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Historia | Ocio y cultura

La foto de la momia de Tutankamón que esconde un misterio sin resolver, según expertos en el Antiguo Egipto

Muchos han intentado desentrañarlo, pero ninguno ha logrado todavía dar con la clave

El fotógrafo de Tutankhamón: Harry Burton

Madrid

Si cualquiera sale a la calle y pregunta a las diez primeras personas con las que se cruce qué es lo primero que se les viene a la cabeza al escuchar Antiguo Egipto, las respuestas estarían dominadas por dos referencias: las momias y Tutankamón. Los cuerpos embalsamados y la figura del faraón niño han sido estudiados en profundidad, pero siguen rodeados de misterio.

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Uno de los más fascinante es precisamente el que envuelve a las primeras fotografías de la momia de Tutankamón. Se publicaron el 21 de febrero de 1923 en el periódico The Times y marcaron un hito en el interés del gran público por el Antiguo Egipto, pero como Nacho Ares y Jesús Callejo han repasado en SER Historia, también llegaron a imprenta rodeadas de un misterio que todavía las envuelve.

Gracias a esas fotografías, los lectores de The Times y, pronto, los de todo el mundo, pudieron conocer de primera mano el gran descubrimiento que se había producido justo el año anterior, en 1922: la apertura de la tumba intacta de Tutankamón. Lo que publicó el periódico británico en exclusiva era una selección de las casi 2.000 fotografías que había tomado in situ un fotógrafo y arqueólogo desconocido hasta entonces: Harry Burton, al que se conocería a partir de entonces como El fotógrafo de los faraones.

El Antiguo Egipto, como nunca antes se había visto

Lo que mostraban las fotografías de The Times era algo que solo unos pocos privilegiados habían visto hasta entonces: vestigios perfectamente conservados de una civilización antigua. Los más de 1.400 negativos que Harry Burton generó en la tumba de Tutankamón sirvieron para hacerse una idea de la inmensa riqueza arqueológica que guardaba el legendario Valle de los Reyes, una necrópolis situada cerca de la ciudad egipcia de Luxor en la que se encuentran la mayoría de las tumbas de los farones del Imperio Nuevo.

"Unas de las fotografías más conocidas de esos casi 1.500 negativos de vidrio son las que hizo de la máscara de Tutankamón", ha explicado Nacho Ares, que ha puesto de relieve que "hoy puede resultarnos algo habitual, pero en aquel entonces fotografiar oro, el brillo del oro, era algo absolutamente extraordinario". Burton lo consiguió mediante un truco "casero" que ha explicado Carmen Ruiz, responsable de fotografía y documentación del Proyecto Djehuty.

"Para evitar esos brillos que en la fotografía en blanco y negro quedan bastante feos, Burton cubrió la máscara con parafina. De ese modo matizó el brillo del oro y la máscara aparece con un aspecto maravilloso en las fotografías, con un color mate pero en el que conseguimos adivinar el brillo del oro debajo de esa parafina", ha detallado.

Una técnica misteriosa imposible de replicar

Esa no fue la única técnica especial que empleó el fotógrafo inglés y tampoco es la más misteriosa. Lo que sigue llamando la atención de sus compañeros de profesión es la nitidez de sus fotografías y cómo pudo sobreponerse, con una técnica fotográfica que en su tiempo era solo incipiente, a todos los inconvenientes del entorno en el que trabajaba.

"En El fotógrafo de Tutankamón, que se puede ver en Movistar+, aparece un fotógrafo de hoy intentando replicar el trabajo de Harry Burton hace 100 años y realmente no lo consigue porque es incapaz de evitar que el polvo y la suciedad se acaben incrustando en los negativos", ha comentado Ares.

Efectivamente, Burton no empleaba negativos de película, sino placas de cristal, pero había que revelarlos de todas formas. "Imagínate, en el Valle de los Reyes, dónde encuentras un cuarto oscurso donde tú puedas hacer esas tres fases del revelado y sabemos que utilizaba una de las tumbas del yacimiento arqueológico como su sala de revelado", ha relatado Jesús Callejo.

Burton fue reclamado por otros equipos arqueológicos para que fotografiase sus hallazgos, pero él siempre se debió a la empresa que le había contratado para documentar la tumba de Tutankamón y nadie supo nunca cómo conseguía impedir que el polvo, cuya presencia era y es insalvable en esas zonas, no estropeara sus fotografías. Ahí está el misterio.

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