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Alana S. Portero y su carta de amor a Madrid y a las mujeres trans: "Esas heroínas clásicas son mucho más interesantes que los héroes"

La escritora debuta con 'La mala costumbre', una novela que conforma nuevas heroínas en un retrato de un Madrid obrero y con esperanza

Alana S. Portero y su carta de amor a Madrid y a las mujeres trans: "Esas heroínas clásicas son mucho más interesantes que los héroes"

Alana S. Portero y su carta de amor a Madrid y a las mujeres trans: "Esas heroínas clásicas son mucho más interesantes que los héroes"

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Alana S. Portero (Madrid, 1978) es poeta, escritora, dramaturga, activista LGTBIQ+, columnista y acaba de debutar en la novela con La mala costumbre, en Seix Barral. Todo un fenómeno literario internacional antes de su publicación, la han comprado en nueve países en la pasada Feria del Libro de Fráncfort. Nos hemos encontrado con ella en la Biblioteca Eugenio Trías del Retiro de Madrid. Lejos de ese San Blas obrero que retrata en el libro.

Portero recorre la adolescencia de una niña atrapada en un cuerpo que no sabe habitar, que intenta comprenderse a sí misma y al mundo en el que vive, desde su infancia en una familia de clase obrera en el barrio de San Blas, arrasado por la heroína en los años ochenta, hasta las noches clandestinas en el centro de Madrid de los noventa.

"Cuando no había a quien rezar, siempre estaba Madonna", decía la escritora en una rueda de prensa previa a la entrevista. De las heroínas de la Grecia clásica a iconos del pop, Alana S. Portero reconstruye con magia la épica de las mujeres trans.

Portada de 'La mala costumbre', de Alana S. Portero, ilustrada por Roberta Marrero / Seix Barral

La mala costumbre es una historia muy personal, pero has insistido en que no es autoficción, que no es un texto autobiográfico. ¿Por qué has decidido que sea la primera persona la voz narradora?

Realmente por una cuestión de comodidad, porque me encontré muy cómoda usándolo. No sé si es algo heredado de la poesía y del teatro, de la costumbre de escribir monólogos. Creo que hay que darle un falso aire confesional. Eso crea un puente muy íntimo entre el libro y los lectores, es como leer un diario. Pero no es una autobiografía, en cuanto a si es autoficción, depende de quién lo catalogue. Siempre insisto en que en que hay muchos ejemplos que yo consideraría autoficción y que se tienen por literatura universal, desde Proust, Thomas Mann a Arthur Schnitzler, Philip Roth, Cormac McCarthy, etcétera. Casualmente, sus protagonistas tienen su edad, se dedican prácticamente a lo mismo que ellos, viven en el sitio donde viven ellos y les pasan cosas muy parecidas. Y no se les suele catalogar como autoficción. Es decir, esto parece que es una manera como de empequeñecer las cosas. No tengo mucho problema con esa etiqueta, pero es tan autoficción como la de cualquiera de estos escritores.

¿Es esta novela también una suerte de exorcismo de los demonios de la memoria? La protagonista escapa en su infancia a través de la literatura, del cine, de la música. ¿A ti te ayuda a escapar la escritura?

Sí, sin duda. No sé si puedo decir que la literatura, en este caso, para mí es una necesidad, porque a lo mejor puede ser un poco frívolo, porque, al final, lo que necesitas es comer, vestirte y tener un techo. Pero sí que hay un mundo interior aprendido y hay una manera de procesar lo que nos pasa, que en mi caso golpea muy fuerte las paredes de mi propio cuerpo y de mi cabeza. Y necesita salir. Sí que puede ser un exorcismo y, si no, por lo menos una manera de canalizar un mundo interior que está en continuo movimiento que no puedo evitar. Es como estar continuamente procesando estímulos, símbolos, ideas, personajes, cosas que me viene bien sacarlo fuera.

A propósito de símbolos y personajes, hablas de la sed de referentes, de la necesidad de participar de la herencia de unas mujeres que se dejan a otras y que es ajena a los hombres. ¿Cuáles son esos referentes o esos mitos para ti?

Son tantos. Para empezar, las mujeres de mi vida, las mujeres que han rodeado mi vida, las mujeres de mi familia, cuyo mundo era un mundo que a mí me resultaba fascinante y veía en ellas tanta belleza y tanta particularidad y una manera de estrechar lazos que me parecía muy conmovedora y que yo echaba mucho de menos. Después, en realidad, tantas mujeres que me he cruzado en la vida, personajes literarios como las protagonistas de Fuegos de Marguerite Yourcenar, las heroínas griegas, las protagonistas de las tragedias griegas, que me parecen mujeres arquetípicas, pero con una hondura y una pasión desmesurada, mucho más interesantes que los héroes, porque son las que esperan, pero incendian sus reinos. Las estrellas del pop. En tanto que en tanto que son casi mi versión de rezarle a la virgen y, de ahí, mujeres en las que proyectarse. Y después las mujeres trans mayores, de las que he aprendido muchísimo y a las que quería hacer un homenaje, que forman parte de mi educación sentimental, personal, cultural, de mi construcción.

De niña, las historias que leía o veía la protagonista de la novela, las que estaban protagonizadas por mujeres, contaban siempre la misma historia, una historia de tormento, de soledad. ¿Hay hoy otras historias, otros relatos y más referentes?

Sí, poco a poco. Ya hay imágenes, si no de triunfo, de normalidad y de alegría, que es quizás lo que los referentes de los personajes trans, sobre todo de las mujeres trans, no tenían. Faltaba contar la alegría, que también hay. Nuestra vida es como la de cualquiera. Por ejemplo, la serie Pose, aunque se desarrollada en un ambiente terrible, los peores años del sida, es una celebración de la vida, es una celebración de la alegría, es una celebración del amor de la comunidad. Veneno, que hicieron Javier Calvo y Javier Ambrossi, dentro de la tragedia que fue la vida de esa mujer, está llena de humor, está llena de esperanza a través del personaje de Valeria Vegas. Sí que hay referentes mucho mejores y la alegría se empieza también a decantar en nuestros imaginarios y eso es una cosa importantísima.

También hay luz y alegría en esta historia. Enseguida vamos a ella. Pero antes, "lo primero que una niña trans aprende cuando el entorno es hostil a su causa, antes incluso de saber que lo es, cuando todo son intuiciones, es a controlar la ilusión o a fingirla". Cuánta ilusión y fantasía se desatan detrás de la puerta del baño de casa cerrada y qué importante la imaginación, la fantasía y la magia, has dicho en la rueda de prensa, contra ese entorno hostil.

Ahí una de las premisas de la novela es que los niños y las niñas siempre están escuchando y es fundamental ofrecerles, a las infancias trans o en realidad a cualquier infancia diferente, ofrecerles el mismo mundo que se le ofrece a los demás. Si no, al final, se convierte todo esto en el mundo de las puertas cerradas, de las de los baños con el pestillo echado, de hacer las cosas a solas y buscar la ilusión por tu cuenta. Eso último es una cosa que te puede hacer crecer mucho y tiene algo hermoso, pero es muy triste no poder compartirlo. Esto va mucho más allá de lo trans, es decir, esto es una experiencia que muchas personas pueden entender. Es muy triste que una infancia tenga que aprender a gestionar los silencios cuando no le corresponden, no poder ilusionarse, porque tienes miedo de parecer algo que sabes que está mal visto, castigado, que es visto de manera negativa por el entorno. Es una cosa terrible. Eso sí que me apetecía mucho contarlo, porque los niños siempre están escuchando y hay que tener cuidado.

Es una historia sobre la búsqueda de la identidad, la transexualidad, el inicio de la sexualidad, pero también hay mucho de vidas precarias, que decía Judith Butler, de cómo el entorno, un entorno de violencias, transforma, modula el cuerpo y la vida de una una persona. No sé si a ti te ha inspirado Judith Butler o si compartes estas reflexiones.

La he leído mucho y me encanta. Es la gran filósofa de la de la empatía y del intento de comprensión al otro. Creo que es la gran pacifista de nuestro tiempo en este sentido. Quiero decir, es importantísimo hacer el ejercicio literario y que al final esto se decante en la realidad. El ejercicio de la comprensión, el ejercicio del ponerse en la piel del otro, que para eso sirve. La cultura no es ni más ni menos que irse prestando zapatos e irse prestando historias y prestando vidas para ver qué tal nos quedan, que tal nos calzan y qué aprendemos de eso. Si te has puesto en los zapatos de señores y señoras que no tienen nada que ver contigo, ponte en los zapatos de alguien que en realidad se puede parecer mucho más a ti. Tiene tanto peso en la novela lo trans como lo obrero o como la búsqueda del entender tu propio cuerpo. Eso es una cosa por la que hemos pasado. En el mundo entero tiene tanto peso la familia elegida como a la familia de sangre. Es extraño buscarle tres pies al gato y pensar que esta novela puede ser ajena a sus vidas, en principio más normativas, porque hemos pasado casi todo el mundo por lo mismo. ¿Quién no se hace preguntas sobre quién es y quién va a terminar siendo?

La clase obrera está muy presente en esta historia, "la carcoma de la clase obrera". Hay una reivindicación y también una crítica. Ahora cada vez menos gente parece que se identifica con clase obrera. ¿Todo el mundo quiere ser clase media?

Es una gran derrota ideológica, porque la pertenencia a la clase obrera lleva implícita unos lazos que son justo lo que esa clase media aspiracional corta, que son las vidas. Las vidas detrás de la puerta de tu casa tienen tantas supuestas comodidades que, en principio, ya no te hacen falta los vecinos. Y eso es una pena. Yo diría que lo de ser clase media es un intento por abandonar algo que te avergüenza y no debería ser así. Ser de clase obrera no es una vergüenza ni es un problema, lo que es un problema es la precariedad y la pobreza. Pero ser de clase obrera nos moldea y eso lleva implícito el establecer unos lazos de relaciones con la gente de tu clase, algo de lo que se huye en la clase media. Y esto me apena un poco.

La narradora habla de una conciencia de clase obrera. El padre de la narradora habla de la importancia de que los trabajadores estén unidos, dando guerra. Y hoy parece que esa conciencia de clase se ha perdido y que incluso la clase obrera se asocia a la extrema derecha.

Han estado muy hábiles también en recoger esa orfandad. Esto es una derrota que viene de los 90, del Aznarismo y de hacer creer a la gente que todo el mundo podía escapar del barrio y establecerse en realidad en un descampado, en un PAU, que al final es una casa con piscina, pero en un descampado. Me parece un drama que lleva tantas pérdidas y nos aísla. De repente, somos incapaces de formar un tejido suficiente para pelear por cosas necesarias que se nos recortan, como los derechos laborales. Piensas que porque vives en un PAU con una piscina comunitaria, ya esos problemas no tienen nada que ver contigo. Eso es frágil y estás a un mal viento de tener que volver, como ha sucedido tantísimas veces en los últimos años, a casa de tus padres con 45 años y cuatro niños.

Es una historia muy dura, pero es verdad que hay momentos muy luminosos, vamos a ellos. Amistades que surgen en momentos y en lugares insospechados. Esos referentes en un Madrid gay que empezaba a abrirse públicamente. Me ha resultado enternecedor cómo se entretejen esas complicidades en el barrio, no sé si a lo mejor estas complicidades y la amistad es lo más fuerte hoy políticamente hablando.

Estoy completamente segura de ello y de que sin hacernos fuertes en lo común, no vamos a ninguna parte. Lo común nos fortalece y nos protege. Y esto, las personas LGTBI lo sabemos muy bien. Es fundamental y es una idea sin la cual la novela no existiría. Al final es también la historia de la familia real, la familia que se elige, las alianzas que se tejen y cómo hay personas que son refugios. Eso es fundamental y lo puede entender cualquiera. Al final, la soledad, la incomprensión y el aislamiento es lo que acaba con nosotras y con nosotros.

No sé si te ha dado tiempo a leerlo, pero para mí, La mala costumbre tiene algo que dialoga también con La educación física de Rosario Villajos.

Me encanta que me lo digas, porque el libro me parece maravilloso y ella me parece estupenda. Efectivamente son el cuerpo, los miedos, la noche, la educación, los miedos aprendidos lo que me parece que establece un diálogo. Un diálogo maravilloso, en definitiva. También es un poco mi generación y con eso hemos crecido.

Rosario recoge el cuerpo de unas adolescentes, cómo empiezan a cambiar y se sienten incómodas en él. "Mi cuerpo estaba cambiando y empezaba a provocarme verdadera repugnancia", escribes. ¿Es posible que en el futuro tengamos adolescencias felices -¿de verdad podemos ser felices, Margarita?- o ahí va a estar siempre "la crueldad de la juventud"?

Eso es una pregunta estupenda para la que no tengo respuesta, pero tengo esperanza en que sí. Entiendo que la adolescencia lleva consigo una serie de ganancias y una serie de pérdidas que pueden ser muy duras. Y también es una época de transformación. A mí la transformación me obsesiona, por eso mi amor por los mitos, por los mitos clásicos, que son historias de transformación continua. La adolescencia, entre otras cosas, es una época en la que estás cambiando, como un insecto en una pupa, pero sin la pupa. En la que todo el mundo está viendo lo que te pasa y hay cosas que quizá te gustaría que sucedieran de forma íntima. Se trata con mucha injusticia a los adolescentes. Es la época de los descubrimientos y se puede dar en el mismo día ver unos dibujos animados y, de repente, por la tarde o por la noche, estar pensando en sexo, en cosas bastante más duras. Es la infancia y la edad adulta colisionando de una manera brutal y desmesurada que merece mucha comprensión, mucha literatura.

Dice la narradora: "las palabras nunca acababan de salir y no tenía herramientas para gestionar algo tan complicado que yo misma me esforzaba por enterrar en la fosa común de las vergüenzas". ¿Hay más herramientas para los jóvenes?

Sí, afortunadamente sí, cala la idea de la multiplicidad de la vida y de que la vida es más que lo normativo. Hay otras herramientas. Hay, afortunadamente, muchas personas que cuentan su experiencia, que cuentan su vida, hay mejores ejemplos y hay herramientas más benevolentes. La protagonista de la novela está contando que, como no tiene ningún referente benévolo para explicarse a sí misma, todo lo que se le ocurre son cosas feas, porque nunca ha escuchado otra cosa que no sea odio, burlas o desdén. Creo que eso sí que ha cambiado mucho. Eso sigue ahí, pero también hay alegría. Poder contarse también desde la alegría es fundamental para construirse mucho mejor.

También es un retrato no solo del barrio, sino de Madrid, el retrato de una ciudad un poco inexistente, al menos hoy, en la literatura y en el cine

Madrid, supongo que por su deriva política y por los estragos de la misma, se ha convertido en una ciudad que se parece muy poco a sí misma, se ha convertido en otra cosa y eso es muy triste y además es injusto. Yo necesitaba escribir una carta de amor a Madrid, porque ha sido una ciudad maravillosa y creo que ese espíritu sigue estando por ahí. Yo no entendería mi propia vida y mi propia formación sin recorrer las calles de Madrid. Madrid es una ciudad que necesita atención, que necesita fijarse, que necesita pasearse, que carece de las grandilocuencias de otras ciudades maravillosas o de la monumentalidad. Pero cuando la conoces bien y te empeñas en conocerla, esconde lugares alucinantes y tiene un espíritu que creo que es precioso. El espíritu de las feas con gancho, que digo yo. Ahora no está de moda hablar de Madrid en buenos términos. Lo entiendo, porque es muy hostil, pero cuanto más nos empeñemos en esa hostilidad, menos hay que hacer. Al final el relato construye un poco la realidad. Me apetece también decir que Madrid puede ser una ciudad maravillosa.

En ese retrato de Madrid aparece la heroína, las drogas y un poco el abandono, un proceso un poco político y social para los barrios, dices.

La heroína ha sido una gran masacre a finales de los 70, y durante casi toda la década de los 80. Tenía intenciones políticas muy serias y cualquiera que haya investigado un poco sobre el tema lo sabe. Fue una manera de acabar con un tejido vecinal importante, con unos movimientos políticos muy serios y destrozó generaciones enteras. Ahora esto se hace de manera, entre comillas, amable, que es aislando a la población en esas viviendas en las que no tienes que salir de la frontera que marca la valla. Borrar la expresión es una manera de borrar inquietudes, de borrar energías, de diluir energías en el consumo y el mantenerte en tu casa.

Eres medievalista de formación, te encanta además la mitología. Aquí utilizas la mitología clásica para crear otros seres también mitológicos. Esa vecina, esa trabajadora sexual, la maravillosa Margarita, Eugenia y todas las demás. ¿Es de justicia valorar la épica de todas esas mujeres?

Hay cantidad de mujeres que son grandiosas por sí mismas, pero a mí me apetecía escribir también una pequeña historia de mitología, un cuento de brujas, un cuento de oráculos de mujeres sabias y ponerles esa corona, porque me apetece mucho coronar a todas esas figuras femeninas maravillosas. Lo hago desde mi imaginario personal, que es la mitología, que es lo que me ha acompañado siempre y lo traslado a la actualidad, a lo mundano, pues es mi manera de engrandecerlas aún más.

Termino con el título de la novela, La mala costumbre. Dices que responde, en primer lugar, a la falta de comunicación, a la falta de entendimiento, algo que se ve en dos debates que tiene abiertos el feminismo, como la prostitución, que a la narradora le parece una opción honrosa, y la Ley trans, que ha tenido una gran oposición. ¿Hay mala costumbre hoy en el feminismo?, ¿qué posición tienes en estos dos debates?

Al final son debates que se dan sin las implicadas. Todo el mundo habla del trabajo sexual, menos ellas. Eso no puede ser. Mi posición es pro derechos, es que ellas digan lo que necesitan y actuar en consecuencia. Es decir, las hay que necesitan ser rescatadas, las víctimas de trata, que es otra cosa. Y eso es un horror. Del mismo modo que lo hacen las temporeras de Huelva, a las que obligan a trabajar en condiciones absolutamente miserables. Pero las trabajadoras sexuales lo que tienen que hacer es tener el espacio para hablar por ellas mismas y decirles a las salvadoras blancas, o a mí misma si es necesario, qué es lo que necesitan. No podemos entrar en cuestiones morales, ni me corresponde ni me interesa. No tengo por qué decirle a otra mujer cómo se tiene que ganar la vida, es que no está en mi mano hacer eso, aunque no me guste. A mí no me gusta que mi madre se haya dejado la salud fregando escaleras. Eso me repugna. Cuando se establece esa comparativa, cuando se niega esa comparativa entre el trabajo sexual o el trabajo semiesclavo de muchas limpiadoras o de temporeras, entramos una cuestión moral, eso es moralina. Al cuerpo le están pasando casi las mismas cosas y las violencias son bastante parecidas. Entonces a mí no me corresponde hablar por ellas.

 
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