servir en esos casos tener una conciencia plena de la realidad que está sucediendo. Entonces es un síntoma, pero también es una forma de protección, que hace que la persona sea más feliz. Antiguamente, usaban el concepto de la bella indiferencia. Esa persona sumida en una enfermedad compleja que muestra un aspecto feliz, desconectado de esa realidad. Así que, por supuesto, en ocasiones los propios síntomas de las enfermedades del cerebro te permiten convivir con ella.
P. Uno de los casos más emocionantes del libro es el de Margarita. Es una señora de 81 años que acude a su clínica y a la que le ha pasado de todo. Se ha caído varias veces. Le ha dado un infarto. Parece tener además todos los síntomas de una demencia. Pero después de hablar con ella un buen rato, usted descubre que no, que simplemente es una señora a la que en seis meses se le han roto todas las ilusiones. Ni tiene demencia ni necesita tranquilizantes. Simplemente está triste.
R. Con las personas mayores pasan dos cosas que a mí me perturban mucho. Una es normalizar el deterioro cognitivo. No es normal que una persona mayor se deteriore a nivel cognitivo. Es una idea muy, muy extendida. Pero hay otra más terrible, que es banalizar el sufrimiento y la tristeza de la gente mayor. Es como verlo como algo normal. Esta persona que le había sucedido todo y más, es una mujer que tenía unas expectativas dentro de su edad, de cómo vivir lo que le quedaba de vida y se rompió todo. Su familia lo único que contemplaba era la posibilidad que se estuviese demencia. Nunca consideraron que lo que le pasaba es que estaba triste, estaba deprimida, ni que fuese normal que una persona mayor pudiese llegar a este punto. Y de hecho, a veces la depresión en las personas mayores no tiene el aspecto que todos nos imaginamos de la depresión en una persona joven que llora, que se siente vacío, frustrado, fracasado y que lo verbaliza. Las personas mayores puede tener el aspecto de una demencia, pero cuando yo me senté a hablar con esa mujer y vi como me razonaba todos esos problemas y empezamos a aliviar todos esos pensamientos que tenía, apareció una persona completamente distinta que una vez tranquilizada, era capaz de resolver muchas de las cosas que yo anteriormente había puesto encima de la mesa y que era incapaz.
P. Entonces entiendo que eso de decir esto que me pasa, este despiste, es cosa de la edad, es una generalización equivocada.
R. Sí y en muchos casos lleva a retrasos en el diagnóstico muy importantes. Es decir, es evidente que envejecer conlleva una serie de cambios en nuestra biología que lamentablemente impone un cierto ir para atrás. En ciertas cosas somos más lentos, menos ágiles, tenemos más riesgo, determinadas enfermedades; y obviamente nuestra mente tampoco es tan ágil. Pero eso no es sinónimo de deteriorarse. Cuando en una persona su memoria empieza a fallar, los olvidos son recurrentes o no funciona igual que antes en determinadas tareas.donde antes podía hacerlo, era más resolutivo. Eso no lo explica la edad. Ahí está sucediendo algo que merece ser explorado. No necesariamente va a ser una enfermedad degenerativa o una enfermedad del cerebro, pero para poderlo determinar y tratar se tiene que explorar. Y si nuestra sociedad no entiende que esta normalización, esta idea de "se ha hecho mayor" y eso lo explica todo, es un error, entonces no llegamos a tiempo y eso explica muchos de los casos que nos llegan ya claramente evolucionados, con enfermedades muy complejas, ya muy bien instauradas.
P. Hay una parte muy interesante del libro en la que categoriza los eventos supuestamente paranormales bajo algún tipo de trastorno neuro psicológico. ¿Estas apariciones, entonces, se se explican por un cerebro roto?
R. No necesariamente. Es decir, hay enfermedades del cerebro cuyo aspecto, los síntomas que tienen, del mismo modo que la pérdida de memoria es un síntoma de la enfermedad de Alzheimer porque se estropea X zona del cerebro, cuando se estropean X zonas del cerebro a veces el síntoma es otro y a veces los síntomas tienen en el aspecto más característico de todo tipo de fenómenos paranormales que conocemos. Hay determinadas enfermedades donde las personas ven fantasmas tal y como los representaríamos todos con la sábana blanca flotando, apariciones, abducciones de todo tipo. En esos casos es obvio que un cerebro que se ha roto una enfermedad está provocando esos fenómenos. A la pregunta de si todos los fenómenos paranormales son consecuencia de un cerebro roto, mi respuesta es que no, pero a la pregunta de si para mí todos los fenómenos paranormales son consecuencia de un cerebro, la respuesta es sí. El cerebro es un órgano que, como todo, puede fallar sin estar roto, como cualquier parte de nuestro organismo, como cualquier sistema. Y en ocasiones esos pequeños fallos dan lugar a sucesos que tal pueden ser "Se me ha caído un boli y no entiendo porque se me ha caído el boli", como puede ser una sensación o una percepción o lo que sea. Y el hecho de que lo veamos del mismo modo a lo largo de la historia y que incluso lo hayamos podido replicar en contexto de laboratorio, sugiere que probablemente detrás de estas experiencias hay, no sé si llamarlo, pequeños cortocircuitos de nuestra mente.
P. Dice que lo han podido replicar en laboratorio.
R. Por ejemplo, hay un suceso relativamente frecuente en determinadas enfermedades, que son las sensaciones de apariciones, de entidades que nos acompañan, que están detrás nuestro, por ejemplo, que pasan por nuestro lado. Son figuras como fantasmagóricas que a veces no se llegan a ver del todo bien, pero que están ahí. La persona las siente, están a mi lado, son como a veces "un ángel de la guardia". Gracias a los trabajos realizados con un laboratorio en una universidad de Suiza, disponemos de un sistema robótico que, a través de una serie de interferencias que causan en cómo procesamos las sensaciones que la persona recibe en su cuerpo, provocan esta experiencia. De pronto la persona siente la aparición de una entidad que se sitúa a su lado. En otros contextos de estimulación cerebral, por ejemplo, cuando mapeamos en contexto de cirugías determinadas zonas del cerebro para prevenir lesiones se pueden provocar fenómenos tales como como el éxtasis, la aparición de la Virgen, viajes astrales. Yo he visto muchos pacientes con experiencias de lo que llaman de viaje astral, de verse a sí mismo, de salir volando de su cuerpo, etc.
P. Cuenta en el libro que las personas que viven con alucinaciones o con algún tipo de presencia irreal lo asumen como algo relativamente normal, que no les da miedo.
R. Sí. Es una cosa que no deja de sorprender y de sorprenderme mucho, porque en la mayoría de los casos con alucinaciones visuales muy estructuradas, muy realistas, aunque puedan estar impresionados por lo que ven, la reacción no es la que nos podríamos imaginar nosotros. Yo recuerdo una persona hace pocos días, una persona que vive con una enfermedad degenerativa, asustada porque veía unas figuras humanas alrededor de la cama que la estaban mirando por las noches. Una de ellas posiblemente era su marido, que había fallecido hacía mucho tiempo y notaba como la agarraban de las piernas y la tiraban de la cama. Yo pienso que si yo viviese esto entraría en un shock total y absoluto. Esa persona, aunque nerviosa y sorprendida, lo contaba con la relativa normalidad.
P. O sea que que se haya desactivado el miedo nos puede indicar que algo no va bien.
R. Exacto. Hay personas que tienen lesiones más a nivel de lo que sería el ojo, pero que conservan un cerebro sano, que pueden tener un síndrome que se llama Charles Bonet, en el que desarrollan alucinaciones visuales súper complejas. Estas personas sí que se asustan al verlo, sí que están angustiadas. Esas personas tienen el cerebro sano. El problema lo tienen en el ojo y en cómo el cerebro que deja de recibir señales del ojo empieza a inventarse cosas. Pero cuando el origen de la alucinación está dentro del cerebro que se está estropeando hay esta disociación entre la experiencia que te cuentan que a mí me parece terrorífica y cómo te la cuentan, que la asumen como normal. Yo recuerdo a una persona contarme cómo llegaron a su casa 12 monjes encapuchados sin cara. Algunos de ellos eran personas muertas porque los conocía de haber trabajado en una iglesia y les puso los platos a la mesa para que se quedasen a cenar. Yo de pronto veo aparecer 12 monjes flotando sin cara y salgo corriendo. Esa disociación posiblemente ya es un síntoma claro más allá de la alucinación.
P. ¿Tener muchos sueños o muchas pesadillas también puede ser síntoma de algo?
R. No. Realmente el contenido de nuestros sueños prácticamente siempre es muy, muy intenso. El tipo de emoción que hay ahí. Recordar o tener muchas pesadillas, no significa algo malo desde el punto de vista de la salud de nuestro cerebro. Significa algo malo desde el punto de vista de la calidad de nuestro sueño. ¿Por qué? Porque si decimos que tenemos muchas pesadillas significa que nos acordamos. Y si nos acordamos significa que nos estamos despertando en una fase del sueño que permite acordarnos de las pesadillas. Todos tenemos sueños de pesadillas cada día, pero lo que pasa es que no nos acordamos si dormimos acorde a las fases del sueño. Tener muchas pesadillas no es un problema. El problema es cuando se trastornan las fases del sueño. Cuando una persona, por ejemplo, mientras está soñando, se comporta acorde al sueño durmiendo. Si yo sueño que me están persiguiendo, no corro. Pero si de pronto yo mientras duermo y sueño que me están persiguiendo, atacando, siempre grito, siempre corro, agredo a la persona que tengo al lado, etc. Eso ya es otra cosa. No es por tener mucha pesadilla, es por el tipo de conductas que realiza lo que llamamos trastorno de conducta del sueño REM.
P. ¿Se puede explicar todo a través de la neuropsicología o hay rincones a los que no llegamos?
R. Siempre habrá rincones a los que no llegamos. Yo suelo decir que en contra de lo que mucha gente piensa sí que conocemos muchas cosas del funcionamiento del cerebro humano y del funcionamiento de la cognición, que es lo que a mí me interesa: como un cerebro traduce en aquello que somos como seres humanos. Pero es evidente que no tenemos una explicación empírica de todo. Tenemos aproximaciones teóricas, pero no podemos resolver un problema, por ejemplo, cómo el funcionamiento del cerebro traduce en esto tan espectacular que llamamos conciencia. Cómo lo hace no lo sabemos, pero sabemos que necesitamos un cerebro para que eso suceda. Posiblemente la explicación está en el cerebro. Posiblemente no disponemos de las herramientas para dar respuesta al problema.