Abortar no es una fiesta

Madrid

Cuando se trata el tema del aborto desde la pugna ideológica y el cinismo, a lo que menos se atiende es a la situación real que vive una mujer que está en la tesitura de tener que decidir si interrumpe o no su embarazo. No sé si estos señores que dicen amar tanto la vida se han parado a pensar en lo que le supone a una embarazada verse en esta tremenda situación o creen de verdad que vamos todas a las clínicas con despreocupada alegría. Los frívolos son ellos al pretender imponer la maternidad sin atender ni a la voluntad ni a las circunstancias de las que ya han nacido.

Tal vez por esto se pueden permitir creer que abortamos como nos hacemos una manicura y por eso tienen a bien hacernos el favor de obligarnos a escuchar el latido del corazón del feto y así condenarnos a lo que Emilia Pardo Bazán llamó acertadamente y hace ya más de un siglo trabajos maternales forzosos. No se lo inventó Margarit Atwood, este funesto cuento que pretende imponer la gestación obligatoria, la autoría original es de las religiones patriarcales, más en sus versiones fundamentalistas, que llevan tiempo intentando cogernos por nuestra sexualidad y nuestras capacidades reproductivas.

Es una gran contradicción, en este sentido, la declarada morofobia de la ultraderecha, dado que no hay partido más moro que VOX. Cuando moro se usa, claro está, como sinónimo de machista. Que justifiquen su racismo con el trato del musulmán a la mujer no parece que les suponga contradicción alguna, pero yo que conozco el tema a fondo, les puedo decir que no hay formación política en este país que coincida más con los islamistas que el partido de Santiago Abascal y una diría que se inspiran más en el Irán de los ayatolás que en la historia reciente de España, una historia en la que el feminismo le paró los pies a Gallardón cuando quiso devolvernos a todas al pasado rancio que tanto añoran.