Bodega

En octubre abrimos la ventana al enoturismo y dedicamos la palabra al vino, que nos llegó del latín, aunque los latinos no sabían de donde vino. Caso bien distinto es el de la bodega, cuya denominación de origen tenemos muy identificada, porque el latín la bebió del griego: apoteca. En aquel idioma, la apoteca era, en general, un depósito, un almacén. Y la apoteca sigue en nuestro diccionario como forma culta y no muy usada para referirnos a las boticas, a las farmacias. Como si de un vino se tratase, en la palabra botica encontramos fácilmente el aroma a apoteca. Y también lo tiene la palabra bodega, pero mucho más sutil y más complejo. Porque en esas seis letras encontramos uno de los cambios más importantes del latín en su tránsito al castellano: el paso de las consonantes sordas p,t,k, las de apoteca, en consonantes sonoras, b,d,g, justo las que tiene la palabra bodega. Y así la apoteca quedó en bodega.

La bodega, todos lo sabemos, es el lugar en que se cría, almacena o vende el vino. También, el vientre de un barco. Y el bodegón, aunque suene a superlativo, no es una gran bodega, sino una especie de taberna en donde se come y se bebe. Y como el lugar a veces nombra el oficio, el de quien tiene una bodega es bodeguero, pero el de quien regenta un bodegón es bodegonero. En fin, doy por supuesto que os habréis tomado al menos una copita de vino. Y si alguien no lo ha hecho, solo le recuerdo que dice el sabio refranero que "el que fue a una bodega y no bebió vino, tonto fue y tonto vino". Advertidos quedáis...