El universo mental de los haters
Conoce más de esta figura popular de internet que vive para odiar y envidiar al resto

El universo mental de los haters
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Con el paso del tiempo y las redes sociales, se ha popularizado mucho un tipo de personaje, normalmente anónimo, que se dedica al acoso, a la envidia y al insulto constante sin ningún tipo de fin alguno. Hablamos de los haters. Algunas de las características principales de estas personas es que solo expresa opiniones negativas, y de la manera más mordaz posible. Además, hacer comentarios cínicos o crueles es su diversión favorita en las redes. Va a la caza de personajes o posts que sean susceptibles de su burla.
Intenta ser ingenioso, lo que revela que además de desacreditar quiere obtener relevancia como fruto de sus provocaciones. Por ello y para hacer más daño, suele elegir a personajes o temas de actualidad, que sean susceptibles de atraer la atención del máximo de público.
Las reacciones de las figuras públicas ante ese ejército de “odiadores” son muy variadas. Va desde el resignado haters gonna hate —los odiadores siempre van a odiar— hasta personalidades que borran sus cuentas en las redes sociales para dejar de exponerse a este alud de improperios.
Su razón de ser
La energía que invierte el hater en destruir puede obedecer a varias razones. Dos de las principales son:
Envidia y búsqueda de notoriedad., ya que el hater considera que la persona a la que ataca tiene una fama o prestigio que no merece. La indignación que lleva al ataque es más fuerte cuando quien lanza el dardo practica la misma actividad, pero no obtiene reconocimiento. Así, la cantante sin suerte se ceba en las estrellas juveniles de la MTV, o el político aspirante carga las tintas contra quien ostenta el cargo. En un entorno doméstico, la rivalidad dentro del gremio se traduce en el fontanero que, tras picar la pared para descubrir la instalación hecha por otro, afirma: “Vaya chapuza le han hecho aquí.”
La proyección, mencionada ya por Freud en 1895, se trata de un mecanismo de defensa en el que atribuimos a otras personas nuestros propios defectos o carencias. Los demás ejercen de espejo en el que proyectamos lo que no hemos resuelto dentro de nosotros. Hace cuatro siglos, Baltasar Gracián ya apuntaba en esta misma dirección con su célebre “Quien critica, se confiesa.” Cuando una actitud ajena nos irrita sobremanera, debemos hacer autoanálisis. Las personas que acaparan la conversación, por ejemplo, señalarán sin duda a aquellos que hablan demasiado. Es más difícil, en cambio, percibir un defecto que no se tiene.
En el pasado
Esto no es de ahora. En 1995, los lectores del semanario alemán Spiegel se sorprendieron al ver en portada al reputado crítico literario Marcel Reich Ranicki destrozando con sus propias manos la novela de Günter Grass que en español se tituló Es cuento largo.
Si nos remontamos a la Edad de Oro de las letras españolas, sorprende el odio con el que dos figuras de tanto calado se atacaban a través de los medios de la época. Góngora acusaba al joven Quevedo de ser un pésimo traductor de las obras griegas, además de burlarse de su cojera. Por su parte, el autor del Buscón y de una rica obra poética acusaba a Góngora de ludópata y de mal sacerdote, además de recordarle su origen judío. Los insultos dieron lugar a una refinada arte poética, como en esta diatriba rimada de Quevedo a Góngora: Vuestros coplones, cordobés sonado, / sátira de mis prendas y despojos, / en diversos legajos y manojos / mis servidores me los han mostrado. Por su parte, Góngora se rio de la panza de su rival en plena Semana Santa, llamándole “asesino de torrijas”.




