El inesperado empujoncito de la tecnología gastronómica
Los restaurantes han conseguido que incluso personas poco familiarizadas con la informática utilicen esos recursos
Vitoria
Una de las primeras veces que salimos a comer tras el confinamiento, el camarero puso sobre nuestra mesa un dado de madera pulida en uno de cuyos lados había un código QR. Nos explicó que esa era la carta del restaurante y nos indicó con qué aplicación podíamos leer el código.
Aunque soy usuaria habitual de recursos informáticos, yo siempre había sido bastante reticente al uso de códigos QR. Pero en aquella ocasión tuve que aceptar el tutorial impartido por el mesero para poder comer: aún no sabíamos bien cómo se transmitía la covid y, ante la posibilidad de que el contagio pudiera producirse por tocar superficies, los restaurantes crearon cartas virtuales para evitar que camareros y clientes tocasen las de papel.
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Luego he reflexionado muchas veces sobre cómo la restauración ha conseguido que incluso personas poco familiarizadas con la informática utilicen sus recursos: el abuelo hace una reserva por internet para celebrar con la familia su cumpleaños; el dueño del bar de la esquina encarga el diseño de una página web con fotos de sus bocadillos y sus tapas; estamos todos acostumbrados a que, cuando quedamos a comer con alguien, el que ha reservado nos mande un enlace a la web del restaurante y, para poder llegar, ya no preguntamos cómo se va: pinchamos en el enlace de Google maps que aparece en la misma web. Luego, si salimos muy contentos o muy descontentos, publicamos nuestra opinión en alguna plataforma.
Los dueños de restaurantes y bares han tenido que espabilarse con la informática, a sabiendas de que el establecimiento que no está en la web es como si no existiera, y de paso han estimulado el uso de los recursos informáticos entre sus clientes. La gastronomía nos ayuda así a desarrollar habilidades inesperadas.