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La Salernitana le quita romanticismo al alirón del Nápoles

Memo Ochoa y Boulaye Dia amargaron la fiesta de los napolitanos, que podían haber ganado su primer Scudetto en 33 años

Víctor Osimhen se lamenta por una ocasión durante el Nápoles 1-1 Salernitana. / Francesco Pecoraro

Víctor Osimhen se lamenta por una ocasión durante el Nápoles 1-1 Salernitana.

Pocas ciudades hay más representativas de una idea que Nápoles. Es la urbe que mejor ejemplifica lo que es el sur de Italia en esa dicotomía con el norte, partiendo el país en dos partes con diferencias irreconciliables. Como no podía ser de otra manera, su equipo de fútbol es un reflejo del napolitano: pasional, orgulloso y rebelde. Eso sí, no fue nadie nacido cerca del Vesubio el que mejor personificó estos valores con un balón pegado al pie. Fue un argentino, un hombre que no es considerado como tal en Nápoles. Diego Armando Maradona fue el que puso a los sureños en el mapa, siendo el culpable de que plantasen cara al poderoso norte. Sus dos títulos de liga y la Copa de la UEFA son los que adornan el palmarés napolitano, el reflejo de esa época en los que fueron los mejores. Hoy era el día de volver a reinar, estaba todo escrito. Pero no todo lo que se ve en papel acaba cumpliéndose. Esta vez los que aguaron la fiesta no fueron los norteños, sino los vecinos de la Salernitana con un empate a uno que ha aplazado algo histórico.

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Quizás fue Maradona, desde allá donde esté, el que se dedicó a mandar señales a sus paisanos de que este domingo 30 de abril no sería el día. Y es que, lejos del sol que suele haber en la costa napolitana, el cielo estaba nublado. Los resultados invitaban a pensar en que capearía el temporal, pues había perdido la Lazio ante el Inter, requisito obligatorio para que los napolitanos dependiesen de sí mismos para ganar el Scudetto. Nunca se habían cantado tanto los goles neroazzurros por esos lares, por lo que la fiesta había empezado antes de tiempo. Solo había un pequeño obstáculo: la Salernitana. Los vecinos llegaban prácticamente salvados, por lo que la lógica invitaba a pensar en qué, más de tres décadas después, Kvaratskhelia y compañía cogerían el testigo de Maradona. Pero Italia es mucha Italia, pues es esa tierra en la que los vecinos son más enemigos íntimos que otra cosa. Y, claro, en la locura en la que está inmersa Nápoles, un napolitano siempre va a ser más rápido que la razón.

Memo Ochoa, ídolo de cualquier aficionado al fútbol mundialista, se presentó en el Diego Armando Maradona como ese familiar predispuesto a hablar de política en una comida familiar. Quería aguar la fiesta, recuperando ese rendimiento que parece tener reservado cada vez que se juega la Copa del Mundo. Los napolitanos, grandes perdedores, no se lo podían creer. Ellos estaban armados por la esperanza, y el día, por muy nublado que estuviese, no podía acabar sin el tercer Scudetto. Luciano Spaletti, otro gran perdedor que nunca había estado tan cerca de su primera liga italiana casi 30 años después de su debut en los banquillos, ya se lo estaba oliendo. Los minutos iban pasando, y la muralla mexicana era inexpugnable.

El juego alegre de los locales rápidamente giró hacia el balón parado. Mathias Olivera, de una tierra cercana a la del Diego, fue la luz al final del túnel. Un gol suyo a la salida del córner daba el título al Nápoles y, la afición ya estaba festejando. Primer error del que no se acuerda de ganar: celebrar antes de tiempo. Poco después, Boulaye Dia, jugador propiedad del Villarreal, hizo que la fiesta durase 20 minutos. El senegalés siempre podrá decir que aguó la que pudo ser la celebración más pasional de la historia del deporte. Así, fueron pasando los minutos, aceptando los locales que hoy no sería el día. El cielo, como no podía ser de otra manera, seguía nublado, pero no lo estará por mucho tiempo. El jueves, ante el Udinense, sobra con un punto para festejar ese Scudetto. Solo se ha aplazado una semana, pero es lo suficiente como para no celebrarlo en su amado sur. Al menos, por esas ironías del destino, lo harán en el norte que tanto castigó Maradona cuando vestía la casaca celeste. Quizás, todo esto del cielo nublado fue una de las bromas del Diego para poder ganar otra vez lejos del Mediterráneo.

Kvaratskhelia-Nápoles: amor a primera vista

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Víctor Diéguez

Víctor Diéguez

Periodista según la UCM. Pasión por el deporte y por sus historias.

 
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