Ciencia y tecnología

Viviremos muchas vidas

La tecnología de hoy ya asegura la eternidad de nuestra presencia completa

Página de acceso a ChatGPT / WU HAO (EFE)

Estos días son fascinantes para los entusiastas de la revolución digital. Se suceden las novedades relacionadas con la inteligencia artificial y la realidad aumentada, como esa nueva aplicación de OpenAI para crear vídeos increíblemente realistas de forma automática con solo dictarle al ordenador unas frases escuetas o las gafas espaciales de Apple para empezar a escapar de la esclavitud de las limitaciones de nuestra vida terrenal.

Al mismo tiempo, resulta inquietante cómo los cronistas de esas fronteras tecnológicas casi mágicas suelen coincidir en pensamientos relacionados con la muerte y en el nuevo tipo de posteridad digital que parecemos abocados a vivir (o quizás habría que decir a morir).

En Estados Unidos, los padres de algunos de los estudiantes asesinados hace seis años en un instituto de Parkland han usado la inteligencia artificial para recrear las voces de sus hijos y enviar mensajes “en primera persona” a varios congresistas pidiendo restricciones en la venta de armas. Los primeros vídeos creados con Sora son tan verosímiles que ya hay quien ha imaginado cómo la memoria de nuestros seres queridos se va a transformar en presencias cotidianas, cercanas e interactivas. Los pocos afortunados que han probado las gafas de Apple dicen que el efecto inmersivo es tan intenso que va a cambiar la forma en que vivimos el duelo por la muerte al convertir lo que hasta hoy eran nuestras fotos y vídeos caseros en una experiencia cercana a la realidad. En El Hormiguero se atrevieron a hacer lo que muchos ya imaginaban, deseaban o temían: hacer hablar a los muertos con sus familiares.

Hace tres décadas, William J. Mitchell —que fue decano de la Escuela de Arquitectura del MIT y director académico del visionario Media Lab que fundara Nicholas Negroponte— fue de los primeros que reflexionó sobre el desdoblamiento de la personalidad que iba a facilitar Internet, al permitir crearnos una identidad sustitutiva libre de las restricciones del tiempo y del espacio.

Después llegaron las redes sociales y no solo se multiplicó exponencialmente el número de alias digitales, sino que empezamos a darnos cuenta de que era muy difícil deshacerse de ellos. Los problemas para cancelar los perfiles de los usuarios que fallecían o incluso la voluntad de sus cercanos para mantenerlos activos hacía que las redes empezaran a poblarse de pensamientos que nos eran dichos por personas no vivas.

La posteridad digital prometía inicialmente la eternidad del recuerdo. La tecnología de hoy ya asegura la eternidad de nuestra presencia completa: imagen, voz, reformulación infinita de nuestros pensamientos a partir de lo que dijimos, escribimos o simplemente pensamos, que el big data es muy listo y nos conoce en profundidad. A partir de ahí podemos imaginar —y temer— lo que el negocio funerario y los influencers de TikTok van a hacer.

Igual que no supimos ver el abrumador impacto de las redes sociales, quizás tampoco estamos sabiendo reconocer que para nuestras identidades digitales alternativas la muerte no es lo que ha sido para nuestra especie. ¿Cuándo acaban esas otras vidas digitales que hemos creado, puesto que ya sabemos que el derecho al olvido es una falacia? ¿Morirán con nosotros? ¿Moriremos del todo mientras perduren nuestros alias en las redes?

La carrera por la inteligencia artificial se acelera

Hasta hace cuatro días, como quien dice, la posteridad era una aspiración de trascendencia solo al alcance de los muy poderosos o los grandes genios, al margen de los dioses y los santos de sus respectivos cultos. Ahora la vida más allá de la muerte empezará a estar al alcance de todos. Conviene no precipitarse a formular juicios prematuros. Todos podemos conmovernos ante la posibilidad de poder mantener cercana la presencia cariñosa de aquellos que estimamos y cuyos cuerpos se rindieron. Sin embargo, es imposible no percibir que nuestras vidas nunca más serán exclusivamente nuestras y que nunca nos iremos del todo, lo que obliga a preguntarnos qué tipo de mundo será uno lleno de fantasmas digitales.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...