Cada uno se echa a las calles con lo que quiere

La pantalla del teléfono móvil parpadea y un mensaje avisa de una noticia de última hora. Israel bombardea un campo de refugiados y un hospital. Normalmente, Lo miras, suspiras, dices eso tan socorrido de qué horror. Ya sabes lo que verás luego cuando enciendas la televisión. Imágenes de destrozos y de muerte, cuerpos llenos de sangre. Pondrás entonces un gesto muy parecido a cuando te quema el café con leche en la boca. Aparta de mí ese cáliz, pensarás. Ya no puedes más.

Te echarás a la calle cuando te enteres de que en la plaza de tu ciudad o de tu pueblo hay una protesta por semejante dosis de ignominia e indecencia. Por un genocidio retransmitido por streaming. Saldrás a la calle, aunque no hayas estado nunca en Israel y Palestina, aunque no te toque de cerca. Saldrás como saliste para protestar por el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA, para pedir mejoras en la sanidad pública, porque todos los días son 8 de marzo. Saldrás y no entenderás por qué no sale el resto del mundo.

Y no tendrás más remedio que entender, aunque cueste, que cada uno sale por lo que quiere, que hay mil y una razones que conmueven al vecino que a ti ni te inmutan. Las armas químicas que nunca existieron, el 11M a manos de ETA que tampoco, la unidad de una España que no para de romperse, una amnistía de la que aún desconocemos la letra pequeña. Y verás de nuevo banderas de España en los balcones, algunas luciendo en el centro el Sagrado Corazón. Escucharás de nuevo el himno de España con la letra de Pemán, gritos de “Madrid será la tumba del sanchismo”, protestas cuando la policía intente identificar a uno de los manifestantes en la puerta de la sede de Ferraz. “Son españoles, no terroristas”. “España unida, jamás será vencida”.

Y tendrás que convivir con quienes deciden llevar tres tardes seguidas enfrente de la sede del PSOE, juntos como hermanos miembros de esa iglesia, cacerola en una mano, móvil en la otra, rodeados de policía, haciendo frente al viento y al frío. Tendrás que comprender que para algunos esa amnistía es una de sus principales preocupaciones, mientras que, a otros, en realidad, la igualdad, Cataluña y la democracia les importan más bien poco.

Porque cada uno se echa a las calles con lo que quiere. Y tendremos todos, también ellos, que asumirlo.