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Sara Torres: "La seducción es una herramienta política y las escrituras lesbianas pueden transformar el mundo"

'La seducción' es la segunda novela de la escritora y poeta, una historia sobre el deseo entre dos mujeres. Sara Torres reflexiona sobre la mujer, lo femenino y el cuerpo

Sara Torres: "La seducción es una herramienta política y las escrituras lesbianas pueden transformar el mundo"

Sara Torres: "La seducción es una herramienta política y las escrituras lesbianas pueden transformar el mundo"

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"Para mí, la historia del deseo es fundamentalmente la historia del fracaso, todo lo que quise y no pudo ser, todas las veces que temblé entre la distancia entre yo misma y aquello que amo". Así comienza La seducción, de Sara Torres (Gijón, 1991). Sara es poeta, la editorial Espasa acaba de publicar una Antología de poesía queer en la que participa, y lleva años analizando el deseo, el cuerpo y el discurso. La seducción es su nueva novela, la segunda después de debutar con Lo que hay, también con Reservoir Books.

Sara Torres asegura que no le intimida la escritura, que para ella es placentera, pero Lo que hay gustó tanto a crítica y público, que las expectativas están muy altas con esta segunda obra, así que hay nervios. A pesar de la tensión, se confiesa tranquila y feliz. En Lo que hay había duelo por la muerte de una madre, vulnerabilidad, deseo, culpa y miedo. Todos esos sentimientos y emociones que aparecían en la primera novela, autoficcional, los arrastra en esta segunda, otra delicia que irradia dulzura, cuando más necesitados estamos de ella.

"La seducción: del latín seducere. Ducere viene de una raíz indoeuropea que significa guiar, dirigir y conducir. La seducción es un camino, que no todo el mundo recorre, desde la diferencia radical hacia una familiaridad deseada". ¿Qué es la seducción, Sara?

Pues históricamente, tal y como nos la han contado, es un camino de manipulación. El seductor suele ser alguien que sabe lo que quiere y que impone su deseo sobre alguien que no sabe lo que va a pasar. El seductor conoce el destino y quien es seducido, no. En esta novela hay otra versión de la seducción y tiene que ver con un camino recorrido juntas.

¿Es la escritura un trabajo de seducción también?

Para mí, fundamentalmente sí. Supongo que habrá otras escrituras que no están tan apoyadas en la seducción, pero creo que quelas escrituras lesbianas, si se alían con la seducción, consiguen con el deseo transformar el mundo, el orden de las cosas. Ahí la seducción es una herramienta política inesperada y muy potente.

La seducción es una historia sobre la carne, el gozo, el tiempo. Nos cuenta el deseo de una fotógrafa de 32 años, la narradora, hacia una escritora de 50 años. ¿La diferencia de edad importa o aporta?

Yo creo que no importa nada en el caso de este libro. Me ha llamado la atención, porque en algunas ocasiones me preguntaban incluso por el consentimiento y por el poder de la escritora, por sus 50 años y los 30 de la fotógrafa. Si vamos a infantilizar nuestra madurez sexual a los 30, estamos muy perdidas, porque cuándo se empieza a ser un sujeto de deseo, ¿no? Creo que esa diferencia tiene más que ver con momentos de la vida, con momentos de urgencia por conseguir algo. Los 30 suele ser una edad muy pesada, porque todas estamos como queriendo el trozo de pastel y estamos súper atentas, intentando subir la montaña. Y luego hay unos 50 imaginados, donde pasa un poquito esta urgencia y ya hay algo que ofrecer a las otras, sin pensar tanto en el yo. La persona de 30 todavía está construyendo su yo y eso conlleva un esfuerzo narcisista importante.

Esto que dices lo recoges en el libro: se necesita tiempo para que la seducción avance y el deseo lime las esquinas de las diferencias. ¿Tenemos tiempo en este mundo acelerado, ansioso con la inmediatez? Es algo que afecta a las de 30 y a las de 50, ¿no?

Pues es que la seducción, en los últimos años, se relaciona bastante con una especie de superficialidad de la posmodernidad. Tiene que ver con todas esas imágenes que todo el rato intentan captar nuestro deseo para orientarlo al consumo. Entonces, dentro de esa superficialidad hay una seducción rápida, de fogueo, que sí que estamos recibiendo todo el rato, que es la lucha por la atención. Podríamos decir que eso es un tipo de seducción, que a mí no me interesa. Nos falta una seducción capaz de atravesar el tiempo y la ambigüedad, es decir, un camino de atracción que no tiene un destino fijo. Que no haya un seductor que conozca el destino. Las dos, tres personas o las que sean, que viajan juntas, que no sepan adónde van, que solo sepan que necesitan acercarse. Es esa necesidad que tenemos, a veces arrebatadora, de acercarnos. Acercarnos lentamente y no entrar en una fusión de consumo.

Para el personaje de la fotógrafa, ¿hay inspiración de la fotógrafa Theresa Parker Babb?

La inspiración de esa fotógrafa viene por el archivo fotográfico que tiene, donde se mostraba un montón de mujeres en su tiempo libre, en su tiempo de vacaciones, en una casa. Era una intimidad poblada de fantasía. Eran mujeres de distintas edades, juntas, celebrando, comiendo, hasta haciendo ceremonias ritualistas, no sabemos si performativas o reales, porque hay dos que aparecen casándose y no sabemos si estaban fingiendo que se casaban o si se cansaban en su casa ellas y luego se iban con sus maridos después de que terminase el filme. Y esas imágenes me capturaron muchísimo, porque en muchas de ellas era el paisaje, una mujer o dos, un perro y el mar. Ese fue mi punto de partida.

¿Ha estado el deseo de las mujeres, como estas que mencionas, bloqueado? ¿Las mujeres que seducen son "monstruos, algo excesivo, deseante y sucio"?

Creo que dentro de la heterosexualidad más normativa, dentro de la cultura heterosexual normativa, sí, desde luego. Porque se ha visto a la mujer como un lugar de peligro, porque te aleja de una racionalidad, como las figuras de las sirenas. Todas nuestras monstruosidades tienen que ver con esa capacidad de ejercer una atracción que no puede llevar a ningún lugar bueno, no puede llevar a los objetivos universales de la humanidad, sino a su perdición. A perder el pensamiento, a perder la responsabilidad, a perder el sentido del yo, incluso a perder la propia vida. Todas estas fantasías de mujeres que huyen, que te matan. Yo creo que todos esos miedos son los miedos que tiene el patriarcado, porque es consciente de la violencia que ha ejercido. Y teme de algún modo una revancha posible, que esos cuerpos que estamos maltratando, no puede ser que no respondan, que no se defienden. Ellos soñaban con la violencia, pero no conozco muchas sirenas que hayan devorado señores.

Cubierta de &#039;La seducción&#039;, de Sara Torres

Cubierta de 'La seducción', de Sara Torres / Reservoir Books

Cubierta de &#039;La seducción&#039;, de Sara Torres

Cubierta de 'La seducción', de Sara Torres / Reservoir Books

¿Seguimos viviendo un poco en esa Barceloneta en agosto que parece un after hetero? ¿Es difícil huir de ese patriarcado que mencionabas, de esa heterosexualidad, cuando parece que más literatura lésbica o disidente en general hay? Porque al mismo tiempo se produce ese efecto de retroceso.

Estamos haciendo una revolución cultural, no se puede negar. Estamos en un momento delicioso, que quizás interrumpe alguna ola fascista que nos viene a desmontar el chiringuito. Siempre hay que estar atentas. Es un momento muy optimista para la imaginación, pero también hay que estar atentas a que la disidencia no se convierta en un producto de consumo. Y eso es fácil que ocurra, porque la diversidad ahora es un target de consumidor. A veces tenemos que pensar si se nos está permitiendo generar subculturas, si son subculturas de consumo o si verdaderamente estamos manteniendo una matriz de comunidad viva que va a poder perseverar en unos gestos propias. No perder la comunidad por ser aceptados en el mundo o algo así.

La seducción es también "esa carrera teatral donde nadie persigue, ni huye, ni violenta ni recibe el daño". ¿Es posible pensar en un sentido de la seducción que no tenga connotaciones negativas? Leemos en el libro: "una seducción que no implique un juego de poder". ¿Cómo son las relaciones de poder entre dos mujeres deseantes?

Pues son múltiples, de muchas formas. Pueden ocurrir de muchas maneras distintas, pero muchas veces son relaciones de poder desempoderadas, o sea, es como que nos atraviesa una inseguridad tan fuerte en la propia imagen corporal, en el propio derecho al reconocimiento o al amor, que incluso cuando alguien nos está otorgando un poder, que no deja de ser el poder de tener una influencia sobre la otra, el poder de desearnos, nos cuesta creernos que tenemos los dones que nos asignan. Entonces bueno, pues si llegas con la autoestima siempre temblando a cualquier situación, es difícil pensar que te vas a convertir como en una en una dominatrix.

La seducción es la historia de un deseo latente, que no sabemos si se conseguirá satisfacer al final o no. ¿Cómo se gestiona el fracaso? ¿Cómo se gestiona la frustración, que es algo que atraviesa la novela? ¿No saber gestionar la frustración es la gran pandemia de nuestro tiempo?

Yo creo que es importantísimo eso, entender que la frustración de un deseo en concreto, en su expresión específica, un deseo por una persona o un objeto concreto, esa frustración de ese objeto no es igual a un fracaso del deseo. Para mí es importantísimo agradecer a las personas que nos despiertan la pasión, que lo hayan hecho, porque esa pasión luego es tuya, es para ti y con ella puedes hacer otras cosas, ponerla en otras personas, por ejemplo, amar el mundo. Pero tenemos también toda esta cultura del éxito y el fracaso, siempre de polaridades absurdas. Por eso, cuando alguien te da la enhorabuena por tu éxito, es mejor rechazarlo, porque te está otorgando el fracaso también. Y yo creo que con el deseo es lo mismo. El deseo no fracasa, el deseo se enciende, se intensifica. Y luego tenemos que aprender a usar nuestro deseo, en formas que no sean hirientes para nosotras mismas.

¿Qué dicen de nosotras las imágenes que nos desatan? ¿Qué dicen de nosotras nuestras fantasías?

Pues dicen todo de nosotras, yo creo. Nos hablan de lo que nos han contado de pequeñas, nos hablan de esas imágenes que hemos visto y que hemos interpretado como lo sexual, como el amor, como lo humano, como lo bueno, lo sucio, lo limpio. Nos hablan también de cómo hemos integrado esas imágenes que nos enseñaron en el propio cuerpo, qué conflictos hubo dentro del cuerpo y también nos hablan de a dónde nos gustaría llegar, incluso cuando no sabemos muy bien hacia dónde nos dirigimos. Nos dan como paisajes de deseo. Y bueno, nunca hay que fiarse del todo de las fantasías o de las imágenes mentales, porque al final, para mí la fantasía es un escenario mental. Son como puestas en escena teatrales. Pues estas fantasías nunca creo que haya que verlas directamente como revelación de una verdad más profunda del yo, sino como amalgama de texturas, de texturas viejas, convencionales y de tejidos nuevos que se están creando.

Dice la escritora que la fantasía es la respuesta a la pregunta: ¿qué quiere la otra? ¿No corremos el riesgo de intentar siempre gustar al otro, de transformar, incluso perder nuestra identidad propia por gustar, complacer a los demás, poseer a los demás?

Yo verdaderamente pienso que quizás haya personas que tengan un sentido del yo delimitado, es decir, que entiendan lo que es la identidad propia al margen de las demás. Pero sí que es cierto que yo siempre he experimentado la vida un poco como una niña voraz que busca ser amada. Esta voracidad es una mirada hacia afuera y es una búsqueda de mirada, es una búsqueda de tacto. No sé dónde están los límites de mi yo y los límites de mi yo se expanden cada vez que hay un encuentro. Puede ser un encuentro como el que estamos teniendo ahora, yo ahora mismo soy contigo. Yo no sé muy bien quién soy ahora mismo, solo yo, porque estoy en relación contigo. Estoy mirándote, estoy hablando. Estoy intentando imaginar qué piensas, hacia dónde vas, y si te parece bien lo que digo. Hay un somos, de algún modo. Y luego esto que nos ha unido, se deshace y de pronto la interlocutora es otra persona. Yo no veo la vida como una cosa delimitada, lo veo más como algo poroso que se entremezcla.

Sara Torres: &quot;La falta de comunicación y de entender a otras generaciones es el temazo del feminismo hoy&quot;

"Dan mucho miedo las madres". La madre fue la gran protagonista de de Lo que hay y en esta novela, ambas mujeres tienen en común que han perdido a una madre. ¿El fantasma de tu madre y el sentimiento de culpa crees que te va a perseguir siempre?

Creo que hay cosas que no se superan, que permanecen en la vida de una con distintas formas, manifestaciones y con pasiones de distintos tipos. Yo ahora mismo no tengo una pasión arrebatada hacia mi madre, como cuando estaba en el momento más temprano del duelo, que todo el rato estaba conmigo y la conversación iba a través de ella. Pero claro, la imaginación de yo niña fue mirando a mi madre. Y he sido una niña muy fascinada y enamorada de su madre. Entonces creo que la huella que ha dejado, no se va a ir nunca y que también se manifiesta en mi forma de amar hoy en día.

"La propia palabra mujer despierta una voluptuosidad que me incomoda si ha de caer sobre mí.", escribes. "Lo femenino no eran más que una actitud de bienvenida ante un deseo ajeno por el que sentir compasión, ternura, ganas. Había evitado cualquier gesto que recordase a la feminidad. Yo quería ser apetito, mirada y acción. Nunca objeto. Ser objeto de mirada en este mundo es estar expuesta al riesgo de despertar deseo, asco o rechazo". "Cuando aumenta la ansiedad por mi imagen corporal, ya no es posible sentir deseo", leemos. Esto lo abordas varias veces a lo largo del libro, qué es ser mujer, la feminidad y la relación con el cuerpo propio. ¿Te has reconciliado con él?

Yo creo que te reconcilias con el cuerpo cuando el cuerpo está participando del mundo, cuando estás haciendo cosas, cuando piensas el cuerpo como imagen, entras en conflicto con la imagen, porque el cuerpo es materia viva, cambiante y nunca va a estar a la altura de una imagen fija, idealizada y exigente. Entonces, si pienso el cuerpo como imagen, me frustra y me asusta. Pero si pienso en las cosas que me ocurren como cuerpo y en las cosas bellas que hago con el cuerpo y con las otras, entonces me parece una suerte enorme ser un bichito de carne sensible. Pero el tema de la feminidad me interesaba mucho explorarlo, porque sí que es cierto que yo a veces noto que hay como una especie de oda a la feminidad. En la contemporaneidad se está asociando la feminidad a valores negativos, que siempre ocurrió, pero ahora a valores negativos que se pueden superar con voluntad. Con dejar de ser femenina o femenino ya consigo un espacio de poder. Y esto nos pasa a personas con todo tipo de orientaciones, de sexualidades, de identidades y de géneros. Que lo femenino es lo pasivo, es lo blando, es como algo que no se ha esforzado en superar ciertas cosas y que no se ha impuesto, algo que no domina. A mí me parece súper importante que nuestra cultura entre a valorar lo femenino como potencia y poder deseable y necesario para la vida en todos los cuerpos, no solo en los que socializan como mujeres. Me interesa un montón repensar desde lo filosófico, por ejemplo, la ternura, la dulzura, lo blando y la pasividad como espacios de valor absoluto. Darle un valor cultural absoluto, por ejemplo, a la pasividad. La pasividad me parece una inteligencia de acogida, un saber acoger, un saber darse, saber entregarse. Yo deseo de las otras que sepan entregarse. No deseo cuerpos impermeables. Así que creo que hay que alimentar lo femenino y nos tenemos que regocijar en los placeres de la suavidad, de la dulzura, de la ternura, de lo pasivo, la dulzura.

"Qué importante tener una casa donde dormir, comer, excretar, mantener cierta calma, un lugar donde caer muerta que no dependa del amor de los otros". Dice la escritora y activista Elisa Coll que una casa es, en cierta manera, una forma de resistencia, un sitio para descansar de las violencias que sufrimos fuera. La escritora de tu novela también dice que no puede esperar a vivir en comunidad todas juntas, que ha de ocurrir mucho antes de la vejez, que tenemos que encontrar un lugar, un espacio. ¿Son necesarios estos espacios seguros para personas disidentes, libres, LGTBI?

Totalmente. Hombre, creo que esos espacios son necesarios para todas las personas, pero que es fundamental poder vivir en espacios de afinidad y para mí, las afines son aquellas con las que compartimos modo de ver el mundo. La idea de vivienda unifamiliar, como destino único posible, a mí me da terror, porque cae sobre las espaldas de la monogamia, sobre las espaldas del amor para siempre, sobre las espaldas de una serie de fantasías relacionales que nos están fallando constantemente. Perder un amor es perder una casa. Y esa realidad me parece insoportable, porque perder una casa atenta contra el principio de supervivencia. Y muchas veces pensamos que perder un amor nos va a matar y no sabemos inconscientemente que lo que tememos es perder una casa también, fundamentalmente. Me parece importante separar las relaciones románticas de los principios de supervivencia y construir la supervivencia dentro de comunidades afines más complejas, con un soporte más seguro. Porque sí que es cierto que si tú te dedicas a entregar tu vida y tus cuidados a tu novia, te da una falsa seguridad de que estás construyendo algo tan firme con esa persona que la gente allá afuera caerá, pero vosotras seréis como un peñón resistiendo el viento. Pero es que una relación intersubjetiva entre dos es un peldaño muy chiquito para sostener todo el peso del cuerpo. Creo que hay que repartir ahí la amistad como modo de vida.

Pódcast &#039;Lo Normal&#039; con Elisa Coll

Una última pregunta. ¿Qué es ser una zorra?, se pregunta la narradora en una página del libro dedicada a las zorras. No sé si estás al tanto del debate que hay en torno al tema que mandamos a Eurovisión...

[interrumpe] No, justo alguien me lo preguntó el otro día. Es que no me entero mucho de las cosas. O sea, creo que vivo un poco como en burbujas. Cuando me da por algo, me meto en una burbuja y hay temas que sé que están pasando y me da curiosidad y pienso que algún día lo tengo que googlear, pero no he llegado a googlear esto. Ser una zorra, en el libro, es porque ella fantasea con decirle una cosa dura, con llamarla zorra y luego, cuando se lo imagina, dice ¿pero yo podría llamarla zorra a esta persona realmente o me daría un corte que flipas? Y empiezo a pensar qué es una zorra. Y claro, ella se imagina una zorra preciosa, suave, con una cola pomposa, que se acerca caminando hasta el corral y elige una presa, una sola, la más amada, y la coge con suavidad entre las fauces y se la lleva. Se imagina ser ella como esa codorniz elegida por la bella zorra, a la que no podrá llamar zorra nunca con otro significado que no sea ese.

Porque hay más significados de zorra, no es solo un insulto.

Yo creo que nada es solo un insulto. Las palabras tienen un poder de resignificación infinito y aquí los queer lo sabemos bien, llevamos resignificando el insulto toda la vida. Yo temía tantísimo en el colegio que alguien me llamase lesbiana. Pensaba: yo con conseguir terminar el instituto sin que nadie me llame lesbiana en público, ya he sobrevivido. Que me lo llamarían, pero nunca a la cara, no quería enfrentarme a eso. Lo dirán por detrás, pero yo no quiero vivir este momento, porque me muero y porque a saber luego mi familia, los amigos de mis padres, me daba terror. En Gijón, buf, tela marinera. Ahora han cambiado las cosas en estos años, pero en mi momento no era así. Y poder pasar de eso a, de pronto, ayer, en la presentación del libro, que se llenó con oleadas de lesbianas maravillosas, que no tendrían por qué ser todas lesbianas. Pero la actitud, la filosofía, el estilo de la tarde era que todas éramos lesbianas. Y amar esa palabra, amar esa subcultura y amar todos los matices de vida que llegan con ella es un ejercicio de resignificación alegre, maravilloso.

 
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