España está llamada a las urnas este domingo, 23 de julio, para decidir la composición del Congreso durante los próximos cuatro años. Sea cual sea el resultado, lo que parece claro es que el partido ganador deberá llegar a acuerdos para poder gobernar, una situación que recuerda mucho a la que se vivió en 2019, año marcado por un complejo equilibrio de fuerzas políticas que incluso obligó a repetir los comicios. En aquella ocasión, Pedro Sánchez ganó las elecciones y Felipe VI lo propuso como candidato a presidente. Como condición para brindarle su apoyo en la investidura, Unidas Podemos exigía un Gobierno de coalición con una distribución proporcional al número de votos obtenidos por ambas fuerzas. Fue el momento en el que el ahora presidente admitió que «no dormiría tranquilo» dejando un ministerio de Estado en manos de la formación morada. El acuerdo no llegó y los españoles tuvieron que volver a votar siete meses después. Las primeras elecciones generales de 2019 se celebraron el 28 de abril y contaron con una participación del 75,75%. El PSOE obtuvo 123 escaños (28,68% de los votos), mientras que el PP —por entonces liderado por Pablo Casado— consiguió 66 (16,70%). Ciudadanos fue tercera fuerza, al hacerse con 57 diputados (15,86%); por delante de Unidas Podemos, que se hizo con 42 (14,31%). Vox entró por primera vez en el Congreso, al hacerse con 24 escaños (10,26% de los votos). Tras la renovación del Congreso, Felipe VI inició una ronda de consultas con los representantes de los partidos políticos y, tras ella, propuso a Pedro Sánchez como candidato, al ser su partido el más votado. Sánchez no llegó a un acuerdo ni con Ciudadanos —cuyos 57 diputados votaron en contra— ni con un hipotético bloque progresista formado por Unidas Podemos y algunos partidos independentistas, que se abstuvieron. Después de dos rondas de investidura infructuosas, Felipe VI decidió no abrir una nueva ronda de consultas hasta que hubiera un acuerdo suficiente para formar gobierno antes del 3 de septiembre. Al no producirse ningún pacto antes de esta fecha, hubo una nueva ronda de consultas para estudiar si existía alguna mayoría parlamentaria. El Rey constató que ningún candidato contaba con los apoyos necesarios, situación que llevó a la disolución de las Cortes y a una convocatoria de otras elecciones generales para el 10 de noviembre. En la repetición electoral participaron un 66,23% de los votantes, un dato cinco puntos y medio inferior al de abril. En esta ocasión, el PSOE volvió a ganar, pero perdió tres diputados, al pasar de 123 a 120 (28,25% de los votos). Por su parte, el PP creció hasta los 89 escaños (20,99%), mientras que Vox se convirtió en tercera fuerza, al hacerse con 52 asientos (15,21%); y Unidas Podemos cayó hasta los 35 (12,97%). Ciudadanos se hundió. De los 57 diputados que obtuvo en abril, en noviembre sólo consiguió retener 10 (6,86% de los votos). Una vez conocidos los resultados, el escenario volvió a ser el mismo que en abril. Tras las correspondientes consultas con los partidos políticos con representación, Felipe VI propuso a Pedro Sánchez como candidato. Esta vez sí que hubo acuerdo en la izquierda. El 31 de diciembre, el PSOE y Unidas Podemos firmaron un preacuerdo programático para conformar un Gobierno de coalición progresista. Para ser investido en primera ronda, Pedro Sánchez necesitaba una mayoría absoluta (176 votos a favor), algo que no tenía en su mano, puesto que a los 120 votos favorables del PSOE solamente se sumaban los 35 de Unidas Podemos, los seis del PNV, los dos de Más País, el de Nueva Canarias, el del BNG, el de Compromís y el de Teruel Existe. En segunda vuelta Sánchez sólo necesitaba una mayoría simple; es decir, más síes que noes. Con los mismos apoyos que en su primer intento, logró 167 votos, suficientes para que fuera investido presidente.