"Sin su ayuda no podríamos sobrevivir": así se enfrentan los refugiados ucranianos a su nueva vida en España
El sábado se cumplen dos años del incio de la guerra de Ucrania y, según ACNUR, más de 8 millones de personas han buscado refugio fuera de su país, unos 180.000 están en España. La mayoría pensaba que en unos meses, como mucho un año, podrían regresar, hoy ya no ponen fecha.
"Sin su ayuda no podríamos sobrevivir": así se enfrentan los refugiados ucranianos a su nueva vida en España
Dejaron atrás toda una vida: casa, trabajo, familiares, amigos, las calles de su infancia y hasta su idioma y poco a poco intentan adaptarse a otra vida en otro país. No es fácil, nos dicen todas las mujeres con las que hemos hablado y es que la mayoría de los refugiados de esa guerra son mujeres que han llegado a España para poner a salvo a sus hijos.
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Alla Karmenkoa tiene 56 años, vivía en Odessa, una ciudad en la costa del mar Negro, es oftalmóloga y salió de Ucrania con su hija Alejandra y su perro Leonardo. Meses después se reunieron con ellas el padre, enfermo del corazón, y la abuela. Para Alla la barrera más importante con la que tiene que pelear a diario es el idioma. Ha solicitado la homologación de su título para ejercer como oftalmóloga pero necesita un nivel B2 de Español. De momento ha conseguido el nivel 1 y ha hecho un curso de farmacia y parafarmacia por si no llega la homologación y le pueden abrir las puertas de un trabajo.
"Aquí no tenemos a nadie excepto a CEAR, Comisión Española de Ayuda al Refugiado, sin su ayuda no podríamos sobrevivir". Con estas palabras Alla me traslada toda la vulnerabilidad que sienten esos que lo han tenido que dejar todo atrás. Y me sigue contando lo que han hecho los trabajadores de CEAR. "Hicieron todo por nosotros, la preparación de los documentos, alquilaron una vivienda en El Escorial y la pagaron durante mucho tiempo, encontraron trabajo a mi marido como conductor y el colegio de mi hija que estudia tercero de la ESO".
Alla, médico en su país, pone en valor la sanidad pública de España, me cuenta que su madre fue sometida a una operación del corazón en el Puerta de Hierro y está siendo atendida de un cáncer de mama. Además de la sanidad valora la educación y la amabilidad de los españoles. Nos da las gracias por todo lo que hacemos por ellos aunque lamenta no poder vivir como vivía antes de la guerra.
Voluntarios por Ucrania
Esta es una asociación de voluntarios que abre sus puertas todos los sábados por la mañana en la calle Azcona de Madrid. Allí acuden sobre todo mujeres y niños para escoger ropa, calzado, utensilios de cocina, algunos alimentos, juguetes, productos de higiene y hasta alimentos para bebés. Yolanda Mínguez nos recibe y mientras nos va enseñando las instalaciones de este local nos cuenta que tienen registradas a más de 700 familias. Si llega una nueva les toman los datos y comprueban la documentación para confirmar que son refugiados.
"La asociación ha ido evolucionando, nos cuenta Yolanda, primero necesitaban sobre todo ropa, calzado y comida, pero poco a poco esto se ha convertido en un espacio de encuentro para conocer a otras mujeres ucranianas, para compartir y conversar". Conversar en su idioma porque, como ya hemos dicho, el idioma es la principal barrera para la integración. Sin un buen nivel de español no pueden encontrar trabajo y sin trabajo no pueden acceder a una vivienda.
Las afirmaciones de Yolanda las corroboran todas las mujeres con las que hemos hablado. Ana, profesora de primaria en su país, trabaja limpiando en un almacén de calzado porque su nivel de español no da para más. Katerina, profesora de inglés, se resistió al principio pero ha acabado en el servicio doméstico "porque tengo que dar de comer a mis hijos", nos dice. Y cuenta también lo difícil que ha sido poder alquilar una vivienda. "Al final un amigo hizo el contrato a su nombre, aunque lo pagamos nosotros está a su nombre". Todas tienen una historia que contar todas han tenido que renunciar a una vida que les gustaba más que esta y todas me dan las gracias por lo que este país hace por ellas.
Crónica de Nico Castellano desde Limán (Ucrania)