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Historia de una amistad en tiempos de guerra

La de Rusia contra Ucrania es una guerra entre vecinos. Algunos de ellos, antes del enfrentamiento, eran amigos y muchos lo siguen siendo. Su relación está por encima de las discrepancias políticas y de las decisiones que los dirigentes hayan tomado sin consultarles. Esta es una historia que protagonizan tres mujeres: una rusa y las otras dos, ucranianas

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Madrid

Larisa llegó a Madrid desde San Petersburgo hace una década para estudiar un máster de marketing online. "Ahora tengo aquí mi casa, mi marido, mi trabajo, mi gato y no creo que vuelva a Rusia". Junto a ella están su amiga Tatiana y la madre de esta que también se llama Larisa. Ellas son ucranianas, de Jarkov, una ciudad situada a tan solo 30 kilómetros de la frontera con Rusia. El 24 de febrero de 2022, a las cinco de la mañana, se despertaron con el sonido de las explosiones. Su casa está en el cinturón que rodea la ciudad, como la M-30 madrileña, en una novena planta. A través de las ventanas veían el fuego que provocaban las explosiones y la llegada de los aviones desde el este. La guerra las pilló por sorpresa. Pese a todos los indicios nunca pensaron que su ciudad iba a ser bombardeada.

Tatiana relata cómo vivieron ese final de febrero de hace un año y su madre no puede contener las lágrimas. Recuerda que decidieron huir dejando atrás todo lo que tenían. Abandonaron Jarkov en un taxi con lo puesto, la documentación y su gata.

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En Madrid, Larisa, preocupada por su amiga, se comunicaba con Tatiana por Whastsapp y le ofrecía su ayuda. "Les hablé de amigos que tenía en Polonia y Alemania y que podrían ayudarlas a instalarse en esos países y les ofrecí también venir a Madrid. Pensé que preferirían quedarse en Polonia porque España les quedaba muy lejos, pero desde el primer momento decidieron venir aquí". El viaje no fue fácil: desde Jarkov a Leópolis y de allí a Varsovia. La salida de Polonia hacia España fue complicada, se demoró unos días, porque el aeropuerto estaba colapsado y no había vuelos directos a Madrid por lo que llegaron a España vía Gran Canaria. A pesar de las dificultades recuerdan con buen humor y hasta carcajadas los problemas que les ocasionó viajar con su gata, a la que no quisieron dejar detrás.

Para volar a España, explica Tatiana, la gata necesitaba una documentación que no tenían. Los amigos polacos de Larisa, con quienes se alojaban, les dijeron que lo mejor era falsificar la identidad de la mascota y consiguieron el pasaporte de un gato polaco viejo. En el aeropuerto de Varsovia no se lo creyeron pero les dejaron pasar, hicieron la vista gorda. Sin embargo, en Gran Canaria ya no coló y sólo después de explicar su situación y mostrar las fotografías de lo que habían dejado atrás les permitieron entrar con la gata que entró en España como ilegal, pero ya está regularizada.

'Crowfundig' para máquinas de coser

Cuando llegaron a Madrid se instalaron en casa de Larisa. El papeleo fue fácil y rápido. "Tardaron más en darnos la cita por la cantidad de ucranianos que llegaban en ese momento a España. El papeleo duro sólo unas horas", explican. Esa documentación, que se tramitó en unas horas, les da derecho a poder residir, trabajar y tener acceso a la sanidad pública durante dos años. Luego pueden renovarlo por un año más y así sucesivamente. La primera prioridad de estas dos refugiadas, como la de casi todos los refugiados, era conseguir un trabajo y empezar a aprender el idioma. Larisa, la madre, enseguida se puso a trabajar de modista gracias a la asistenta rumana de la amiga rusa de su hija que conocía un taller de costura donde la emplearon. Ahora trabaja desde su casa, como hacía en Jarkov, gracias una historia muy especial. Las vecinas de Larisa, al saber que había acogido a dos refugiadas, ofrecieron su ayuda, quería colaborar y pusieron en marcha un crowfunding para comprar las máquinas de coser necesarias para que esa mujer ucraniana recuperara algo de lo que mucho que había perdido.

Hoy Tatiana y su madre viven en un piso de alquiler y han podido traer de Ucrania a la abuela. Larisa trabaja en su casa como modista y Tatiana, con dos grados universitarios, es limpiadora y ejerce de psicóloga online. No tienen intención de regresar a corto plazo pese a que su casa, sus recuerdos y sus amigos sigan en Ucrania. Familia no les queda allí. Desde 2014, cuando empezó la guerra del Donbás, la madre de Tatiana apenas habla con su hermano que vive en Rusia y que justifica la invasión. Larisa, que tiene a sus padres en San Petersburgo, reconoce que su relación con ellos también se ha complicado y que evita hablar de la guerra con su familia. "Cuando les dije que Tatiana y Larisa venían a mi casa me dijeron que estaba loca, que eran nazis peligrosas. Es una locura, muchos amigos me cuentan cosas parecidas de sus padres. cuando éramos pequeños nos decían 'no miréis tanto la tele que os volveréis tontos' y resulta que los que se han vuelto tontos son ellos que se creen, sin cuestionarse nada, lo que les cuentan".

Pese a las diferencias, Larisa viajará en unos días a San Petersburgo para ver a sus padres. Al principio, dice a la SER, "estaba muy preocupada pensando que sería como la guerra fría y no podría volver a ver a nadie pero no ha sido así". Verá a su familia y a poca gente más porque muchos de sus amigos ya no están. "Cuando empezó la oleada de movilizaciones muchos huyeron del país. "La mayoría de los jóvenes se han ido a Serbia o Turquía porque no tienen pasaporte europeo y porque la vida es más barata allí".

 
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