Magia

Mira que me gustan las palabras y mira que me gusta la magia. Pero hoy me he llevado un chasco al buscar la palabra magia en el diccionario. Un término que nació en Grecia y nos llegó a través del latín, idiomas en los que nombraba un conjunto de cualidades o poderes sobrenaturales. Y hoy, siglos después, aún se mantiene ese aroma cuando la magia se define como un arte o ciencia oculta que pretende producir resultados contrarios a las leyes naturales. Y da un poco de yuyu, la verdad. Y la sensación crece cuando encontramos la palabra magia asociada a la hechicería y a la brujería. Y ni te cuento cuando lees que hechizar es ejercer maleficios por medio de prácticas mágicas, o que un brujo es una persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo. Y claro, de ahí a imaginar en una distopía al Mago Pop ardiendo en la hoguera en una esquina de Broadway, un paso.

Y no, no pienso pasar por ahí. Así que echo unos polvos en el diccionario y el libro se me abre en la página que habla de ilusionismo, el arte de producir fenómenos que parecen contradecir los hechos naturales. Y vuelvo a pensar con ilusión en la magia y creo que cuando los relojes salten una hora en la madrugada del sábado al domingo, aunque fastidie, algo de magia tiene.