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Miguel del Arco: "Rigoletto es un hijo de puta sin paliativos"

El director de Jauría nos presenta Rigoletto, una nueva adaptación de la ópera de Verdi que estrena el Teatro Real. Una mirada feminista y contemporánea a un clásico lleno de hits. De Rigoletto a Berlusconi o Jeffrey Epstein, la obra retrata el abuso de poder en una sociedad corrupta

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Miguel del Arco (Madrid, 58 años) es dramaturgo, guionista y director de escena. Uno de los fundadores de la Compañía Teatral Kamikaze. Conocido por obras como 'Jauría', 'En el aire' o 'Ricardo III', director también de la serie 'Las noches de Tefía'. Del Arco es el director de escena de Rigoletto, la conocida ópera de Verdi, que este 2 de diciembre estrena el Teatro Real. Se ofrecerán un total de 22 funciones, que se extenderán hasta el 2 de enero de 2024.

Rigoletto retrata las luchas de poder, la depravación y la crueldad de una sociedad corrupta y degenerada, en cuya mascarada participamos todos. Esta producción, como nos explica Miguel del Arco en una entrevista, indaga en la personalidad del personaje titular, víctima y verdugo, maltratado y maltratador, convirtiendo la obra en un descorazonador retrato de nuestra sociedad actual, complaciente con las actitudes más espurias y crueles. Un montaje sobre el abuso de poder, en todos los aspectos, y la violencia contra las mujeres.

¿Cómo llegas o te llega esta propuesta?

Bueno, son mis saltos de charcos, de un charco a otro. Joan Matabosch, el director artístico del Teatro Real, es un gran aficionado al teatro y creo que ha venido a ver todo lo que yo he hecho, él ve todo lo que se pone en cartelera. Ya me había hecho alguna alguna entrada para ver si podíamos colaborar juntos. Mi disposición siempre era absoluta, pero nunca encontrábamos el hueco en la agendao el proyecto que nos pusiera a los dos. Y un día me dijo: 'no se si te va a apetecer esto, porque a lo mejor es un poco clásico para ti, un Rigoletto'. Claro que sí, Rigoletto es una barbaridad en todos los sentidos. Musicalmente es un libreto absolutamente fascinante, a la altura de Shakespeare, le dije que sí inmediatamente.

Rigoletto se ha representado más de 300 veces en el Teatro Real. Esta adaptación tuya no está basada en Jauría, pero la ópera comienza con una escena que nos va a recordar a Jauría.

En Rigoletto hay una escena en la que un grupo de hombres van con nocturnidad y alevosía, raptan a una mujer y se la llevan a su jefe para que la viole. Tampoco había que empujar mucho para que se pareciera Jauría. Es simplemente poner de manifiesto cosas que nos interpelan directamente como ciudadanos del siglo XXI. Para mí es la miraba contemporánea trayendo esto que está escrito en el siglo XIX y que supone un breaking (ruptura) importante en su forma de hacer. Tanto Víctor Hugo cuando estrena 'El rey se divierte', como cuando Verdi estrena el Rigoletto, se enfrentan a una censura voraz, brutal, intentan que no se vuelva a representar porque es una ruptura realmente considerable y grandísima con lo que se venía haciendo. Entonces es recontextualizar un poco para buscar precisamente esa mirada contemporánea.

Esa mirada es también una nueva manera de mirar la masculinidad, que es una cosa que estamos observando en el teatro, en el cine, también en la ópera. ¿Quizás en la ópera es más difícil?

Dependiendo del libreto, a veces lo empujas demasiado y nos encontramos frente a cosas distorsionadas dentro del propio libreto. Pero en este caso no. El feminismo todavía era una cosa incipiente en el momento en el que Verdi escribe o compone este Rigoletto. Hay pocos personajes femeninos, precisamente porque yo creo que Verdi hace un empeño en poner esta cultura de la violación, como la conocemos ahora mismo, aunque no se llamara así. Pero sí hay un empeño en buscar este abuso de poder permanente, que siempre es una manera masculina de ver el mundo. Y pone un personaje que es clave, el de Gilda, que siempre sea infantilizado. Siempre se ha puesto de una manera muy cursi, mujeres siempre sometidas. Incluso se ha hablado de Rigoletto como un buen padre. Y es curioso que, tanto en el libreto como en la música, vemos a una mujer que busca denodadamente su identidad, que desobedece al padre y que termina inmolándose en un sacrificio de amor, que para mí es un acto político. Ahí la equipara realmente a Antígona entonces. Así que insisto, no hace falta empujar mucho para contemplar este feminismo de avanzadilla. Luego hay muchas maneras de ponerlo en escena y seguramente este deterioro burgués de la ópera y del teatro en general, hace que hayamos observado estas Gildas melindrosas, muy vestidas, hasta arriba de florecillas.

'Rigoletto' en el Teatro Real / del Real fotografia

'Rigoletto' en el Teatro Real / del Real fotografia

La historia original ocurre en el siglo XVI, Rigoletto es un bufón jorobado que trabaja en la corte del despiadado Duque de Mantua. Un tipo malvado, sarcástico, que esconde un secreto: su hija Gilda, a la que mantiene oculta, protegida del mundo exterior, mientras que actúa con las mujeres como no le gustaría que actuaran contra su hija. ¿Cómo es este Rigoletto tuyo?

Bueno, hacemos hincapié precisamente en esto. Nosotros planteamos que nada es lo que parece, todo tiene su haz y su envés. Rigoletto, a diferencia de otros insignes deformes como Ricardo III, se escapa por completo a la compasión, no hay compasión posible por él. Por eso Ricardo III se comporta como un bufón, porque necesita que el público se ría para que le siga, porque cuando ves a un tipo tan deleznable, lo único que haces es apartar la vista. Pero Ricardo III es muy listo y Shakespeare más. Con Rigoletto, sin embargo, no se nos escapa la compasión, y eso que es muy fácil tenerla por un padre al que se le muere su hija en sus brazos, como a Lear cuando se le muere su hija Cornelia. Pero Rigoletto es un hijo de puta, eh, sin paliativos, es un tipo que preserva a su hija, encerrándola y privándola de una vida particular y de una entidad propia, nada más que por el terror que tiene a un mundo en el que él está haciendo todo lo posible por oscurecer. Hace a las mujeres todo lo que no querría bajo ningún concepto que le hicieran a su hija y eso nos lleva a dos interrogantes: qué mundo queremos dejar a nuestros hijos, qué construimos y cuál es nuestra parcela de poder para darle forma a este mundo.

Esto permite hablar de esas relaciones padres e hijas, también otro temazo y que conecta con las generaciones de hoy.

Siempre me acuerdo de una una frase que me dijo la madre de la víctima de Jauría. Una frase desoladora y tremenda, que es que siempre, a lo largo de todo el proceso de los juicios, del horror que sufrieron hasta que tuvieron una sentencia en firme, siempre se movía en una dicotomía feroz, que era la de haber criado una hija segura o una hija libre. Claro, la educación es absolutamente necesaria, evidentemente hay que educar a hijas libres, pero también, dentro de nuestra parcela, qué hacemos con el mundo para que pueda albergar a estos hijos que hemos educado en libertad, ¿no? Nuestro Rigoletto no tiene una deformidad física, es siempre un espacio mental, el escenario es un espacio mental, no es un espacio realista. Y hay una enfermedad, una patología de la vista, la metamorfopsia, que hace que se deforme la realidad. Y él deforma la realidad en su cabeza, porque no es capaz de mirar a través de los ojos de la compasión. En el momento en el que tú ejercitas la compasión, intentas entender al otro, llegas a otras conclusiones absolutamente diferentes. Él nunca mira con compasión a su hija, él solamente mira a su hija a través del terror que tiene de lo que él mismo está haciendo con el mundo. Nunca la observa como un ser con identidad propia, con personalidad propia, que necesita una vida propia más allá de ser una flor inmaculada, que es lo que le grita todo el rato. De hecho, cuando se muere en sus brazos, lo primero que dice es me voy a quedar solo. Yo, yo, yo, yo todo el rato. La bondad o la compasión es un ejercicio que deberíamos hacer todos, para hacer del mundo un lugar un poco más habitable.

Miguel del Arco: &quot;Había días que tenía que parar los ensayos de &#039;Jauría&#039; por lo duro que era&quot;

En la obra hay prostitutas, fiestas, bacanales, ¿cómo se escenifica todo esto?

Con mucho trabajo de Luz Arcas, que está haciendo un trabajo absolutamente fabuloso al frente de estas 15 bailarinas que son titanas, que pueden con todo, porque además se lo estoy poniendo muy difícil porque la escenografía no es fácil. Y es curioso, como decía antes, estas corrientes burguesas de mirar que han ido aplacando de alguna manera toda esta visión revolucionaria que tiene. Tengo un amigo que va a venir al Real a verla, es su primera ópera en su vida, y le sonaba Rigoletto. Algo te tiene que sonar porque coño, son todo hits. La Donna è mobile, por ejemplo, inmediatamente se puso a cantarla. Y le pregunté qué dice la canción. Y mi amigo, que no sabe italiano, pensaba que habla de lo grácil que son las mujeres, que se mueven como plumas al viento, que son como ligeras. Pues no, debería venir a ver la función. La Donna è mobile sale un contexto en el que ya hemos visto traicionar a las mujeres, sabemos cómo es el Duque, que es un hedonista egoísta, que no tiene ni el más mínimo atisbo de compasión. Y aparece en un lupanar rodeado de prostitutas, como si estuviera en un chiringuito en mitad de la Casa de Campo, donde puedes tener sexo con mujeres 17 o 16 años, espectaculares, por 12 pavos. Y ahí suena la donna è mobile. Verdi hace que la línea más noble de canto, la línea que es más espectacularmente bonita, sea la del Duque.

Esto lo hemos visto en Italia, en esas fiestas de Berlusconi.

Claro, me alegra lo que dices porque, en los primeros 15 minutos de ópera, hay una fiesta que transcurre en el palacio del Duque y entra un ejército de escorts, mujeres prostitutas que vamos a ver en el lupanar del tercer acto. Chicas de 17 años absolutamente espectaculares, embutidas, al lado de octogenarios, como veíamos en las Buga bunga parties de Berlusconi. Está contextualizado, no hay que mover mucho esas imágenes. Estamos con Trump, ¿quién podría ser Rigoletto? Pues podría ser Jeffrey Epstein como conseguidor de drogas y de chicas para los poderosos, para que se entretengan y tengan una fiesta maravillosa.

De Rigoletto a Berlusconi, ¿por qué permitimos esas dinámicas de poder?, ¿por qué no hemos roto con esas estructuras y seguimos cometiendo esos errores? Cómo pueden el teatro o la ópera desarticular ese mecanismo

Es que educamos a nuestros hijos en la cuestión de tanto tengo, tanto valgo, es el mundo en el que vivimos. Es muy complicado romper con eso, tener una visión distante de eso. Por ejemplo, yo me ría mucho cuando Manuela Carmena incidía mucho en el aspecto de la bondad, porque siempre aparecía aquel chascarrillo de ya está la yaya con sus magdalenas. Qué estupidez, porque es la bondad entendida como esta acción o como este ejercicio de compasión que te lleva a entender al otro. Esto es el teatro, es la primera línea de teatro, que tú como espectador te sientes en una butaca y salga uno diciendo que va a ser el príncipe de Dinamarca y te lo creas. Te cuenta Ser o no ser, recapacitas y quieres entenderle, que eso es algo. Los actores que interpretaban Jauría hablaban de esos tíos como unos cabrones, unos monstruos y no hacían más que ejercicios de alejamiento. Y les dije que no, que no podemos hacer eso, que tenemos que entenderles. Había miradas de espanto, pero no es justificar los actos, sino intentar entender por qué suceden las cosas si queremos darles la vuelta, diferenciar qué está bien o qué está mal. Ese ejercicio de entender me parece absolutamente prioritario.

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