Estado de malestar

Barcelona

La inflación va mejor que en los países vecinos. El empleo crece más y llega a récords históricos, con más de 20 millones de cotizantes. La economía española tira con el doble de fuerza que la eurozona. El salario mínimo ya no es mínimo. El precio de la luz capota. Y los más vulnerables cuentan con ayudas inéditas, impensables hace muy pocos años.

Si todo eso es verdad, ¿por qué persiste al mismo tiempo un estado de malestar social, un enfado, una irritación, aunque sea menos brutal que en Francia o en Alemania? Por tres razones.

Una, porque las familias tienen que echar mano de los ahorros (las que los tengan), que simbolizan su seguro. En el último trimestre han sacado de los bancos 1.000 millones y se han endeudado en mil millones más. Y ven que a los más privilegiados no les pasa lo mismo.

Otra razón de malestar es que el aumento trepidante de los tipos de interés pone imposible la vivienda. Las hipotecas variables se disparan en un abrir y cerrar de ojos. Y comprar un piso desde cero resulta para más de la mitad de la gente un sueño imposible. Y un sueño imposible es una pesadilla. Que bastantes privilegiados no sufren: al revés, a estos se les remuneran los depósitos con cierta decencia.

El último, o quizá el primer factor del desasosiego social es el aumento insólito de la cesta de la compra. La inflación alimentaria se encaramó al 16,6% en febrero. Todo indica que bajará solo muy lentamente. Y todos ven que algunos resisten mejor el choque.

Estos tres factores deben mejorar en los próximos meses. El problema es que darle la vuelta a este estado de malestar costará tiempo. Y la ansiedad no se cura con tiempo: el Gobierno debe arbitrar nuevas y urgentes medidas ambiciosas, de choque, en vivienda y alimentos. Y apretar donde convenga para que el dinero fluya hacia todos, a precios moderados, y no se estanque solo en algunos.