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Cannes 2023 | Jonathan Glazer cuenta el infierno del Holocauso sin una sola escena de violencia en 'La Zona de Interés'

El director británico adapta magistralmente la novela de Martin Amis contando desde la belleza el horror del nazismo y el colaboracionismo en una película que apunta maneras de Palma de Oro en Cannes

Fotograma de 'La zona de interés' / A24

Fotograma de 'La zona de interés' / A24

Cannes

Una valla gris separa el infierno de la vida feliz. El infierno que relató Primo Levi y tanto otros. El infierno que hizo que Adorno dijera aquello de que ya no podría haber poesía después de Auschwitz​. No fue así. La hubo, y además, esos restos del infierno sirven hoy para para ganar seguidores y hacer caja a influencers de todo el mundo, las nuevas estrellas del momento que se sacan fotos como turistas modelos en los campos de concentración.

Está tan contado ese infierno detrás de la vaya que la decisión de Jonathan Glazer es una de las más inteligentes para volver a hablar del holocausto. El director muestra lo que hay al lado de la valla, donde viven felizmente los verdugos y no el calvario de las víctimas. El director, de origen judío, compite por primera vez por la Palma de Oro con La Zona de interés, la adaptación de la novela de Martin Amis, proyectada un día antes de que el escritor muriese a causa de un cáncer. Lo hace apostando a lo grande y ganando puntos para llevarse premio con una película descarnada sin mostrar ni un gesto de violencia, ni de terror, y casi ni un solo judío.

Decisión acertada, pues todo el horror de aquellos campos quedó claro con los valientes e históricos testimonios de algunos de los supervivientes, como el fotógrafo de Mauthausen, republicano español que sacó los negativos de las instantáneas que tomó el el campo. Después, fue el cine el medio que generó una estética y un imaginario de ese momento histórico con sus relatos. Es probable que a Claude Lanzmann le gustase la estrategia de Jonathan Glazer, en esta película en la que abandona el tono de sus obras anteriores, Sexy Beast, un thriller de mafiosos en la Costa del Sol, y Under the Skin, un thriller con Scarlett Johansson de alienígena mata hombres.

La zona de interés es una brillante y original adaptación de la novela de Martin Amis, que en España editó Anagrama. Polémica por construir una historia de amor de dos nazis mientras el holocausto tenía lugar. Encima por meter humor a ese relato. Ni sus editores habituales quisieron publicar al tótem británico. Glazer adapta el libro evitando hacer un copia o una traslación sin más a la gran pantalla. Como en toda traducción, diría Umberto Eco, hay traición al original, pero la esencia de la novela, que es lo importante, permanece en esta película, producida por A24, y una de las que las distribuidoras españolas se están jugando en el mercado del festival.

La idea principal es que también el dolor y el horror pueden contarse desde la ausencia de la belleza y desde la belleza. Por eso, Glazer nos muestra a una idílica familia a alemana que ha ascendido socialmente. Una casa con un esplendoroso jardín y una piscina, con las habitaciones cuidadosamente decoradas y ordenadas. Planos de flores: rosas, camelias, árboles... Escenas con los niños jugando en el río con su padre, todos con cuerpos blancos y firmes. Todo está bien en la imagen, pero algo ocurre para que en esos planos que supuestamente deben generar belleza y quietud, generen desasosiego. Y es que la casa no colinda con otras casas vecinas, sino con una valla, que todavía la vid plantada en su muro ha cubierto del todo. La valla no permite ver el horror, el de los prisioneros judíos gritando, a quienes a veces se les oye desde el salón de la casa familiar. Si se ve el humo de la incineradora, a lo lejos. Es el resultado de un nuevo sistema ideado para el crematorio funcione mejor. Ahí emerge el alma de la novela de Amis, la eficiencia y el Progreso como causantes o impulsores del holocausto.

De pronto, el espectador va descubriendo poco a poco, sin necesidad de primeros planos. Con la cámara alejada de sus personajes, Sandra Hüller, la actriz alemana que presentó aquí Martin Eden y que tiene otra película en competición y Christian Friedel, mostrándolos en esa casa perfectamente ordenada en su día a día, con sus criadas, todas locales, pues los judíos están al otro lado del muro. El espectador descubre que la abuela no quiere dormir en una casa donde las vistas son tétricas. Los niños acaban manchados de las cenizas de los muertos judíos cuando se bañan en el río. Las fiestas no son del todo felices, pues mientras ellos comen, al otro lado se oyen gritos. Sonido e imagen van por lugares diferentes. Esa disociación, apoyada en el ruido de fondo y en la música de Mica Levi es la que hace que el espectador infiera el infierno.

El cine nos ha contado que los nazis eran monstruos, que no tenían sentimientos, obviando las magníficas crónicas de Hannah Arendt sobre el juicio de Eichmann. Siempre es más fácil caricaturizar la maldad que admitir que vive entre nosotros, que esa familia podría ser la nuestra. Y que de hecho, a pesar de los años, seguimos copiando la dinámica de esa familia, de eso hablaba Amis y de eso habla Glazer que intercala varios segundos de planos en negro, de nuevo ocultando el horror, con música chirriante. La película trascurre en esas inmediaciones al campo de concentración, donde la familia del encargado vive apaciblemente. El director cambia de decorado en pocas ocasiones, para una especie de convención con otros directos de campos de concentración, que deberán acoger a nuevos prisioneros y debatir si tratarlos como mano de obra baratísima o acabar con ellos en los hornos crematorios. También Glazer conecta con la actualidad. Con esos museos de la memoria, donde las trabajadoras de la limpieza se encargan de dejarlos impolutos para que gente de todo el mundo vaya a contemplar los restos del horror y las influencers, como decíamos, hacerse el selfie correspondiente.

Quizá la memoria se haya quedado en eso, en una foto, y no en evitar lo que hacen esos personajes, normales y corrientes, colaboracionistas de un régimen asesino que solo quería sacar cuánta más eficiencia mejor para ellos, los blancos y puros. Hoy en día no hemos cambiado ese comportamiento, como esa familia, giramos la cara a los exterminios el mundo sigue ejerciendo. La banalidad del mal sigue entre nosotros, en Palestina, en Huelva, en Melilla, en México. Glazer consigue una obra cruel sin mostrar la crudeza y se aleja de repetir la sinopsis de la novela, la historia de amor a tres bandas en los alrededores del campo. Prefiere mostrar le horror de la fría cotidianeidad alemana, de un pater familias que actúa como cualquier otro, que juega con sus hijos en el río y por la noche lee cuentos. Hansel y Gretel, cuento popular alemán de los Hermanos Grinn, que al director le sirve para romper la narración y mostrarnos a una niña en el bosque oscuro. Por la noche es el padre perfecto, por el día es un empresario que busca la rentabilidad de su negocio: un campo de exterminio y eso, como explican Amis y Glazer, tiene sus contradicciones.

 
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