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25 años de Dogma 95, el último gran movimiento cinematográfico del siglo XX

Celebración de Thomas Vinterberg se estrenó hace un cuarto de siglo y fue la primera película de esta corriente cinematográfica de la que también forman parte títulos como Los idiotas, de Lars von Trier o Italiano para principiantes, de Lone Scherfig.

Cartel de Celebración, de Thomas Vinterberg. La primera película del movimiento Dogma 95.

Ocurrió en París en 1995 durante los actos de celebración del centenario del nacimiento del cine. En unas jornadas en las que se abordaba el futuro del arte cinematográfico, un pequeño grupo de daneses encabezados por los directores Lars von Trier y Thomas Vinterberg se hacían notar repartiendo unos panfletos en los que se quejaban del estado del cine actual. Los daneses consideraban que el séptimo arte se encontraba en horas bajas, dominado por las grandes productoras estadounidenses y sus películas de grandes presupuestos, efectos especiales y merchandaising. Ellos en cambio buscaban una recuperación del espíritu de la Nouvelle Vague de los años 50 que proponía un cine más consciente de su naturaleza y menos superfluo. Lars Von Trier subió al escenario y leyó su manifiesto. “La única respuesta fue: ¿entonces por qué estás aquí si odias tanto las películas? Era extraño porque yo no le decía a la gente que no hiciera cine. Yo les decía: así es como yo voy a hacerlo”, recordaba el director danés.

El objetivo de Dogma 95 era romper con los pilares sobre los que se sustentaban las producciones de Hollywood. “El objetivo es enfrentarnos a lo que el negocio del cine es realmente, no darle un nuevo color. La idea es colocarnos ante su espejo y decirnos a nosotros mismos: mira, hay otra manera de hacerlo”, explicaba Thomas Vinterberg. Se trataba, en definitiva, de purificar el cine volviendo a sus raíces, despojándose de todos los añadidos y aferrándose a la idea de que para hacer una buena película solo hacía falta una cámara, unos actores y una buena historia. “Nos llevó como media hora escribir las reglas, quizás menos. Nos preguntamos ¿qué es lo que utilizas normalmente para vestir un film? Maquillaje, decorados, música, iluminación, etcétera, y lo prohibimos todo. Pensamos que si no tienes ninguno de esos elementos has de esforzarte cada segundo para enganchar al espectador utilizando solo a los actores y la cámara”, decía Vinterberg.

Certificado de que la película Te quiero para siempre, de Susanne Bier, reunía los requisitos para formar parte del movimiento Dogma 95.

Certificado de que la película Te quiero para siempre, de Susanne Bier, reunía los requisitos para formar parte del movimiento Dogma 95.

El manifiesto hacía hincapié en dar importancia al proceso creativo y a no preocuparse por las ganancias que pudieran obtenerse con las películas. Intentaba dejar claro que hacer un buen producto no debía ir ligado a tener un gran presupuesto. “Estonia y todos estos nuevos países donde no hay una industria del cine consolidada verán de repente que hacer películas está a su alcance. Ya no piensan: si no luce como Star Wars no podemos hacer una buena película. Pues sí que puedes. Solo por eso creo que Dogma 95 es algo fantástico”, razonaba Lars Von Trier.

Dogma 95 establecía unas reglas, conocidas como “El voto de castidad”, que toda película que participara en su movimiento debía cumplir. Para empezar los rodajes tenían que llevarse a cabo en localizaciones reales, sin alterarlas. No se podía decorar ni crear un set. Las películas debían ser rodadas cámara en mano, sin grúas ni raíles. Debían filmarse en color y la iluminación artificial estaba prohibida. Tampoco el sonido podía mezclarse separadamente de las imágenes sino que debía de ser el propio de la escena. Recursos como el de la voz en off estaban vetados y no podía usarse música para intensificar las emociones. La única música permitida era la que estuviese integrada en la propia escena, por ejemplo, sonando a través de la radio o en un tocadiscos. Los efectos ópticos, filtros o lentes deformantes estaban también prohibidos. El único truco aceptable eran los recursos propios de los actores. No se aceptaban películas de género. Las películas debían explicarse por sí mismas y no por su pertenencia a un género. Y el nombre del director no debía aparecer en los títulos de crédito. Tampoco estaban permitidos los saltos temporales o espaciales. Las películas debían suceder aquí y ahora. En definitiva, un conjunto de reglas que intentaban devolver al cine a su forma más sencilla y simple.

Cartel de Los idiotas, de Lars von Trier, la segunda película del movimiento Dogma 95.

Cartel de Los idiotas, de Lars von Trier, la segunda película del movimiento Dogma 95.

En 1998, hace ahora 25 años, llegó el primer film de Dogma 95. Era Celebración de Thomas Vinterberg, probablemente la mejor película que dejó el movimiento. En una gran mansión se reunía una familia junto a decenas de invitados para celebrar el cumpleaños del patriarca, pero durante los discursos de la cena uno de los hijos hacía una impactante revelación. La película ganó el Premio del Jurado en el festival de Cannes y tuvo una buena acogida, tanto de público como de crítica. Poco después llegaba la primera aportación a Dogma 95 del otro padre del invento, Lars Von Trier. En Los idiotas el director danés nos mostraba a un grupo de jóvenes que se hacían pasar por discapacitados mentales como una manera de escapar de la normalidad. Otro título destacado de Dogma 95 fue Mifune, del también danés Soren Kragh-Jacobsen que rodó varias películas siguiendo sus preceptos. “Siempre lo comparamos con la moda de los discos y conciertos unplugged de los años 90”, decía este realizador. “¿Por qué demonios tipos como Eric Clapton tocaban en acústico? Pues probablemente porque estaban rodeados de una gran tecnología en los estudios, podían hacer lo que quisieran, samplers, reverberaciones, cambiar su tono de voz, toda clase de trucos. Y de repente esos tipos quisieron volver a lo esencial, a la forma más pura de su trabajo como músicos. Pues eso es exactamente lo que queremos hacer nosotros con las películas”.

Fotograma de Italiano para principiantes, de Lone Scherfig.

Fotograma de Italiano para principiantes, de Lone Scherfig.

En el año 2000 también se unió al movimiento Lone Scherfig, la primera mujer de Dogma 95. Su película Italiano para principiantes tuvo bastante éxito y fue premiada en Berlín. Otros directores no daneses se apuntaron también a Dogma 95. Por ejemplo el francés Jean Marc Barr, el norteamericano Harmony Korine, el argentino José Luis Marqués o el español Juan Pinzás. “Llegué a un acuerdo con Lars von Trier para hacer una trilogía de películas Dogma. El estaba un poco escéptico, pero yo estaba convencido de hacerlas respetando el decálogo de los principios”, comentaba hace años el director español.

Cada película Dogma 95 mostraba, al comenzar el film, una imagen del certificado que otorgaba un comité de jueces que verificaban que la película cumplía con las normas del Voto de castidad, y los directores debían firmar una especie de juramento. “Era un documento por escrito en el que jurábamos que íbamos a cumplir con el voto de castidad”, recordaba Juan Pinzás. “Eran cosas de esa hermandad que era el movimiento Dogma y que eran los compromisos que adquiríamos en el momento de meternos en esa especie de hermandad y cuando te aceptaban”, explicaba.

Cartel de El desenlace, de Juan Pinzás. La última película oficial del movimiento Dogma 95.

Cartel de El desenlace, de Juan Pinzás. La última película oficial del movimiento Dogma 95.

Otras películas en cambio fueron rechazadas. El proyecto de la bruja de Blair cumplía todos los requisitos técnicos de Dogma 95 pero se trataba de una película de género, en concreto del género de terror. Era algo injusto porque en realidad las traiciones al voto de castidad se habían producido desde la primera película. Por ejemplo, Vinterberg confesó haber cubierto una ventana durante la grabación de una escena de Celebración, con lo cual alteraba la iluminación real. El propio Lars Von Trier se alejó pronto de Dogma 95 para rodar el musical Bailar en la oscuridad con la cantante Björk o películas que transcurrían en escenarios no reales, como Dogville o Manderlay. No obstante, de vez en cuando regresaba al movimiento. El jefe de todo esto cosechó excelentes críticas, pero era una comedia y por tanto rompía con uno de los mandamientos del voto de castidad.

En total se calcula que se hicieron unas 300 películas que podrían incluirse en Dogma 95, pero prácticamente ninguna de ellas cumplía con todas las reglas. En 2002 el Secretariado de Dogma 95dejó de verificar la pertenencia de una película a su movimiento y poco después se decretó el final de la corriente. El desenlace, de Juan Pinzás, estrenada en 2005, sería la última película de Dogma 95. “Nosotros teníamos previsto cerrar la trilogía en España y fuimos los que pusimos el broche final”, nos comentaba el director.

El resultado práctico de aquel movimiento son unas películas de cierto aspecto amateur rodadas con una cámara que no deja de moverse y en las que no hay apenas reducto para la ficción. Películas que encarnaban el realismo visual y narrativo. Dogma 95 fue una corriente cinematográfica efímera que quizá no nos haya dejado muchas grandes películas, pero nadie puede negarle el mérito de haberse enfrentado con valentía a la dominante industria cinematográfica estadounidense y al realismo artificial del cine. “La vida emocional es muy explosiva en todas nuestras películas y creo que es debido a que solo tenemos a los actores para contar la historia. Cuando quieres expresar sentimientos no tienes la música para apoyar ese crescendo emocional. Tienes que recurrir al elemento real si quieres expresar debilidad, furia o lo que sea”, afirmaba Thomas Vinterberg.

 
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