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'La belleza y el dolor', el documental nominado al Oscar que une el SIDA y la crisis de los opioides

La directora Laura Poitras sigue a la fotógrafa y activista Nan Goldin en una película en la que convergen dos de las crisis de salud pública más duras de las últimas décadas en EEUU

Imagen del documental ''All the beauty and the bloodshed / cedida

Madrid

Pocas veces un documental consigue ganar un festival de cine, aunque este año llevamos dos. Berlín acaba de darle el Oso de Oro al documental francés, Sur l’adament, de Nicolas Philibert, sobre la salud mental, y en Venecia, el León de Oro lo ganaba La belleza y el dolor, nuevo filme de no ficción de la ganadora del Oscar Laura Poitras. Un potente fresco del activismo en las últimas décadas y su poder para plantar cara a la industria farmacéutica y al sistema cultural americano, a través de la artista Nan Goldin.

Laura Poitras ya sabe lo que es estar en el lugar y el sitio adecuados. Lo demostró en Citizenfour, documental donde rodó la fuga de Edward Snowden a Rusia para evitar ser detenido por la inteligencia americana tras haber filtrado datos que corroboraban la vigilancia ilegal de la Administración estadounidense. Ahora, con La belleza y el dolor ha sabido cómo contar uno de los casos más flagrantes que han ocurrido en los últimos años contra la salud pública, la crisis de los opioides que vive Estados Unidos.

"Conocí a Nan a través de sus obras de arte. Me influyó mucho cuando estudiaba cine”, reconoce la directora en una entrevista en la SER. Sin embargo, el encuentro para este documental llegó en 2019. “Me dijo que estaba trabajando en una película. Ella empezó esta película antes de que yo me involucrara y dijo que estaba buscando gente para unirse al proyecto. Así que presenté mi solicitud, le ofrecí lo que necesitara. Estaba muy emocionada de que Nan asumiera ese riego para enfrentarse a esta poderosa familia y me di cuenta de lo importante que era colaborar y de la oportunidad que tenía de ayudar a una artista cuya obra he amado durante muchos años”.

Se refiere la directora a la familia Sackler, una de las más ricas y poderosas hasta la fecha en Estados Unidos. Son los dueños de la empresa Purdue Pharma, una farmacéutica que empezó a comercializar y promocionar un terrible medicamento, OxyContin. Los médicos americanos empezaron a recetarlo a los enfermos con dolor crónico, a jóvenes deportistas con lesiones, a embarazadas que tenían dolores o depresión postparto, a enfermos de artrosis, etc. Era mano de santo. El problema era su gran adicción, que acabó con la gente totalmente enganchada a un medicamento que necesitaba receta. Cuando no la tenían o no la podían pagar, entonces esos enfermos acababan buscando un sustituto a esa adicción, llegando a la heroína en muchos casos.

El documental es una apuesta original y política, que mezcla el pasado y presente de las epidemias que ha vivido una ciudad de Nueva York y, por extensión, el país y el continente. Primero, la del SIDA en los ochenta y, después, la crisis de los opioides. Lo hace a través de la fotógrafa Nan Goldin, artista que inmortalizó el Nueva York queer de los setenta y ochenta, y una gran activista, que se ha implicado en destapar la implicación de la familia Sackler en la epidemia actual de drogas en su país. La unión de ambas epidemias fue algo orgánico, tal y como nos cuenta la directora.

“Me habló de la exposición que había realizado, llamada Testigos contra nuestra desaparición, y que tenía como objetivo responder a la crisis del SIDA, y que la organizó junto a sus amigos, con los que vivía, y que muchos habían muerto a consecuencia del SIDA”, una exposición con un claro contenido político que se inauguró en el año 89. “Tenía obras de arte increíbles y era una celebración total de la sexualidad gay en Estados Unidos, en un momento donde había mucha homofobia a causa, precisamente, del SIDA”, cuenta la directora. “Nan hizo lo mismo en ambos casos, tomar partido en un momento de pérdidas devastadoras, tanto la crisis de los opioides como la crisis del SIDA, perder a mucha gente y ver que el gobierno no hace nada. Mientras ella usa el poder que tiene como artista para hacer algo. En ambos casos tuvo un gran impacto, así que era obvio que ambas historias tenían que converger”.

Una película que nace de lo íntimo, del encuentro los fines de semana en una sala de estar de la fotógrafa y la directora, y acaba siendo una defensa de la lucha ciudadana, del activismo y una defensa contra las grandes corporaciones y contra los prejuicios. También hay una alusión al sistema sanitario estadounidense, totalmente privatizado y convertido en un negocio de primer nivel. “Estados Unidos es un país que ha impulsado el capitalismo, no tenemos un sistema de salud público que funcione y tenemos grandes farmacéuticas que están motivadas por el beneficio económico. Tenemos a esta familia multimillonaria que puede comprar incluso cómo salir de sus problemas judiciales. Deberían haber sido acusados de muchos delitos hace años. Este problema surgió por primera vez a principios del año 2000. Todo el mundo veía que la sociedad estaba siendo devastadas por este medicamento y no hacían más que promocionarlo, mintiendo y diciendo que era seguro”.

En realidad, toda la vida de Nan Goldin es una batalla. La artista ha luchado por aquello que ama, la fotografía. También por ser mujer artista. Por superar sus adicciones y por el trauma de la desaparición de su hermana. Alguien que ha hecho del activismo una forma de vida. “Quería mostrar lo que pasa entre bastidores”, explica “Cómo un grupo muy pequeño de personas decidió enfrentarse a la familia Sackler y exigir que los museos quitaran su nombre y rechazaran ese dinero. Al principio la gente no era muy optimista de que fuera a suceder”.

Uno de los testimonios que aparece en este documental es el de Patrick Radden Keefe, el periodista que publicó El imperio del dolor, un ensayo donde indaga en el poder y la responsabilidad de esta familia de multimillonarios que se forró mientras su medicamento generaba 400.000 muertes. Fue la unión de las víctimas, convertidas en activistas, las que, como cuenta el documental y el escritor: “La organización de este grupo es lo que fortaleció el activismo e hicieron que tuviera un fuerte impacto. Pero tampoco podemos decir que haya justicia. Es una victoria significativa, sí, pero los Sacklers aún han escapado a los cargos penales”, alerta Poitras.

Además del ensayo, también la ficción ha hablado de alguna manera de esta epidemia. Por ejemplo, Rodrigo García en Cuatro días o la serie de televisión Dopesick, con Michael Keaton, que acaba precisamente las protestas en un museo donde sale la propia Goldin. Protestan allí porque esta familia dona dinero a instituciones culturales a cambio de tener salas a su nombre. Muchos de ellos, ya han retirado el nombre de Sacker por vergüenza. Rodar ahí fue la más complejo. “Fue difícil, así que Nan empezó a filmar y fueron ellas mismas quienes lo hicieron. Colaron cámaras e hicieron la acción. Las personas que forman parte de la organización que creó Nan, que se llama Pain, tienen alguna experiencia con la adicción, ya sea con ellos mismos o por que han perdido a alguien por la crisis de los opioides, y son en su mayoría artistas. Así que tienen una idea de cómo planificar la acción y cómo hacer que eso sea atractivo y que funcione tanto para los medios de comunicación como para atraer al público de los museos a las propias protestas”.

El documental cobra una dimensión visual diferente gracias a que la directora incorpora la obra fotográfica de Goldin. “Era abrumador todo el material de alguien que ha estado haciendo arte toda su vida, durante décadas. No quería hacer nada que fuera convencional, no quería un biopic al uso, sino algo que destacara como lo ha hecho su propia obra artística”. El valor visual y el valor político de La belleza y el dolor hicieron, como decimos, que el jurado de Venecia, presidido por la actriz Julianne Moore, le diera el León de Oro. “Lo pienso y todavía parece una especie de experiencia surrealista”, dice Poitras que cree que el documental va dando pasos en su legitimación cinematográfica.

“Fue la única película de no ficción que compitió, con un presupuesto reducido en comparación con las otras películas que estaban en competición. Y esto habla de algo importante, que el documental es cine. Yo lo creo. Contar historias así es cine y requiere una enorme cantidad de destreza y una visión concreta. Cada vez hay más películas que documentales que se hacen populares y eso es solo un paso para ganar premios. Para mí ha sido uno de los grandes orgullos como cineasta”.

Un éxito, junto con la nominación al Oscar, que compensa los malos ratos de rodar una película en la que los activistas han denunciado acoso y vigilancia por parte de la familia Sackler. “Hay pruebas de que fueron vigilados”, reconoce la directora que también sufrió lo suyo cuando rodó Citizenfour. “Veíamos a una persona fuera de su casa que también fue vista por varios de los que participaron en la película, y Patrick Radden Keefe, el periodista, también tenía una camioneta estacionada fuera de su casa, con alguien sacando fotografías. De hecho, hemos podido localizar a una de las personas que los vigilaba. Y trabaja para empresas de seguridad”, nos cuenta.

“En mi situación, es diferente, yo investigué sobre vigilancia gubernamental y ese tipo de trabajo suele evitar dejarse ver, normalmente no busca intimidar, sino que vigilan entre bastidores, porque son más sofisticados y no quieren ser descubiertos. En el caso de Nan, creo que era tan obvio que claramente era una táctica de intimidación. Sí que me identifiqué con eso, con no sentirte seguro al entrar a tu casa o al salir. Es una sensación horrible de experimentar”.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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