Venecia 2023 | Matteo Garrone transforma el viaje de un migrante en la Odisea del siglo XXI en 'Io capitano'
El director italiano da un toque de atención a los europeos ante la irresponsabilidad con los migrantes africanos, lo mismo que la polaca Agnieszka Holland donde en 'Green Border' muestra el conflicto en la frontera de Polonia y Bielorrusia y la violencia hacia los refugiados
Venecia
En un país donde la crisis migratoria está en el centro del debate político cuyo relato, desgraciadamente, ha ganado la extrema derecha, en el poder con Meloni, el cine insiste en contar de maneras muy diferentes el lado humano y social. El Festival de Venecia ha ido acogiendo en estos años varios relatos sobre la convivencia, sobre las continuas violaciones de derechos humanos y sobre la violencia contra ellos. Gianfranco Rossi, Crialese han sido algunos de los que han abierto camino usando distintos enfoques. En esta edición del festival, hemos visto dos acercamientos. Uno de ellos, el de Matteo Garrone, en Yo, capitán, y el otro desde el lado de la Europa del Este, con la veterana Agnieszka Holland en Green Border, situándonos en la frontera polaca. Dos películas con dos dispositivos completamente diferentes y con dos maneras de aproximarse a una misma realidad, a un tema universal y casi atemporal, pues como decía el director italiano, todos los pueblos son pueblos de migrantes.
Tras rodar películas realistas como Gomorra, la adaptación del libro de Roberto Saviano, sobre la mafia italiana, Garrone ha transitado también por el exceso en comedias como Reality, por el realismo sucio de historias como Dogman, o incluso por la fantasía con El cuento de los cuentos y Pinocho. Precisamente, de esta última utiliza un rasgo para formular la base de Io, capitano, la ingenuidad y la bonhomía del niño de madera están en el protagonista de este nuevo filme, el africano Seydou Sarr. Un joven de dieciséis años que decide, junto a su primo, coger sus ahorros y emigrar a Europa desde Senegal. Garrone adapta la historia verdadera de Mamadou Kouassi y se mantiene fiel al relato. Viaje en autobús, robo en Malí, detención en una cárcel Libia, hasta conseguir subirse a una patera.
Garrone, ovacionado en la rueda de prensa, ha explicado que quería ofrecer "el contrapunto" de lo que suele verse en Europa desde hace décadas. "Vemos los barcos que llegan por el Meditérraneo, a veces les salvan y a veces no, contamos las muertes, pero olvidamos que hay un mundo detrás, hay familias, sueños y deseos".
Es el viaje del héroe, el viaje de un Ulises que pierde su inocencia por el camino, pero no la esperanza y que demuestra la irresponsabilidad de Europa y de los europeos en lidiar con los movimientos migratorios. La película es un relato clásico, una road movie, un viaje lleno de peligros que el protagonista va superando. El director se centra en la historia conmovedora y dura del personaje y en la impactante interpretación de este joven africano. No escabulle el drama, pero evita regodearse en él. La violencia contra los migrantes no aparece en plano, está siempre fuera. Lo que vemos son sus consecuencias, físicas y también psicológicas. Lo que vemos es la naturaleza humana tratando de sobrevivir en condiciones agonizantes, como ese barco que no recibe respuesta. Malta no contesta. Italia se lava las manos. El drama parece estar servido, pero el director siempre se las apaña para que nadie se hunda.
Es el segundo día consecutivo en que el tema de la inmigración recala en el Venecia después de que la cineasta polaca Agnieszka Holland presentara Green border, un filme sobre la crisis migratoria en la frontera entre Bielorrusia y Polonia en 2021. Una película que, como la de Garrone, culpa a Europa de su inacción y de su irresponsabilidad y falta de valentía ante la violencia en sus fronteras. Sin embargo, la directora polaca, es mucho más dura en sus planteamientos y ofrece un enfoque completamente diferente al del italiano.
"La compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita", dejó escrito Susan Sontag. En Ante el dolor de los demás, la escritora reflexionaba sobre el poder de las imágenes para movilizar políticamente a quien las ve. Hablaba y discutía con Judith Butler sobre la efectividad de ver las fotografías de las torturas en Irak. Un debate que sigue vigente no solo en la prensa y la televisión cuando informan de violencia, sino también en cómo la representa el cine. ¿Es efectivo insistir en el dramatismo y en la crudeza de la violencia y crueldad en una frontera? ¿Hay que mostrar cómo la policía empuja a una mujer embarazada que quiere cruzar de un país a otro hasta hacerla sangrar? Frente a la opción de evitar los golpes de Garrone, Holland prefiere apuntar una y otra vez a la dureza que vive un grupo de refugiados que ansían llegar a Europa y pasan por Bielorrusia. Allí son devueltos al otro lado de la alambrada por los policías polacos, igual de fieros y fascistas que los bielorrusos.
Del verde del bosque, la imagen pasa al blanco y negro. Green border se remonta a octubre de 2021, cuando el presidente bielorruso Alexander Lukashenko hizo un llamamiento engañoso que atrajo a inmigrantes de países como Siria, Afganistán, Yemen o Congo que querían llegar a Europa, prometiendo abrir su frontera con Polonia. La directora de Europa Europa divide la película en varios capítulos y analiza desde distintos puntos de vista de los implicados ese conflicto: los policías, los activistas, los refugiados y una psicóloga que toma consciencia.
"Saturados de imágenes de una especie que antaño solía impresionar y concitar la indignación, estamos perdiendo nuestra capacidad reactiva", insistía Sontag y quizá eso le pase factura al filme de la directora polaca que insiste en subrayar esa violencia y en que la veamos. La pretensión es la misma que Garrone, usar la cámara y su historia, para que hagamos algo, votemos diferente, pensemos diferente, actuemos y evitemos que otro holocausto siga ocurriendo en el viejo continente.