Que se mueran los guapos
¿Cómo competir con personas así, seres angélicos que ni enferman ni envejecen y todo lo hacen bien?
Ignacio Martínez de Pisón: "Que se mueran los guapos"
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Yo nací (perdonadme) en la edad de la pérgola y el tenis, cuando los sándwiches se llamaban emparedados y los tápers fiambreras. Por entonces se cantaba aquello de “¡que se mueran los feos!”, que a todos nos hacía gracia porque la fealdad es como el mal aliento, que solo lo percibimos en los demás.
Lo normal es no ser ni guapo ni feo: lo normal es ser normalito. Estoy casi seguro de que usted, apreciado oyente, es como yo, que no soy ni lo bastante guapo para ser considerado guapo ni lo bastante feo para que me tengan por una belleza no normativa. Eso quiere decir que en realidad usted y yo sí que somos feos, porque estos de la belleza no normativa se nos han colado.
Creíamos estar en la segunda categoría, la de los normalitos, pero estamos en la tercera. O peor aún: en la cuarta. Porque, desde que la inteligencia artificial empezó a fabricar gente perfecta, todos hemos bajado un peldaño. Miren a Alba Renai, presentadora de televisión e influencer.
Guapa, lista, educada, simpática, estilosa, Alba es la novia, la hija, la nuera ideal. En su profesión no hay nadie que la supere: jamás ha hecho un mal gesto o se ha trabucado al hablar. ¿Cómo competir con personas así, seres angélicos que ni enferman ni envejecen y todo lo hacen bien?
Ah, pero lo mejor es enemigo de lo bueno. Cuanto más veo a esa chica, menos me gusta. Qué repipi y empalagosa, con esa voz aniñada, esa sonrisa inalterable y esas ganas de agradar. Que sus creadores me perdonen, pero no la aguanto. Yo, que de niño cantaba “¡que se mueran los feos!”, ahora lo que quiero es que se mueran los guapos y no quede ninguno, ninguno.