'No me llame Ternera': ni entrevista masaje ni blanqueamiento, el documental de Évole es un retrato de la banalización de la violencia
Jordi Évole y Màrius Sánchez presentan en el Festival de Cine de San Sebastián su documental entrevista con el etarra Josu Urrutikoetxea, alias Josu Ternera, tras la polémica petición de censura por parte de más de 500 intelectuales
San Sebastián
Eran muchos y muy interesantes los interrogantes y debates que podría abrir un documental como No me llames Ternera, película con la que el Festival de San Sebastián ha decidido inaugurar este sábado la sección Made in Spain, donde se pueden ver algunas de las películas de nuestra cinematografía más relevantes. El trabajo de Jordi Évole y Màrius Sánchez se centra en una entrevista con el etarra Josu Urrutikoetxea. Es la primera entrevista que da y lo hace desde el País Vasco francés a la espera de que el gobierno galo lo extradite a España para ser juzgado. De todos esos debates, al final, estamos atrapados en uno, el de si se puede o no proyectar en el certamen una película sobre un miembro de ETA.
Polémica que Donosti siempre ha zanjado de la misma manera. Daba igual que fuera 1979 con El proceso de Burgos, 2003 con La pelota vasca o Fe de etarras en 2017. El festival las ha proyectado pese a las peticiones de censura de todas ellas. Lo mismo ocurrirá este sábado con esta entrevista de los periodistas catalanes que la prensa ya ha podido ver y que tiene como gran valor el convertirse en un documento histórico.
Los directores dejan claro su punto de vista moral abriendo y cerrando la película con el testimonio de una víctima de uno de los atentados en los que participó Ternera. Fue en 1976, todavía en dictadura y, por tanto, un delito que entra dentro de la Ley de Amnistía de 1977. El hombre era escolta del alcalde asesinado de Galdakao y recibió 12 balazos. A día de hoy desconocía quién había estado tras aquel atentado. Esa es la sorpresa o el gancho del documental, que utiliza ese estilo que ya hemos visto en los programas televisivos que Évole presenta en la Sexta.
Capítulo 47 | Víctor Legorburu, de Galdakao, asesinado tras el ultimátum de ETA a los alcaldes vascos
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La primera y la última palabra la dice una víctima. Algo importante en un documental donde el lenguaje es la herramienta por la disputa política. Decimos que No me llame Ternera es un documento histórico, por el peso que Ternera ha jugado en la organización terrorista, tanto en sus inicios durante el Franquismo, con el atentado de Carrero Blanco, como en los años más sangrientos ya en democracia o en el desenlace, ese proceso de paz que fue el primer paso para que años después ETA dejara las armas y se disolviera, pero sobre todo, porque en él vemos la cerrazón del lenguaje y cómo éste ha configurado un mapa mental que cambia términos como asesinato por acción, un marco mental que activa valores, principios y directrices políticas y, desgraciadamente, violencia. No hay un lenguaje neutro, decía el lingüista ruso Bajtin.
Acusar de equidistancia o de blanqueamiento no tiene sentido aquí. No lo hay. No solo porque no haya compadreo y los gestos y las posturas estén claras desde el inicio, sino porque de antemano ha quedado claro que la defensa de la vida y la libertad no estaban en entredicho. No es el objetivo de la entrevista. Es el de entender si hay o no arrepentimiento. Si hay o no un cambio de postura. Y, sobre todo, y lo más importante, entender el proceso para que un joven entrara en ETA a los dieciséis años y continúe defendiendo las acciones de la banda a los 72. No hay, por tanto, equidistancia por escuchar los argumentos, explicaciones y hasta las excusas que Ternera da a la audiencia. Evidentemente, accede a la entrevista porque tiene algo que decir: “Han hablado por mí otros, hasta han escrito libros, quiero hablar yo”. Y eso hace, pero paga un peaje, que descubramos que no está cómodo con su marco lingüístico, aunque durante toda la entrevista se pegue a él con fuerza. Un marco que, como si Évole hubiera leído ese manual político y semiótico que es No pienses en un elefante, de George Lakoff, jamás traspasa.
Objetivo de la entrevista
El objetivo periodístico de esta entrevista no era ir a por el titular, a por el efecto y los directores lo han entendido, sino no caer en el lenguaje del entrevistado. Mantenerse todo el rato en una esfera. Un lenguaje que, a diferencia de lo que lograba Borja Cobeaga en la comedia Negociador, donde se satirizaba el proceso de paz llevado a cabo precisamente por Josu Ternera y Jesús Egiguren, aquí no significa lo mismo. Cobeaga centraba el conflicto en la imposibilidad de comunicación entre sus personajes precisamente por un marco lingüístico enfrentado: Euskalerria versus País Vaso, por ejemplo. Al pasar los términos por el filtro de la traducción al inglés, el idioma que hablaba en esa negociación el mediador internacional, los términos acababan siendo los mismos. Cada lenguaje es un punto de vista sobre el mundo, pero es la lengua la que hace que sea posible el diálogo entre ambos mundos. Aquí el diálogo es siempre frío y ofrece una doble perspectiva de sentido. Évole insiste en hacerle salir de ahí, en que reconozca sus contradicciones, como cuando califica de barbaridad los atentados yihadistas, pero entiende como colaterales las muertes de Hipercor, ataque que califica de error para enseguida atribuir la responsabilidad al Estado por no desalojar aquel parking ante el aviso telefónico.
Hipercor, la Casa Cuartel de Zaragoza, la Casa Cuartel de Vic, donde murieron niños… son los momentos más difíciles de la conversación. Alguien podría pensar que Ternera es un Einchman, aquel funcionario nazi que tan bien retrató Hannah Arendt en el juicio en Jerusalén, que seguía unas órdenes y las cumplía. Pero su uso del lenguaje es tan concienzudo, que está a punto de romperse cuando Évole le pregunta por Yoyes, la etarra asesinada por salirse de la organización y que tuvo una relación de amistad con Ternera, algo que se resiste a reconocer, aunque habla de pesar y asegura que pediría perdón a sus familiares. Es aceptar sin aceptar, decir sin decir, por miedo a que tu propia vida carezca de sentido. Esa espiral de violencia que caracterizó durante décadas a ETA, es la espiral que lleva a Ternera hacia adelante, a negar la mayor, a no salirse de la frialdad de las palabras a Josu Ternera.
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Hay que leer entre eufemismos, casi con un manual de semiótica más que de política, si es que la semiótica no es la base de todo discurso político. Hay algo que no se ha entendido todavía, por más que leamos a Arendt y a Anders, que la deshumanización del enemigo, la conversión en demonio con patas, es efectiva para algunas cosas, entendible en el caso de las víctimas, pero no para entender las causas y consecuencias de la violencia en la sociedad. Censurar lo que tenga que decir un etarra nunca nos ayudará a entender las claves por las que se produjo la violencia, como bien nos indica otra de las películas que se ha podido ver en este viernes inaugural del Zinemaldia, La zona de interés, de Jonathan Glazer, donde nos ofrece la mirada íntima de la familia de un dirigente de un campo de concentración. Ojalá No me llames ternera hubiera abierto otras conversaciones, todavía estamos a tiempo.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...