¿Por qué le cogemos cariño a los ositos de peluche?
La psicología de lo material y el efecto de dotación explicado
¿Por qué le cogemos cariño a los ositos de peluche?
¿Alguna vez has sentido cariño hacia objetos inertes? Es decir objetos materiales: tu coche, un peluche del que no te despegabas cuando eras pequeño, hablar con las plantas, con algún collar que sientas que te da el power de la vida cada vez que te lo pones.
¿Te ha pasado alguna vez?
De pequeña tenía un peluche, entonces me lo llevaba y a día de hoy sigo guardando. Creo que dejé de llevarlo con 14 años por vergüenza ya, pero me lo llevaba de viaje y a todos lados.
A todos los coches que he tenido les he puesto nombre, y les tengo un cariño especial. Mi primer coche se llamaba Onix y el segundo el Huevito, justo ahora he tenido que vender al huevito porque no tenía etiqueta medioambiental y me ha dado mucha pena.
Decidí preguntar por Instagram, a ver si a la gente también le pasaba. Y sí, no estoy sola en esta locura. (Me alivia saberlo la verdad).
He investigado un poco por qué nos pasa esto y tiene nombre, como casi todo lo que sentimos. Esto se llama efecto de dotación.
Al final el sentimiento de “mío” nos lo inculcan desde que somos pequeños. “Mi juguete, mi mamá, mi peluche…” y a día de hoy podemos ver cómo se activan más conexiones neuronales en las regiones del cerebro que se activan al pensar en nosotros mismos con todo aquello que consideramos como nuestro.
Esto se comenzó a investigar por los berrinches tan grandes que les dan a los niños cuando les quitas algo que consideran suyo. Entonces, el psicólogo Jean Piaget, especializado en psicología infantil, observó que el sentimiento de propiedad en la naturaleza humana surge desde muy temprana edad.
En eso consiste el efecto de dotación, en valorar más las cosas que consideramos nuestras que las que no.
En la charla Ted de Christian Jarret cuentan un experimento para demostrar este efecto. Hicieron 2 grupos de estudiantes:
Al primer grupo de estudiantes les dieron a escoger entre una taza de café o una barrita de chocolate suizo. La mitad escogió la taza y la otra mitad escogió la barrita. Vamos, que parecían apreciar el regalo de forma indiferente.
Al segundo grupo le dieron primero la taza y luego les dijeron que les daba la posibilidad de cambiarlo por la barrita de chocolate. Pues solo el 11% quiso cambiar. La gente se aferraba a la taza con su vida.
Es decir, se le dió mucho más valor a la recompensa inicial que recibimos porque ya la consideramos como nuestra.
Esto tiene que ver con la rapidez que tenemos los humanos en crear conexiones entre el sentido que tenemos de lo que es nuestro. Y es que de alguna manera creemos que nuestras cosas tienen una esencia única (nuestra bici, nuestro coche, nuestro peluche…)
Esto lo demostraron los psicólogos en un experimento con niños de entre 3 y 6 años a los que les dijeron que habían inventado una máquina para replicar objetos y que iban a replicar su bici por ejemplo, que era exactamente idéntica a la suya. Pues los niños no querían una copia, querían su juguete original. Es más, les horrorizaba pensar que se habían llevado a casa la copia por error.
Pensándolo, creo que me pasaría lo mismo a día de hoy. Y es que dicen que cuando nos hacemos adultos, este pensamiento sobre nuestras cosas no se va, sino que se convierte en algo mucho más elaborado. Por eso nos cuesta deshacernos de la ropa que hace años que no nos ponemos, o de algún objeto que sea de nuestros abuelos. Porque de alguna manera nos hace creer que estamos mucho más conectados a ellos.
Esta sensación puede alterar nuestra percepción de la realidad. Por ejemplo, en otro experimento le dijeron a jugadores de golf que estaban usando un palo de un jugador muy famoso. Los jugadores en cuestión metieron más hoyos que cuando usaban un palo “normal”.
Obviamente la cultura desempeña un papel importante, casos como el del norte de Tanzania lo demuestran. Ahi no tienen el efecto de dotación, pues viven en una cultura donde casi todo se comparte. Es decir, no tienen ese sentimiento de pertenencia.
Llevándolo al otro extremo, pensar que tenemos demasiada responsabilidad sobre los objetos que nos pertenecen puede llevarnos a tener algún trastorno de acumulación.