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Caseros buenos y caseros impresentables

La última imagen que tengo de ella es viéndola a través del retrovisor reclamando a gritos su dinero mientras se hacía cada vez más pequeña

Caseros buenos y caseros impresentables

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Madrid

La ley de vivienda me ha llevado a echar la mirada atrás y reparar en que he vivido en once casas. En nueve de ellas en régimen de alquiler. Hubo caseros buenos —alguno excelente incluso— pero, caprichos de la memoria, recuerdo mejor a los impresentables.

Como aquella propietaria de la calle Fernán González, en Madrid. Una chica elegante y glamurosa que, desgraciadamente, perdió todos esos atributos cuando al terminar el contrato y dejándole una casa inmaculada, me advirtió sin pizca de rubor que me descontaría dos euros de la devolución de la fianza porque, al parecer, en el inventario faltaba un vaso que debía de haberse roto. Nunca un vaso de Ikea reveló tanto acerca de la condición humana.

Y es que, para algunos caseros, no hay mayor sacrificio que tener que devolver ese dinero que, sin ser suyo, han tenido en prenda. Muchos se desprenderían con más facilidad de un brazo. Hubo más impresentables, pero la reina de la mezquindad y la avaricia fue la señora que, recién casados, nos alquiló aquella casita en la calle de la Perdiz, en Algeciras, y a la que todos los días treinta y uno encontraba esperándome a la vuelta del trabajo para que le pagara el mes venidero.

La casa era un catálogo de defectos: un horno en verano, una nevera invierno. Además, aunque no figuraba en el contrato, incluía un ratón sobre el que teníamos dos teorías. O bien, en su codicia, la señora le cobraba también por vivir allí; o bien, en su desconfianza, le daba cobijo a cambio de que nos vigilara. A mediados de noviembre tuvimos que refugiarnos en casa de una amiga porque la nuestra se volvió inhabitable por culpa de unas goteras y la señora decía que repararlas sin la seguridad de que no fuera a llover durante un buen tiempo era tirar el dinero. En diciembre, cansados de esperar, decidimos alquilar otra y acudimos a recoger nuestros escasos enseres. La señora, seguramente avisada por el ratón, se presentó en la vivienda.

No contenta con quedarse con la fianza, que habíamos renunciado a reclamar porque sabíamos que sería más complicado que arrancar un cachorro a una leona, pretendía que hiciéramos un nuevo desembolso “por si llegaba algún recibo”. Nos negamos. Tremendamente indignada, nos amenazó con denunciarnos a la policía por impago. Le respondí que yo también la denunciaría. Ante el Seprona por las condiciones en que tenía viviendo al ratón. La ocurrencia no le hizo ninguna gracia. La última imagen que tengo de ella es viéndola a través del retrovisor reclamando a gritos su dinero mientras se hacía cada vez más pequeña.

Miguel Sánchez Romero

Miguel Sánchez Romero

Guionista y realizador televisivo español, Miguel Sánchez Romero es conocido por su labor en programas...

 
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