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Cannes 2023 | Jessica Hausner disecciona la obsesión por la comida y las dietas en la inquietante y ambigua 'Club Zero'

La directora austriaca presenta nuevo filme en competición, una versión moderna de 'El flautista de Hamelín', que protagoniza la actriz Mia Wasikowska

Fotograma de 'Club Zero' de Jessica Hausner / cedida

La directora austriaca Jessica Hausner lleva preguntándose en sus películas por la ambigüedad del mundo en que vivimos. Sobre la necesidad de creer en algo, aunque se vea a leguas que hay un timo detrás, como hacía en Lourdes, sobre la necesidad de regular los avances genéticos y tecnológicos, como hacía en Little Joe, su primera película en competición en el Festival de Cannes. Al festival regresa de nuevo, a luchar por la Palma de Oro, con una inquietante propuesta, que supone un paso más en su estilo visual y narrativo, Club Zero.

En ella disecciona la educación actual, la presión sobre los adolescentes y el mito de la meritocracia. Lo hace apuntando a uno de los grandes temas ahora mismo en la sociedad: la alimentación. En una escuela de élite, un internado pijísimo, un grupo de padres, preocupados por el futuro de sus hijos, deciden contratar a una nueva profesora que enseñará a esos alumnos seleccionados cómo comer bien y mejorar los hábitos alimentarios, pues así, mejorará su rendimiento académico, para ser los mejores y encontrar mejores trabajos, a base de pagar antes, claro.

Esa profesora es la actriz Mia Wasikowska, una especie de influencers de las dietas, que tiene un método que consiste en "comer consciente", básicamente inspirar y expirar antes de comerse lo que hay en el plato, tras trocearlo en pedacitos para comer menos. "Cuanta menos comida pase por el intestino, mejor", dice en una de las charlas con los alumnos. Cercana, amable, consigue tener influencia en unos adolescentes en guerra con los padres, que siguen al dedillo sus recomendaciones, que se vuelven cada vez más y más extremadas.

La preocupación por el desperdicio alimenticio, en plena crisis climática y en un mundo donde unos tiran comida y otros mueren de hambre. La obsesión por el cuerpo y el modelo hegemónico de belleza, que pasa por la delgadez extrema. La preocupación por comer sano y, sobre todo, el control del cuerpo en una edad, la adolescencia, donde todo es desorden y descontrol.

Club Zero puede leerse como muchas cosas. Para empezar es una versión moderna del cuento alemán El flautista de Hamelín, donde un flautista despechado hipnotizaba a los niños de un pueblo gracias a la música de su flauta. Aquí es Wasikowska la que lleva a esos jóvenes, con unos padres terribles y problemas de identidad y de autoestima, a que la sigan hacía el experimento que quiere realizar. Esas jóvenes obnubiladas por los milagros religiosos de Lourdes, recuerdan a este grupo de jóvenes que se empeñan en sacar buenas notas, ser bailarines o mejorar el salto de trampolín, o incluso salvar el mundo de la crisis climática.

Una advertencia a los peligros de los falsos gurús, en tiempos donde influencers mandan mensajes perniciosos en Instagram y Tik Tok, y los jóvenes se lanzan a hacer retos peligrosos y a seguir dietas dañinas. La soledad ha sido uno de los temas que emergía en sus películas. Mujeres solas en mundos fríos y cínicos. Aquí esa soledad que sienten los adolescentes es el caldo de cultivo para esos embaucadores, que pueden llevar al fin del mundo a un grupo de chavales con complejos y con padres desquiciantes.

Con una puesta en escena similar a la de Little Joe, con decoraciones minimalistas y estetitazas, donde dominan las líneas simples y los colores: azul, rojo, amarillo, verde... Colores y estética que le sirven a la directora para adentrar al espectador, acompañado de una música que recuerda a los gong del yoga y la meditación pero con formas estridentes, en un mundo lleno de ambigüedad moral e hipocresía, de una clase social alta. Unos ricos de casas de postal e hijos imperfectos, a los que pasan todas sus preocupaciones. La película brilla en los momentos de humor negro, con los hijos negándose a comer, con esas madres a dieta perpetua, o esos padres que, o repiten el modelo masculino de ordeno y mando, o directamente son progres gilipollas que contratan a gurús de moda para quitarse la culpa de no saber cómo educar a sus hijos. O madres obsesionadas con que sus hijos coman, cocinando sin parar tocino y carnes con salsas.

Con todos esos elementos, la directora nos sumerge en un mundo terrible, de familias ricas y padres agotadores que no saben cómo enfrentar los trastornos alimenticios de sus hijos, ni sus crisis, y que solo le exigen dar más y más hasta llevarles a ese enigmático final. La película recuerda a una de las partes de esa trilogía de Ulrich Seidl, productor de la película, Paraíso: esperanza, donde nos metía en un campamento para niños en proceso de adelgazamiento. Hausner es mucho más hipnótica que su Seidl, aunque igual de fría al mostrarnos las dinámicas terribles que pasan de padres a hijos.

Es interesantísimo que la directora se adentre en la compleja relación con la comida, en un mundo dominado por el fast food, las obsesiones nutricionales y donde la ideología y la clase social importan y mucho, como se refleja en las diferencias entre este grupo de jóvenes a la hora de elegir qué y cómo comemos. La alimentación será el gran debate del futuro y Jessica Hausner se adentra en ello en esta fábula moral sobre la presión social y la hipocresía, en una película que deja ver las miserias de las escuelas de excelencia y de los colegios privados, esos a los que todo el mundo se pelea por entrar.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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