Vacuna

Madrid

Hay etimologías a las que podemos llegar de oído y esta es una de ellas. Si la vacuna nos suena a vaca, porque comemos carne de vacuno procedente de granjas vacunas, uno puede intuir que el nombre de este preparado puede venir de las vacas. Es verdad que, a veces, estas etimologías caseras acaban en un timo, en una "timología". Pero en este caso no. Porque resulta que la vacuna debe su nombre al descubrimiento del naturalista británico Eduard Jenner que comprobó cómo los infectados por la viruela de la vaca quedaban protegidos de la humana. En latín vacuno era vaccinus, y aunque dice la RAE que vaccina convivió durante un tiempo con la castellanizada vacuna, el cultismo no llegó nunca al diccionario. Se lo quedaron los ingleses (vaccine).

No sé cómo describiría el descubridor su descubrimiento en 1798. Pero los académicos españoles no se anduvieron por las ramas cinco años después cuando en 1803 definen la vacuna como "cierto grano o viruela que sale a las vacas en las tetas, así como el material de esos granos". Obsérvese que no dicen ubre. Hoy la definición, como las propias vacunas, ha evolucionado. Una vacuna, según el diccionario, es "un preparado de antígenos que, aplicado a un organismo, provoca un mecanismo de defensa". Y ha ampliado también su significado por la vía de la metáfora. Y así hoy no solo nos vacunamos contra determinadas enfermedades, también lo hacemos cuando intentamos inmunizarnos frente a otras patologías sociales. Nos vacunamos contra la xenofobia, contra los negacionistas y, rizando el rizo, hemos tenido que vacunarnos contra los antivacunas.