¿Arreglan algo los insultos?

Barcelona

¿Arreglan algún problema los ataques personales? ¿Mejoran el bienestar de la gente? ¿Contribuyen a la paz, al sosiego, a la mejora de las políticas públicas? ¿Sofistican el ejercicio de vigilancia y control que tiene encomendada la oposición?

Si todas estas preguntas tienen por respuesta un “no”, y seguramente la amplísima mayoría estará de acuerdo en ello, entonces ¿qué sentido tiene insultar, descalificar, humillar, desacreditar al rival? Alto: no hablamos de criticar sus acciones y omisiones, que eso es muy necesario. No. Hablamos de reducir esta labor al simple desprecio.

Cuando un estrecho colaborador de Alberto Núñez Feijóo dice, en pleno desarrollo de la cumbre iberoamericana a la que asisten el jefe del Estado, Felipe VI, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez que este, -¿y por qué no los dos?- practica la “complacencia con autócratas”, ¿qué gana España con esa ramplonería? ¿Mejora su relación con los dirigentes del otro lado del Atlántico? Cuando Feijóo reitera que el partido socialista “mantiene relaciones permanentes con autócratas”, tras aplaudir, como un Bolsonaro, a una fanática evangelista que dice en un mitin de su partido que cura el cáncer por encargo de Dios… ¿contribuye a mejorar la salud de la población, y su cultura sanitaria?

Hay demasiadas imágenes de Manuel Fraga cortejando a Fidel Castro; del propio Feijóo halagando a Raúl Castro; de José María Aznar abrazándose con el venezolano Hugo Chaves o con el argelino Abdelaziz Bouteflika como para empezar a dudar sobre si el líder del PP mantiene, no ya los modales básicos, sino la mínima seriedad exigible.