El viernes, pareció que retrocedíamos muchos años con un discurso de media hora. Pero hemos visto también en un fin de semana cómo la historia puede cambiar en dos días: hemos asistido al «se acabó» que han liderado las mujeres jugadoras; a la reacción del fútbol femenino mundial a la que se va sumando por fin, aunque con silencios, voces del fútbol masculino. Hemos visto la reacción en algunos campos, con pancartas de apoyo, y hemos tenido tiempo de hacernos preguntas: por ejemplo, qué tipo de impunidad creyó que tenía Rubiales. Seguramente la que de verdad tenía. La que le dejaron tener. O qué pasará con Luis de la Fuente, que censuró por escrito lo que él mismo había aplaudido con sus manos, en un pasaje que recordaba a cuando Rubiales nos llamó tontos e idiotas. O qué pasará con Jorge Vilda, tan crítico de repente después de que le prometieran en público un sueldo de medio millón. Ni Vilda ni de la Fuente se dignaron a mencionar a Jenni Hermoso, a la que, por cierto, vimos este fin de semana. Hemos leído el comunicado de Jenni Hermoso, que habla de una cultura manipuladora y controladora en la federación y afirma que actitudes como la de Rubiales han sido parte del día a día durante años. Nadie lo frenó. Nos hemos acordado de las 15 jugadoras que se plantaron y nos hemos preguntado si aquello tuvo, si a aquello le dimos, la relevancia que merecía. Hemos leído cómo la federación obligó a varias mujeres del equipo técnico a ponerse en primera fila para aplaudir a Rubiales, que se fue señalando a las jugadoras con comunicados con sello oficial que están ya en la historia de la indecencia. Todo eso ha pasado en un organismo ni clandestino ni secreto: en la federación de nuestro deporte rey. ¿Cómo sabemos ahora que las cosas cambiarán, si los que aplaudían no eran dos o tres? ¿Cuándo podrán volver a su selección las campeonas del mundo? Y más aún: si todo esto ha pasado en la federación, qué no pasará todavía en otros ámbitos más cotidianos, menos expuestos, donde se escuchen los «noesparatantos» y los «sólofueunbeso» y los silencios cómplices o los silencios por miedo. Que se ha logrado mucho, claro. Que esto no termina aquí, también. Pero hace falta el «se acabó», hace falta el «se acabó» porque no se acaba.